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TRIBUNA
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Un acuerdo para abrir una nueva etapa en Cataluña

ERC ha entendido que el ‘procés’ se ha acabado y que hay que hacer política y lograr resultados ventajosos para los ciudadanos

La portavoz de Esquerra, Raquel Sans (tras el atril), junto a la secretaria general del partido, Marta Rovira; el presidente de la Generalitat en funciones, Pere Aragonés, y otros miembros de la ejecutiva en la rueda de prensa tras su reunión del lunes en Barcelona.
La portavoz de Esquerra, Raquel Sans (tras el atril), junto a la secretaria general del partido, Marta Rovira; el presidente de la Generalitat en funciones, Pere Aragonés, y otros miembros de la ejecutiva en la rueda de prensa tras su reunión del lunes en Barcelona.Marta Pérez (EFE)
Josep Ramoneda

En medio del barullo provocado por el acuerdo de investidura entre el PSC y Esquerra, es necesario recordar el marco en el que se produce y, por tanto, las razones que lo explican. ¿De qué se trata? De garantizar la investidura de Salvador Illa, el único candidato que puede alcanzar la mayoría necesaria en la configuración actual del Parlamento catalán, una posibilidad que está fuera del alcance de Carles Puigdemont, quien apostó por un presunto regreso triunfal vía elecciones y perdió. Esquerra Republicana, que salió castigada del duelo Illa-Puigdemont, necesita aprovechar el hueco que le han dejado unas relaciones de fuerzas que le permiten ser imprescindible para evitar una repetición electoral que podría resultarle catastrófica.

Por mucho que algunos se nieguen a reconocerlo, las elecciones levantaron acta de un final de etapa. El ciclo del procés se ha terminado. Lo certifican los resultados electorales, lo confirma el estado general de opinión del país. Lo cual no hay que interpretarlo (y Esquerra Republicana ya se ocupa de recordarlo) como el final del independentismo. Tanto política como socialmente, el independentismo sigue siendo una realidad en Cataluña, con peso significativo en la sociedad, aunque lejos de una mayoría social que en algún momento parecía que estaba al alcance de su mano. Se fue más lejos de lo razonable, y la tentación nihilista —todo es posible— se acostumbra a pagar cara.

El interés de Esquerra en alcanzar un acuerdo de investidura es simplemente el reconocimiento de lo obvio: estamos en una nueva etapa. La ruptura con España hoy no está en el orden del día. Completar el procés no estaba al alcance de las fuerzas que lo apoyaban. Y en estas circunstancias, Esquerra ha entendido que, incluso manteniendo la voluntad de seguir creando las condiciones para que un día sea viable lo que ahora encalló, es necesario aterrizar, evitar el bloqueo de la gobernanza en Cataluña y, por tanto, negociar conquistas significativas forzando el espacio de lo posible en el marco constitucional existente.

Esquerra opta tácticamente por el pacto, aunque las formas denotan que la suerte no está echada y que queda mucho camino por andar. Y los socialistas optan por el perfil bajo, dejando que la derecha suelte su griterío habitual. En realidad, hay un primer paso que invita a la prudencia: Esquerra ha dejado la última palabra a las bases, que se pronunciarán este viernes, y los socialistas quedan a la espera de conocer su voto, aunque la derecha, siempre con la bronca por delante de las ideas, ya ha abierto el fuego. Es un acuerdo ahora mismo de incierto recorrido, porque si pasa el trámite de Esquerra todavía le quedará el Parlamento español.

Por ahora, la irritación de Puigdemont, más frustrado a medida que se da cuenta de que decayó su última oportunidad, confirma la importancia de un momento que divide al independentismo, porque hay una parte que se niega aceptar que el procés es historia. Más acá de lo que pueda ocurrir en el futuro, no basta con las apelaciones al objetivo supremo que ahora mismo son especulaciones retóricas. Si se quiere trabajar para Cataluña, hay que hacer política. Y, por tanto, obtener resultados ventajosos para su ciudadanía, conseguir recursos que hasta ahora se negaban, aumentar la capacidad de decisión y reforzar las instituciones de la Generalitat. Esquerra, a la baja, todo hay que decirlo, apuesta por esta oportunidad. Junts, un artefacto con múltiples egos contenidos, a la espera del destino de Puigdemont, está en manos de las gesticulaciones del expresident, que busca desesperadamente una repetición electoral con la ilusión de que le redima de su fracaso.

Siempre es difícil reconocer que se acabó un tiempo, cuando uno —en este caso Puigdemont— ha creído que era el suyo y ha llegado la hora de pasar página. Por eso, en este momento, la decisión de los militantes de Esquerra es crucial, enfrentados a una delegación de responsabilidad por parte de la dirección del partido que no deja de ser una muestra de inseguridad: si sale mal, que sea por culpa de las bases. Aunque ciertamente hay que reconocer que los dirigentes de Esquerra han tomado una decisión arriesgada en un momento de cierta convulsión interna después de que el contexto no les permitiera capitalizar la gestión de la Generalitat en minoría.

Y todo, además, pendiente del Congreso de los Diputados, donde seguirá la batalla después de que Illa sea elegido presidente en Cataluña. Porque la factura de Esquerra se paga a plazos, con las distintas medidas pactadas que tendrán que pasar la prueba de diversas reformas legales. Y un fracaso daría oportunidad a Junts para soñar con la venganza.

Resumen: estamos ante un acuerdo que permitiría un cambio de ciclo positivo y volver a la política después de unos años de confrontación y represión. Es el momento de aplazar lo imposible y trabajar por lo posible. Y creo que es sensato optar, como señala el pacto entre Esquerra y el PSOE, por dejar de jugar en blanco y negro y buscar la optimización de los puntos de encuentro. Por mucho que los patriotas de cada casa se rasguen las vestiduras, lo que no se puede hacer es negar la realidad. Y esta dice que en este país hay divergencias de fondo sobre el reconocimiento de las naciones que derivan fácilmente en el fundamentalismo: para unos, España es una y sin fisuras y para otros, Cataluña es una nación atrapada dentro del Estado español. Y sería necesario converger en un punto: que la razón encuentre soluciones políticas más acá del imperio de lo trascendental. Y el acuerdo en discusión podría ser un paso en esta dirección.


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