Los achaques de la sanidad pública vasca
La contestación social por el deterioro de la atención primaria del Servicio de Salud explota en plena campaña electoral
—A ver qué médico me toca hoy.
Es la frase que más se escucha en las salas de espera del centro de salud de Lasarte.
De unos años para acá, hay un murmullo que va creciendo en los sondeos de opinión que entidades públicas o privadas realizan en Euskadi: ¿qué sucede con Osakidetza? El Servicio Vasco de Salud había sido hasta ahora la joya de la corona, el orgullo de la gestión hegemónica del PNV, la envidia del resto del país. “Pero esto ya no es lo que era”, lamenta Lucía Muñoz Sánchez, presidenta del Hogar de Jubilados de Lasarte, un municipio de 18.200 habitantes cercano a San Sebastián, “¿cuándo se había visto aquí que cada día te atendiese un médico distinto o que tuviésemos que esperar seis meses o más para que te viera un especialista?”.
La crispación es una manta que todo lo tapa, no hay más que asomarse cualquier día de pleno al Congreso de los Diputados, pero aquí, en la Euskadi que el próximo domingo decide en las urnas si le prorroga el contrato al PNV o le da un susto con EH Bildu, la conversación en la calle e incluso en los debates electorales va de las cosas que verdaderamente preocupan: la primera, el trabajo; la tercera, la situación económica; y entre una y otra, quién lo iba a decir, la sanidad pública y, en especial, la atención primaria.
La presidenta del Hogar del Jubilado fue una de las organizadoras de la manifestación en defensa de la sanidad pública que, el pasado viernes por la tarde, recorrió las calles de Lasarte. Al final, todavía sorprendida por la gran afluencia de vecinos, explicaba en la puerta del centros de salud hasta qué punto se ha deteriorado la atención al paciente. Un grupo de trabajadoras del centro, que no habían participado en la manifestación pero que comparten las razones de la protesta, se unen a la conversación. “En este centro”, dice una de las enfermeras, “faltan médicos. Hay días que ha llegado a faltar el 55% de la plantilla. Unos se han jubilado —y hay plazas que no se cubren desde hace año y medio—, otros están de baja, y hasta hay uno que se está replanteando ser médico porque no puede con tanta presión. La carga de trabajo es tal que nadie quiere venir, porque además hay una población envejecida que necesita muchos cuidados y una atención constante y personalizada”.
—Hay quien puede pagar 300 euros por una resonancia en una clínica privada, pero aquí la mayoría no podemos—, tercia la presidenta del Hogar de Jubilados.
Un enfermero que se incorpora a la tertulia desvela la manera en que se intenta suplir las carencias del sistema, y lo hace expresándose en el género de sus compañeras, no en vano el 79% de las 32.442 personas que forman la plantilla de Osakidetza son mujeres: “Las enfermeras ya estamos asumiendo labores que antes eran exclusivamente de los médicos, y es verdad que algunas las podemos hacer, pero para otras no estamos formadas”. Otra de ellas concluye: “Hay unos centros de salud que están muy bien atendidos y otros que no, y lo que no entendemos es por qué no se reparten los recursos de forma equitativa. ¿Por qué un paciente de Ondarreta [un barrio acomodado de San Sebastián] tiene que estar mejor atendido que uno de Lasarte? El principio de equidad está siendo vulnerado, y eso no se puede permitir”.
Lucía Muñoz y las enfermeras se despiden, ya no hay rastro de la manifestación ni de las decenas de chavales que, en un supermercado cercano, han estado pidiendo autógrafos y fotos al jugador de la Real Sociedad Mikel Merino. Lasarte, como tantos otros municipios de Euskadi, ha cambiado de fisonomía. El envejecimiento de la población se hace patente en las calles y algunos bloques de pisos muestran también el paso del tiempo, como si compartieran achaques con sus moradores. Los trabajadores que antes procedían de otras regiones de España —y que se fueron quedando porque tuvieron hijos, y que se quedaron para siempre porque tuvieron nietos— ahora lo hacen desde el otro lado del Atlántico o del Mediterráneo. Muchos de ellos, o más exactamente de ellas, llevan del brazo a personas mayores, que son precisamente las que más están sufriendo el deterioro de la atención primaria, ya sea por la falta de médicos o por la sustitución de las consultas presenciales por las telefónicas.
Hace años, este periódico publicó la carta de un médico de Madrid que empezaba así: “Hace días, al pasar visita a una paciente, encontramos a ésta triste; tratamos de animarla sin conseguirlo y, al despedirnos, su cuidadora, una joven ecuatoriana, nos dijo: ‘No se preocupen, doctores, que yo ahorita le hablaré bonito”. Y de eso mismo, del contacto y la cercanía con el paciente, sabe mucho el doctor Rafael Rotaeche. Trabajó durante más de 30 años codo con codo con el doctor Carlos Calderón en el centro de salud de Altza. Eran los dos mismos médicos durante todo ese tiempo, las mismas dos enfermeras, la misma administrativa, y los mismos pacientes, los padres, los hijos, que iban cumpliendo años junto a ellos. Ahora, cuando ya estaba de camino a la jubilación, lo llamaron para que se integrara en el Instituto de Investigación Sanitaria Biogipuzkoa. Desde ahí, con los años de experiencia y de investigación, hace un análisis de la situación de la sanidad pública vasca.
—¿Qué le pasa a Osakidetza?
—No es un problema único de Euskadi. Hay varios factores. Por un lado, no se ha previsto el relevo generacional. Se jubilan más médicos de los que se forman y, además, a la atención primaria no se le da la importancia que se le tendría que dar en la Universidad. También hay que tener en cuenta el envejecimiento de la población. La esperanza de vida crece, pero a esto hay que añadirle otro dato: ¿cuántos de esos años más de vida están libres de discapacidad? Nos encontramos con que un buen porcentaje de población arrastra mucha enfermedad acumulada que hay que tratar. Por tanto, hay que readaptar todo el sistema ante la nueva situación. A eso le tenemos que añadir que la atención primaria tiene un exceso de burocracia y una gestión muy centralizada, que le quita autonomía para gestionarse… De esto se ha hablado muy poco, pero durante la pandemia —a cuyas secuelas seguimos haciendo frente— los centros de salud en Euskadi respondieron muy bien. El 70% de los casos de covid fueron gestionados en solitario por los centros de salud… Hay que hacer por tanto una gran reorganización, trabajar de otra manera, darles más peso y reconocimiento a las administrativas, pagarles mejor…
El 21 de diciembre, Andoni Ortuzar, presidente del PNV, estaba celebrando con unos amigos la fiesta de Santo Tomás. Un ciudadano se le acercó y le dijo: “Ortuzar, no deberías comer chistorra, que tienes el colesterol alto…”. El político le respondió: —¿Y por qué sabes tú eso? —Soy tu médico. —¿Y cómo no nos conocemos? —Porque siempre hemos hablado por teléfono.
Ortuzar, que no da puntada sin hilo, cuenta la anécdota en su despacho. Admite —que no es poco en un político y menos en campaña electoral— que en Osakidetza “se han hecho cosas mal”, pero da a entender que el cansancio de los profesionales provocado por la pandemia está teniendo también consecuencias negativas. Imanol Pradales, el candidato del PNV, ha admitido que “tras la pandemia está costando recuperar los parámetros propios de Osakidetza”, El resto de los candidatos también incluyen entre sus propuestas electorales el reforzamiento de la atención primaria y la contratación de más profesionales. A veces, un susto de salud, un arrechucho sin demasiadas consecuencias, sirve para enmendar malos hábitos.
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