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Columna
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Si el ‘procés’ resucitase

El votante independentista, frustrado por el fiasco de 2017, sigue existiendo y los partidos nacionalistas catalanes pueden movilizarlo de nuevo apelando a una conciencia identitaria

Diada de 2023 en Barcelona.
Diada de 2023 en Barcelona.ALBERT GEA (REUTERS)
Estefanía Molina

El procés ha muerto, por mucho que la derecha viva en su club de nostálgicos. Sin embargo, sería un error creer que el independentismo pinchó el 12 de mayo porque quienes hasta ayer apoyaban la ruptura con España cambiaron de opinión masivamente. El votante independentista sigue existiendo, aunque esté frustrado por el fracaso del 2017. Por eso, cabría preguntarse desde hoy mismo —que está previsto que se apruebe la ley de amnistía— de qué forma evitar la resurrección del movimiento a largo plazo.

Bastan los datos del 12-M para entender que la crisis de los partidos independentistas no equivale a que a 2024 se haya disuelto de golpe su base social. Respecto a 2021, cuando aún conservaban la mayoría en el Parlament, el movimiento sólo habría perdido unos 96.000 votos, 70.000 de los cuales se fueron a la abstención, según el Diari ARA. Peor fue el descalabro de 600.000 votos en 2021, cuando pese a ello, mantuvieron la mayoría en la cámara catalana. Si bien el apoyo a la independencia no se destruye del todo, sino que se transforma. Carles Puigdemont supo venderse mejor que ERC, mientras que la amateur Aliança Catalana fue la formación de ese espacio que más votantes sacó de la abstención. En definitiva, ante la incapacidad de enfrentarse al Estado, y viendo que sus líderes han enterrado el procés a cambio de amnistías e indultos, muchos independentistas hicieron voto útil en el estilo combativo de Junts, otros no fueron a votar, y otros, canalizaron su malestar mediante el chivo expiatorio de la inmigración —al margen de aquellos pragmáticos que recalaron en el PSC proviniendo de ERC, hundido hoy electoralmente.

Así que Salvador Illa podría gobernar la Generalitat, pero ello no implica el fin del todavía deseo de muchos catalanes de separarse de España. Según datos del CEO, el apoyo social a la secesión va en descenso, pero todavía sigue alrededor de un 42%. La democracia española no debería conformarse con que el constitucionalismo gane por movilizaciones sobrevenidas como este 2024, o por la crisis del procés. Existen factores para impedir que haya más catalanes a futuro socializándose en la idea de la independencia.

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Primero, la demografía rema en esa línea. Según datos del CEO de 2023, la generación Z y los millenials son quienes menos abogan hoy por el Estado propio, mientras que un estudio de la asociación Òmnium Cultural cifra en un 31% el deseo de secesión entre la juventud actual. Cuanto al uso del idioma, el catalán ha pasado de ser la lengua que en 2007 hablaba un 43% de jóvenes para desplomarse hasta un 25%, frente al crecimiento del uso del castellano en un 44′5% en esa misma franja de edad. En resumen, el procés también se seca por la incapacidad de socializar a más jóvenes en pilares como la lengua o el deseo de ruptura.

Precisamente, fue una generación muy concreta —que hoy tendrá alrededor de 30 años— la que vivió el 9-N de 2014, acudió asiduamente a las demostraciones de la Diada, participó del referéndum ilegal del 1 de octubre o compró los relatos sobre la “represión”. En cambio, los jóvenes que suben hoy ya no tendrán esos mismos imaginarios. Los símbolos que cronificaban el agravio han desaparecido, como los lazos amarillos, la victimización por las penas de prisión o el presunto exilio, y todo ello, gracias a las medidas de gracia de Pedro Sánchez.

Si bien, los partidos del establishment independentista son los más interesados en que su votante se centre también en otros temas. Como ya se dijo aquí, ERC y Junts seguirán abanderando en adelante una suerte de independentismo folclórico: dirán que lo volverán a hacer, que quieren el referéndum o el Estado propio, pero de facto, su miedo a la cárcel les disuadirá de nuevas afrentas contra el Estado. El propio Junts empezó a mutar en campaña hacia el discurso económico de Convergència, siguiendo los pasos de la posibilista ERC.

Tercero, el contexto actual dista del período 2012-2017. El apaciguamiento de Sánchez, sumado a la estabilidad económica, nada tiene hoy que ver con la mecha que prendió el procés con la crisis de austeridad y la puerta cerrada al diálogo de Mariano Rajoy. El propio PP de Alberto Núñez Feijóo muestra ya una línea menos combativa en Cataluña y Euskadi: ello permitiría albergar la esperanza de una derecha que deje de fabricar contrarios a España, si Vox no fuera necesario.

En consecuencia, la resurrección del procés parece hoy improbable. Ahora bien, si el independentismo se transforma, también puede hacerlo su modus operandi. Aliança Catalana es en parte un síntoma de ciertos climas de opinión o debates que se llevaban tiempo cociéndose en el seno del movimiento: muchos afines a la ruptura —de todas las ideologías, incluso sin tener tintes xenófobos— creen que los retos del independentismo pasan en adelante por reconstruir una cierta conciencia nacional o identitaria, basada en la recuperación de la lengua, la integración de la inmigración, con tal de mantener vivo el deseo de independencia o fomentarlo entre las generaciones que suben y los ciudadanos que llegan. Es decir, que si el procés resucitase a medio plazo no sería para volver a las andadas de 2017, sino para ver al establishment de ERC y Junts abrazando un discurso autonomista de construcción nacional. España fue avisada el 12 de mayo, si la euforia no ciega los datos.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).
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