El año 2024 pone a prueba las democracias
El apretado calendario electoral, con comicios en 70 países, las mayores tensiones geopolíticas en décadas y la irrupción de la inteligencia artificial representan un test extraordinario para el modelo democrático
El año que empieza se configura como un extraordinario desafío para la democracia en el mundo. Varios factores convergen en construir la excepcionalidad de 2024. De entrada, la mera naturaleza del calendario electoral, que es majestuoso, con casi la mitad de la humanidad convocada a las urnas, e incluye a países importantes con situaciones internas turbulentas. Después, el contexto en el que este calendario se desarrolla, con un panorama geopolítico marcado por una tensión desconocida en décadas entre democracias y regímenes autoritarios, con la irrupción de la inteligencia artificial generativa, con nuevas sombras sobre la libertad de expresión, con una economía en fase de desaceleración y mucha deuda acumulada.
La democracia llega a esta prueba trascendental debilitada por años de erosión a escala global. “La democracia está amenazada. El autoritarismo avanza. Las desigualdades aumentan. Y aumenta la incitación al odio. Frente a estos desafíos, pactar se ha tornado un verbo sucio”, alertó el secretario general de la ONU, António Guterres, en su discurso ante la Asamblea General en el pasado mes de septiembre.
Los principales estudios internacionales coinciden en detectar una senda de deterioro desde hace tiempo, por la que cada año son más los países en los que se registra una involución que una mejora. El Instituto V-dem, por ejemplo, pondera que en 2022 el balance de la democracia en el mundo había retrocedido a niveles de 1986, antes de la caída del telón de acero. Freedom House también registra una racha de declive democrático mundial que dura desde hace 17 años ―aunque el último, 2022, fue el menos negativo de la serie―. En algunos países ha habido golpes de Estado y retrocesos a situaciones de autocracia pura ―varios casos en África en los últimos años, con Níger y Gabón entre los últimos―. En muchos otros, la naturaleza democrática persiste, pero debilitada en sus rasgos definitorios, desde el Estado de derecho y la separación de poderes hasta la libertad de expresión y la igualdad; así ocurre, con distintas intensidades y características, en la India, EE UU, Israel o Hungría, según Freedom House.
“2024 estará marcado por una explosión de actividad electoral en todo el mundo”, considera Kevin Casas-Zamora, secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral, con sede en Suecia. “El problema es que la integridad electoral está bajo asedio en el mundo. Muchas de esas elecciones serán celebradas en condiciones en las que la competencia no será equitativa, la desinformación campeará o la autoridad electoral estará cooptada, entre otros fenómenos. En otros casos, las elecciones, lejos de constituir una reafirmación de la democracia, pueden arrojar resultados que aceleren tendencias muy adversas a ella”.
“Es muy probable que esta ola electoral hará aún más visible la tendencia al deterioro en la calidad de la democracia, aún en democracias muy consolidadas”, prosigue Casas-Zamora. “Lo que estamos viendo en todo el mundo es una proliferación de lo que Guillermo O’Donnell, el gran politólogo argentino, llamaba ‘democracias de baja intensidad’, con desigualdades crecientes, ostensibles debilidades en el Estado de derecho y graves problemas en el acceso a derechos básicos”.
A continuación, una mirada sobre algunos de los aspectos más relevantes de este año clave para la democracia.
El calendario
La alineación de estrellas electorales compone un ciclo de relevancia política inusitada. Tienen previsto celebrar elecciones presidenciales o legislativas alrededor de 70 países. Entre ellos, varios que son fundamentales para el presente y el futuro global del modelo democrático, como Estados Unidos ―principal potencia mundial―, la India ―país más poblado y más diverso―, la UE ―un bloque de referencia en derechos― o Indonesia ―mayor democracia musulmana―. La competición por el poder será sin duda descarnada, probablemente turbia en varios casos. Las campañas electorales son momentos críticos para las democracias.
EE UU acude a las urnas desgarrado por un nivel de polarización que los expertos coinciden en considerar elevadísimo. Una victoria de Trump, el político que alentó el asalto al Capitolio, es plausible. Como lo es un resultado ajustado que inflame la tensión. “Cualquiera que sea el resultado, pero en especial si Trump es electo, la profunda disfuncionalidad de la democracia en EE UU es una de las amenazas más grandes para la salud de la democracia a escala global”, comenta Casas-Zamora. “De la misma manera que EE UU fue clave en el proceso de expansión global de la democracia en la segunda mitad del siglo pasado, los cada vez más evidentes signos de deterioro de la democracia norteamericana hacen más difícil el trabajo de promover el modelo democrático liberal como una opción política atractiva”.
India votará bajo la espesa sombra de un deterioro democrático denunciado por institutos internacionales y opositores. Modi y su proyecto nacionalista hindú —ante el que la minoría musulmana, de unos 200 millones de personas, se siente marginada— tienen amplios visos de lograr un tercer mandato consecutivo. Al margen de sus sostenedores, es amplia la inquietud por lo que ello podría significar en términos de alejamiento de la India de su consenso constitucional secular e inclusivo y, en definitiva, en términos de calidad democrática.
