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TRIBUNA
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Cuando el trastorno por déficit de atención afecta a la política

La dolencia colectiva de Occidente se puede definir como una falta de enfoque estratégico, con dos graves desafíos que no está abordando: el crecimiento y la desigualdad

Cuando el trastorno por déficit de atención afecta a la política. Wolfgang Münchau
EVA VÁZQUEZ
Wolfgang Münchau

En este inicio de 2024, el panorama internacional es desolador. Ha estallado un nuevo conflicto en el mar Rojo. La situación en Ucrania no pinta bien. Y lo que es peor para nosotros en Occidente: el resto del mundo ya no está de nuestra parte. Sudáfrica y Brasil se han distanciado claramente de Occidente a causa de Israel y tampoco nos apoyaron en la cuestión de Ucrania. La India tampoco nos apoya.

La falta de respaldo mundial es una de las razones por las que las sanciones occidentales contra Rusia no funcionan. Hay bastantes países dispuestos a ayudar a desviar mercancías hacia Rusia o a comprar petróleo ruso. La prohibición de Estados Unidos de exportar semiconductores a China tampoco funciona porque el Gobierno estadounidense subestimó la inteligencia de los ingenieros chinos.

No es difícil detectar un patrón aquí. El constante gran error de Occidente es pensar que el resto del mundo cree que somos maravillosos y quiere ser como nosotros. Nuestra versión de la democracia liberal encabezó las listas de popularidad mundial tras la caída del comunismo. Eso duró una década y terminó para siempre en algún momento alrededor de la crisis financiera mundial.

En la actualidad, Occidente está inmerso en cuatro batallas monumentales: guerras subsidiarias paralelas en Ucrania, Oriente Próximo y, pronto, quizá en el estrecho de Taiwán; la lucha contra el cambio climático; la reindustrialización, y la preservación de la sociedad abierta liberal en el propio Occidente. Ahora mismo no lo estamos haciendo muy bien en ninguno de esos cuatro frentes. Como mucho, creo que podemos dedicarnos a dos de los cuatro. Mi preferencia sería la preservación de la democracia liberal y el apoyo a la innovación tecnológica para ayudarnos a reducir las emisiones de carbono, como alternativa a la imposición de objetivos inviables.

Ya no podemos permitirnos actuar como policías del mundo. En cuanto a la reindustrialización, olvídense. Sería mejor que forjáramos alianzas estratégicas con otras partes del mundo como Latinoamérica. Es lo que hizo China cuando invirtió en las minas de litio chilenas. Desgraciadamente, la UE se extralimitó en las negociaciones comerciales con Mercosur al intentar imponer sus normas medioambientales a los países que lo integran. Los países latinoamericanos se han retirado ahora de las negociaciones, cargándose de hecho este proyecto de 23 años. La era de los grandes acuerdos comerciales ha terminado. El mundo se repliega en bloques comerciales que compiten entre sí.

Occidente también está siendo atacado desde dentro. La derecha está en auge en casi todas partes. Donald Trump acaba de dar un primer gran paso para convertirse en el candidato presidencial del Partido Republicano. Simpatizo con Bernie Sanders, quien, en una entrevista con The Guardian, afirmaba que el problema subyacente era “la creencia de que el Gobierno está fallando a los estadounidenses de a pie”. Esto, en pocas palabras, es lo que está ocurriendo en todo Occidente. Los gobiernos no resuelven los problemas. En el pasado tampoco lo hacían, pero las circunstancias eran más propicias. Cuando el crecimiento económico se situaba en el 3%, como era habitual en las décadas de 1980 y 1990, y cuando los niveles de desigualdad eran más bajos, muchos problemas se solucionaban solos. Cuando un país crece, hay dinero suficiente para todos, incluso para hacer varias cosas a la vez. Pero cuando se estanca y la desigualdad es alta, un aumento de la ayuda financiera a Ucrania, por ejemplo, se produce a costa de un ferrocarril que deja de construirse en ese país. Bienvenidos al mundo de la política de suma cero.

Los gobiernos liberales salientes tienen problemas en todas partes. Joe Biden está en grave peligro de ser derrotado en noviembre. Rishi Sunak también caerá pronto en el olvido. Quizá la mayor sorpresa sea Olaf Scholz. Empezó bien, pero desde entonces se ha convertido en el canciller alemán menos popular que se recuerda, porque su Gobierno no tiene ninguna estrategia para contrarrestar la rápida desindustrialización de Alemania. En Países Bajos, el partido de Mark Rutte, el primer ministro liberal, fue derrotado por el derechista Partido por la Libertad de Geert Wilders en las elecciones del año pasado.

Los graves desafíos que Occidente no está abordando son el crecimiento y la desigualdad. La reacción contra la inmigración es una consecuencia de este fracaso. No es la causa profunda. Solíamos quejarnos de que las políticas fiscales de la era de Thatcher generaban desigualdad. La generaban, pero no era nada comparado con lo que ha sucedido desde entonces. A finales de la década de 1990, la Reserva Federal, el banco central estadounidense, empezó a rescatar a los mercados financieros recortando los tipos de interés. Desde entonces, los bancos centrales occidentales intensificaron el apoyo a los mercados financieros mediante programas de flexibilización cuantitativa en los que compraron deuda pública en cantidades sin precedentes. Al mismo tiempo, los gobiernos impusieron la austeridad para compensar la bonanza financiera de los bancos centrales. Esa combinación se convirtió en una máquina apocalíptica de desigualdad.

Lo que mejor refleja cuál era la actitud imperante es un comentario de Mario Draghi, quien fue presidente del Banco Central Europeo. Afirmó que haría lo que fuera “necesario” para salvar a la zona euro de la embestida de los inversores financieros. Entre los políticos occidentales se ha puesto de moda utilizar variantes de esa expresión. David Cameron, ministro de Asuntos Exteriores, declaró que el Reino Unido apoyará a Ucrania durante “el tiempo que haga falta”. La realidad política es que ya no podemos hacer promesas así. Occidente seguirá ayudando a Ucrania mientras una mayoría política lo quiera. En Estados Unidos, la ayuda se ha terminado. Es probable que Europa siga con ella este año, pero no indefinidamente porque, sencillamente, no hay dinero suficiente para todo.

La dolencia colectiva de Occidente se puede definir como una falta de enfoque estratégico. Esto suena casi como el diagnóstico médico del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Como nos informa el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, los seres humanos afectados por el TDAH tienen problemas para concentrarse y poca capacidad de atención. Y a menudo actúan sin pensar.


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