Mario Draghi es radical
El expresidente del BCE plantea un cambio sustancial en la UE con una más estrecha cooperación de sus Estados miembros


“Europa, tal y como la conocemos, no se construyó en un día. Somos hijos de una larga historia de progreso social, convergencia y diálogo social. Y somos hijos de líderes visionarios que sitúan la dimensión social en el centro de nuestra Unión”. Son palabras de nuestra presidenta, Ursula von der Leyen, en la Conferencia de Alto Nivel sobre el Pilar Europeo de Derechos Sociales, celebrada esta semana en La Hulpe. Desde sus orígenes los valores de esta Europa están solapados al mercado único que hoy opera en la globalización. Por ello es fundamental reforzar la menguante competitividad de la economía europea en un marco internacional cada vez más duro. Las dificultades para lograrlo en un contexto geopolítico tan tenso, que poco tiene que ver ya con el tiempo multilateral de los padres fundadores, es el motivo por el que se solicitaron dos informes a personalidades del europeísmo de los últimos años: Enrico Letta y Mario Draghi. El pasado martes, en La Hulpe, Draghi avanzó sus conclusiones en un discurso programático y radical. “Un cambio radical es necesario”. Radical en el sentido originario de la palabra: relativo a la raíz.
El cambio propuesto debería ser el programa compartido por las fuerzas que son y deben ser la resistencia liberal a la amenaza del nacionalpopulismo. Implica asumir que los países de la Unión deben cooperar más entre sí porque los competidores —Draghi los identificó: son Estados Unidos y China— blindan sus intereses con reglas proteccionistas y, mientras tanto, la no modificación de la dinámica comunitaria nos hará más y más dependientes. “Nuestros rivales nos están robando terreno, porque pueden actuar como un solo país con una sola estrategia y alinear todas las herramientas y políticas necesarias tras ella”. El soberanismo es una respuesta falaz y fallida a esta realidad porque promete un regreso narcotizante a un mundo feliz que ya no existe. Frente a esta tentación, el reto de la productividad que plantea Draghi implica suscribir “un acuerdo industrial”: la federalización de los intereses económicos de los Estados miembros para asegurar la mítica autonomía estratégica (tecnológica y de defensa, energética y medioambiental). Dicho acuerdo, que es la única garantía a medio plazo para preservar el Estado social, solo puede materializarse si se da un salto institucional, es decir, un salto político hacia adelante. A pesar de compartir el diagnóstico de que la autonomía estratégica solo se puede construir a través de la unión, en Europa siguen sin superarse los tabús sobre una política fiscal o una política exterior comunes.
¿Qué ocurre? Una respuesta posible la formula el ensayo Confiar no tiene precio. Su autor es el economista Jordi Gual, profesor del IESE y antiguo presidente de Caixabank. No se trataría únicamente de la resistencia a la hora de ceder más soberanía. La tesis de Gual es que no hay suficiente confianza entre los Estados. Y llegados a una fase avanzada de integración como la actual sin haber elaborado un relato sólido sobre el lugar de Europa en la globalización, los intereses comerciales compartidos ya no son suficientes para generar confianza transformadora. Falla otro parámetro. Va más allá del mercado. “El desarrollo de la confianza mutua exige altruismo y compartir valores”. Es una cuestión de comunidad política. Se trata de dar con la fórmula que lo haga posible en un tiempo en el que la identidad es una respuesta a la incertidumbre económica y la amenaza bélica. “Es momento de avanzar en los ámbitos políticos e identitario teniendo en cuenta que será imprescindible preservar los intereses culturales de todos los pueblos del continente”. Sin más identidad europea, menor posibilidad de ganar productividad y más amenazado el progreso social. Asumir las consecuencias del presente es el cambio radical.
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