Aunque de naturaleza diferente, también las elecciones europeas serán una prueba importante para la democracia, por supuesto para los alrededor de 450 millones de ciudadanos de la UE, pero también para el resto del mundo, a la vista de la fuerza comercial y normativa del bloque. El alto representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, dijo lo siguiente en el Grand Continent Summit, una conferencia anual organizada hace unos días en el Valle de Aosta (Italia) por la revista homónima: “Las elecciones europeas estarán marcadas por esas dos guerras (Ucrania y Gaza) y sus consecuencias. Serán una respuesta a todo eso. Yo tengo miedo de una cosa. Tengo miedo del miedo. Que los europeos voten siguiendo sus miedos. Los partidos que usan el miedo como argumento, y que ofrecen malas respuestas a buenas preguntas, pueden atraer el apoyo de la población. Podemos ver un aumento de las fuerzas de extrema derecha. Si las fuerzas políticas no presentan un análisis lúcido de lo que son los peligros, si no somos capaces de hacerlo, pienso que las elecciones europeas serán tan peligrosas como las estadounidenses”.
El entorno geopolítico
Las fuertes tensiones en el ámbito de las relaciones internacionales pesarán sobre el extraordinario ciclo electoral de 2024. Desde hace años han aflorado múltiples intentos, especialmente de Rusia, de condicionar la opinión pública en otros países, bien sea fomentando la discordia y la polarización en el seno de sociedades occidentales o alentando el rechazo a los países occidentales en sociedades del llamado sur global. Un contexto de confrontación y competición entre potencias sin precedentes como el actual hace pensar que son posibles, hoy más que nunca, esfuerzos alborotadores de procesos electorales.
Rusia ha lanzado una guerra total contra Ucrania, que tiene el respaldo de Occidente. China se ve envuelta en un crudo pulso con EE UU, lleno de recriminaciones e incomprensiones, que implica también tratar de afianzar a su favor las relaciones con países terceros. Moscú y Pekín, además, han dejado negro sobre blanco su intención de modificar el orden internacional y su convicción de que democracia y derechos humanos no son valores absolutos, sino conceptos relativos, susceptibles de distintas interpretaciones. No parece irracional pensar que tratarán de influenciar contiendas electorales. Por ejemplo, hay ya evidentes síntomas de intentos de Pekín de influir en las elecciones en Taiwán.
La inteligencia artificial
Cualquiera que desee interferir en procesos electorales dispone hoy de una poderosa herramienta que en el pasado no existía, la inteligencia artificial generativa. Los expertos asocian las plataformas digitales, y especialmente las redes sociales, con el aumento de la polarización. En parte por sus propias lógicas de funcionamiento, con algoritmos que premian la polémica y la exposición a mensajes que refuerzan convencimientos, y en parte por la acción de actores interesados. Hay quienes creen que son causa, otros que son más bien un reflejo propagador. En cualquier caso, es difícil negar que tengan un papel relevante en la polarización.
Ahora, los nuevos avances tecnológicos multiplican las posibilidades de difusión de mensajes que buscan desinformar, confundir, polarizar o incluso alentar al odio. La UE acaba de dar luz verde a un innovador proyecto de regulación de los usos de la inteligencia artificial, para limitar los riesgos asociados a la tecnología. Pero el bloque europeo es pionero en esto. El resto del mundo no ha regulado todavía, y la mayoría de los países tendrá dificultades en hacerlo porque sus mercados son pequeños y el pulso con los gigantes tecnológicos es complejo.
La libertad de expresión
Las contiendas electorales se desarrollarán en un ambiente marcado por nuevos desafíos a la libertad de expresión. Las prohibiciones o limitaciones de protestas en favor de la población palestina en países como Francia, el Reino Unido, Alemania o Estados Unidos constituyen un episodio extremadamente polémico.
La economía en desaceleración
Todo ello se producirá en un contexto económico global que, aunque no es tan grave como muchos temieron tras la llamarada inflacionista vinculada con la guerra de Ucrania, tampoco tiene una perspectiva idílica. La deuda está al alza desde la pandemia, el alza de tipos la ha hecho menos sostenible, la inflación ha corroído un poder adquisitivo que en gran parte de los casos no se ha recuperado ni se recuperará. Esto produce a la vez malestar social y limitados márgenes de maniobra gubernamentales en muchos países.
De fondo, quedan los desequilibrios estructurales que amenazan con alimentar sacudidas desestabilizadoras. La politóloga Lea Ypi recordó en la conferencia de El Grand Continent la lección de Maquiavelo, aquella según la cual la estabilidad de los sistemas depende de un buen equilibrio entre ‘i grandi’ (las elites) e ‘il popolo’ (el pueblo). Ypi consideró, en un debate sobre Europa, que ese equilibrio no está conseguido. La gran temporada electoral en Europa y el resto del mundo puede abrir la espita a manifestaciones de descontento desestabilizadoras.
“No hay soluciones fáciles para nada de esto, apunta Casas-Zamora. “La movilización cívica para defender derechos, que continúa siendo vigorosa en todo el mundo, es hoy la única fuente de esperanza de renovación del proyecto democrático. Hay que proteger ese espacio de acción cívica. Pero eso no será suficiente si no reformamos los sistemas democráticos para que sean más capaces de procesar demandas sociales con efectividad. Si la democracia no ofrece soluciones tangibles a las demandas sociales, la gente buscará esas soluciones en otros modelos políticos”.
En años recientes, pese a una dinámica negativa, la democracia ha dado importantes muestras de resiliencia. Brasil y Polonia, por ejemplo, lograron pasar página de liderazgos de derecha ultranacionalista con instintos y praxis democráticas dudosas. No es imposible superar los retos. Pero conviene no minusvalorar los riesgos.
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