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Columna
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Supersubmarina y Fernando

En la historia de superación tras la tragedia que sufrió la banda intervienen con mucho peso las familias: cuatro jóvenes a los que sus padres tuvieron que cuidar como si volvieran a ser pequeños

Integrantes de Supersubmarina durante la presentación de 'Algo que sirva como luz' en Madrid.
Integrantes de Supersubmarina durante la presentación de 'Algo que sirva como luz' en Madrid.Rodrigo Jimenez (EFE)
Elvira Lindo

Leía el otro día las conclusiones de un estudio sobre el apego excesivo de los jóvenes españoles a sus padres, lo cual, al parecer, contribuye a una falta de independencia que los coloca en una situación más vulnerable que la de la juventud del norte de Europa. Me preguntaba si ese apego indestructible no es la tabla de salvación de los que son asistidos por el entorno familiar ante la ayuda inexistente del Estado.

No he conocido a ningún joven que no quisiera independizarse, sí a muchos que afectados por la precariedad laboral y la imposibilidad de afrontar un alquiler han de ocupar la habitación adolescente o comparten piso con extraños. Sabemos también que el apego no está relacionado solo con el dinero: cuántos encuentros se dan de un lado a otro del mundo a través de la pantalla. Ese bálsamo de cercanía virtual compensa la soledad hiriente de otras culturas, como la americana, en las que estar solo es la norma. Mucho incidir en el apego cuando el hijo es bebé para luego señalarle la puerta de la independencia antes de los 18. La puerta del irás y no volverás. Costumbres que contribuyen a la independencia, pero generan una herida interior que no acaba de cerrarse nunca. Si en el cine americano es habitual asistir a los conflictos familiares del día de Acción de Gracias, es porque millones de ciudadanos cruzan el país para encontrarse con personas a las que no han visto durante un año. En España, las peleas son semanales. O diarias. Una joven española es aquella que ve en la pantalla del móvil la llamada de la madre y murmura, ay, mi madre, ufff, ya si eso luego la llamo.

Poco se cuenta, salvo en las páginas de economía, del papel que cumplen los lazos familiares cuando se desata una tragedia. En estos días me he visto abducida por Algo que sirva como luz, del periodista musical Fernando Navarro, la historia de cuatro muchachos de Baeza, Pepo, Juancar, Jaime y José, que en 2008 irrumpieron en el panorama indie y entusiasmaron al público con unas canciones que transmitían autenticidad, frescura, cierto misterio. Ellos mismos encarnaban la realización de un sueño: chavales que se reúnen en la plaza para echar partidillos, que se van a reencontrar en los coros de las cofradías y que siguen luego a José, talentoso, aventurero, líder natural, al que se le ocurre que pueden formar una banda. Del juego pasan al oficio, y de alguna manera sus seguidores percibirán ese fondo de amistad infantil que los unió y el sincero apego a los orígenes, ya que el éxito no los lleva a abandonar la preciosa ciudad jiennense donde están sus familias, el viejo local de ensayo, sus bares de siempre. Esto hubiera sido impensable en décadas anteriores en las que no había carrera musical que no llevara a borrar el pasado pueblerino y asumir la condición urbana.

De la mano de Navarro los acompañamos en su camino al éxito, a esas horas de furgoneta de un lado a otro del país que los dejan exhaustos, al brutal accidente de carretera de 2016, que por un tiempo destrozó sus vidas y que las cambió para siempre. En esta historia de superación tras la tragedia intervienen con mucho peso las familias; los médicos que se han desvivido por salvar la pierna a Jaime, el abdomen a Juancar, el bajón anímico a Pope y el cerebro a José, también el calor de una comunidad de paisanos que ha velado por ellos con un cariño firme y discreto. Cuatro jóvenes a los que sus padres tuvieron que cuidar como si volvieran a ser pequeños. Confieso que, por momentos, la emoción no me permitía seguir leyendo este libro mágico.

Dice Fernando que “la extraordinaria bondad y honestidad de los cuatro eran parte del secreto para hallar el significado de una historia tan compleja atravesada por el dolor”. Yo añadiría que ese buen corazón se replica en el periodista que al narrar la vida de otros decide hacerse invisible. Qué rara esa falta de vanidad en estos tiempos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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