Incertidumbre y normalidad
Euskadi resuelve hoy la disputa por la hegemonía entre el PNV y EH Bildu tras una campaña marcada por la moderación
Euskadi acude hoy a las urnas en las elecciones autonómicas más inciertas de los últimos años porque resolverán —además del nombre del sexto lehendakari tras la aprobación del Estatuto de Gernika— la hegemonía en el mundo nacionalista, que se disputan el PNV y EH Bildu. Por primera vez en un ciclo de comicios que comenzó en 1980, la izquierda abertzale parte con posibilidades de disputarle la victoria a un PNV que jamás ha perdido en votos unas elecciones vascas y solo una vez —en 1986 ante el PSE— en escaños. Sea quien sea el ganador, el creciente tirón electoral de Bildu —en las generales del 23-J se quedó a 1.100 votos de los peneuvistas, que perdieron más de 100.000 sufragios— evidencia que es ya es un actor determinante en la Euskadi actual.
Los comicios de hoy se producen en el contexto de una renovación generacional de los candidatos que refleja la de una sociedad que, liberada del terror de ETA, ha aparcado la preocupación identitaria para preocuparse por el Estado de bienestar. Sin la amenaza de la banda terrorista —que anunció el fin de su actividad asesina en 2011 y se disolvió en 2018— y lejos de la crispación de la política nacional, la campaña vasca se ha centrado en la gestión de los problemas cotidianos. En especial, en la situación de los servicios públicos, cuyo deterioro explica en buena medida la pérdida de votos del PNV en las últimas convocatorias y la posibilidad de que hoy le sobrepase Bildu, que ha primado el discurso social frente al soberanista.
Paradójicamente, fue la propia coalición independentista la que puso a ETA en la campaña cuando su candidato, Pello Otxandiano, rehusó en la SER calificar al grupo terrorista como lo que fue. Sus disculpas posteriores, aunque voluntariosas, han sido insuficientes. Pese a los muchos pasos dados por Bildu hacia la normalización democrática, el reconocimiento del dolor causado a las víctimas y el rechazo de la violencia —en concreto la de ETA, como figura en los estatutos de Sortu, el principal partido de la coalición—, a la izquierda abertzale le falta aún reconocer el sinsentido político de la violencia etarra. Pese a su crecimiento electoral, el aislamiento que se deriva de esa falta de reconocimiento es, en parte, el que consolida las opciones de que se repita el pacto PNV-PSE que lleva rigiendo Euskadi desde 2016.
Los vascos deciden este domingo los 75 escaños del Parlamento de Vitoria, 25 por provincia pese a las diferencias de población, lo que puede dar un peso decisivo a la menos poblada y nacionalista, Álava. Lo harán en un escenario muy diferente al de los comicios de julio de 2020, celebrados en pandemia. La participación no llegó entonces al 51%. Con toda probabilidad, dada la vuelta a la normalidad y el alto grado de movilización del electorado, ese porcentaje se superará hoy. En eso y en la bolsa de indecisos —que ronda el 20%— reside una de las claves del resultado.
Las de hoy son las segundas elecciones en un año con al menos cuatro convocatorias, tras las gallegas y antes de catalanas y europeas. No parece que el resultado en Euskadi vaya a alterar la gobernabilidad de España. Sin embargo, dejan una lección. La moderación de los discursos de la campaña electoral vasca —protagonizada por partidos con representación en el Congreso de los Diputados— ha demostrado que, cuando hay voluntad y se piensa en los intereses de la ciudadanía, la rivalidad ideológica puede manifestarse con todo el rigor político, pero sin los insultos y descalificaciones que tantas veces distorsionan la escena parlamentaria nacional.
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