La economía no funciona
Hace 20 años, los economistas eran las estrellas de las políticas públicas. Ya no es así
No soy economista. Soy periodista. Pero la macroeconomía ha desempeñado un papel muy importante en mi vida profesional. Los macroeconomistas académicos han influido en mi forma de pensar sobre la economía. También han influido en políticos como Gordon Brown en la década de 1990. Su primera medida como ministro de Hacienda fue independizar el Banco de Inglaterra. Siguió al pie de la letra el manual de la macroeconomía ortodoxa. Bill Clinton, cuando fue elegido presidente de Estados Unidos en noviembre de 1992, reunió a un grupo de economistas académicos en un congreso para que le asesoraran sobre su futura política económica. En la década de 2000, los economistas académicos se convirtieron en gobernadores estrella de bancos centrales, como Ben Bernanke en Estados Unidos o Mervyn King en el Reino Unido. En la serie de televisión El ala oeste de la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos aparecía retratado como un economista galardonado con el premio Nobel.
Esto es impensable hoy en día. La luz del macroeconomista se ha apagado. Al igual que su auge influyó en la política, también lo hará su caída. Prácticamente todos nuestros regímenes de política económica se basan en los modelos macroeconómicos ortodoxos que se han desarrollado desde finales de la década de los setenta hasta nuestros días. La independencia de los bancos centrales, los objetivos de inflación y las reglas fiscales deben su existencia a ideas profundamente arraigadas en esos modelos.
El problema es que estos modelos dejaron de funcionar hace tiempo.
Esta noticia ha llegado también a los bancos centrales. Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, hacía recientemente un comentario revelador sobre “cambios en las relaciones económicas y rupturas de equilibrios establecidos”. Lo que quería decir es que los modelos económicos ortodoxos, de los que el BCE y otros bancos centrales se han vuelto dependientes, ya no captan lo que está ocurriendo.
Si nos fijamos en los pronósticos de inflación de los bancos centrales, veremos por qué. Durante la última década, estos pronósticos casi siempre apuntaban a que la inflación volvería a acercarse al objetivo del banco central. En el Reino Unido y la zona euro, este objetivo es del 2%. Pero la inflación no se ha ajustado a las predicciones. Estuvo estancada muy por debajo del objetivo durante la pasada década, y ahora está estancada muy por encima. El problema no es que las previsiones sean erróneas, sino que tienen un sesgo optimista. No dicen a los banqueros centrales lo que necesitan saber, sino lo que quieren oír.
Un mono lanzador de dardos o un astrólogo imparcial habrían acertado más que los modelos económicos de los bancos centrales. No estoy recomendando que los bancos centrales empiecen a contratar monos o a dedicarse a las artes oscuras. Pero hay muchas formas en que pueden mejorar los resultados de sus previsiones sin recurrir a los economistas. Si un mono puede hacerlo mejor que el modelo, muchos humanos también pueden.
Las malas previsiones son solo la punta del iceberg. Detrás hay un problema mucho más profundo: la incapacidad de comprender lo que pasa. La reina de Inglaterra preguntó una vez por qué los economistas no vieron venir la crisis financiera mundial. La respuesta, quizá sorprendente, era que las finanzas no estaban suficientemente representadas en sus modelos. También hacen suposiciones cuestionables sobre el comportamiento humano. Dan por supuesto que los seres humanos somos racionales. Los psicólogos del comportamiento han demostrado más allá de toda duda razonable que este supuesto es erróneo. Pero como bromeaba un economista amigo mío: “Ningún economista ha renunciado nunca a su modelo por el mero hecho de que la evidencia se entrometiera”.
Se podría perdonar a los lectores por preguntar por qué los economistas no cambian sus modelos. La respuesta es que han dedicado su carrera profesional a desarrollarlos. Es como ser un fabricante de coches alemán en un mundo de coches eléctricos.
Mi teoría es que los informáticos y los estadísticos matemáticos serán los que desarrollarán la próxima generación de modelos. Los métodos de la Inteligencia Artificial y el aprendizaje profundo desempeñarán un papel más destacado en detrimento de la macroeconomía tradicional. Personalmente, sigo encontrando útiles algunos elementos de la macroeconomía. Pero son las cosas de siempre, las partes que pasaron de moda en la década de 1980.
Sin embargo, los que más notarán el impacto de todo esto serán los gobiernos y los bancos centrales. Antes de la década de 1990, los bancos centrales no tenían objetivos de inflación. Estos objetivos solo existían porque los modelos así lo indicaban. Antes, la estabilidad de precios entraba en la categoría de “lo sabré cuando lo vea”. Podríamos volver a esto.
Toda la idea de la independencia de los bancos centrales se basaba en la noción de que los modelos funcionan mejor que los políticos. Esta afirmación es difícil de sostener cuando los monos superan a los modelos. No me sorprendería que el Banco de Inglaterra fuera el primero de los grandes bancos centrales en izar la bandera blanca en lo que respecta a la inflación. ¿No les gustaría a algunos políticos al menos arrebatar el control a un banco central disfuncional?
O fijémonos en los objetivos fiscales. También proceden de las profundidades de la ortodoxia económica moderna. Un problema específico de esos modelos es su concepto de la producción potencial, la producción que una economía puede generar cuando está a plena capacidad. Una de las razones por las que todos acabamos sufriendo la austeridad fue un error de apreciación de cómo la crisis financiera afectaba a la producción potencial.
En esto también hay una advertencia para el Partido Laborista. Gordon Brown rompió con el pasado cuando independizó el Banco de Inglaterra y cuando introdujo un nuevo régimen fiscal. Sentó las bases para 13 años de Gobierno laborista. Pero fue el periodo durante el cual el modelo funcionó. No se puede extrapolar a un periodo en el que ya no funciona.
Si se aferran a la ortodoxia económica actual, los políticos corren el riesgo de caer bajo la influencia de lo que John Maynard Keynes denominaba “economistas difuntos”. El premio gordo de la política británica se lo llevará el político que encuentre la manera de romper con el orden existente. Liz Truss fracasó por razones que todos conocemos. Pero aferrarse a una ortodoxia disfuncional tampoco es sostenible.
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