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Columna
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Dioses de la guerra y de la paz

Ya no hay transacción posible entre Netanyahu y Biden: o se instala la violencia destructora o se abre paso la razón pactista

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, junto al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en Tel Aviv (Israel), el 18 de octubre de 2023.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, junto al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en Tel Aviv (Israel), el 18 de octubre de 2023.EVELYN HOCKSTEIN (REUTERS)
Lluís Bassets

Ya no hay transacción posible. Para Estados Unidos, Israel no tendrá seguridad ni futuro sin Estado palestino. Para Netanyahu, la seguridad y el futuro de su país exigen el control militar de todo el territorio entre el Jordán y el Mediterráneo, donde no cabe un Estado palestino. Sin acuerdo entre Israel y su aliado y protector militar y diplomático tampoco se ve salida alguna para esta guerra devoradora y sin rumbo. Es una disyuntiva: guerra o paz, Netanyahu o Biden.

Nada se conoce sobre los planes del Gobierno más extremista de la historia de Israel para el día en que acabe la guerra, pero son crecientes y cada vez más sólidas las sospechas que incluyen la expulsión de los gazatíes, la ocupación militar permanente y el regreso de los colonos israelíes. Todo se sabe, en cambio, sobre los planes de Washington, ampliamente compartidos por la comunidad internacional, para la creación de un Estado palestino en los territorios de Gaza y Cisjordania, reconocido y en paz con Israel.

Son la cara y la cruz de un antiguo conflicto irresoluble. De un lado, la fuerza como única garantía de la seguridad, es decir, una guerra eterna. Del otro, la política y la diplomacia, instrumentos del pacto y de la paz. La moneda está ahora en el aire y va a caer de un momento a otro.

Con frecuencia la vida combina ambos vectores, la fuerza que destruye y la política que construye. La sólida existencia de Israel durante 70 años y la precaria realidad de Palestina desde los acuerdos de Oslo de 1993 no se explican sin esa mezcla tan difícil de digerir entre guerra y diplomacia, hecha de violencia destructora y de razón pactista, que ahora exige su decantación definitiva, quizás para el resto del siglo.

Las dos opciones excluyentes dividen y atraviesan todas las decisiones e incluso penetran en los actores de la guerra. Netanyahu solo confía en la fuerza para conseguir la liberación de los rehenes, pero hay ministros de su Gobierno que ven la liberación de los rehenes como la condición imprescindible para terminarla. Unos creen que solo las armas y la destrucción arrodillarán a Hamás, sin que importe el precio en vidas; otros que Hamás solo dejará de existir como movimiento enraizado entre los palestinos por la acción pacífica de la política.

El eje del rechazo, con Hamás, Irán, Hezbolá y los hutíes, comparte con Netanyahu la misma fe en la política de la fuerza y en el objetivo de controlar la seguridad militar entre el Jordán y el Mediterráneo. Estados Unidos, la UE y el eje de la estabilidad, que incluye a Egipto, Arabia Saudí y Emiratos, comparten con el débil campo de la paz israelí su voluntarista confianza en las instituciones y los acuerdos internacionales para garantizar la seguridad, la de todos, tanto israelíes como palestinos.

Solo queda espacio para un dios en esa tierra santa, el de la guerra o el de la paz. Y la suerte ya está echada.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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