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TRIBUNA
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La UE debe reconocer el Estado palestino

La propuesta lanzada por Borrell abre una gran vía de esperanza y por ello merece no solo el respaldo, sino el compromiso firme de todos

Rabin y  Arafat se estrechan la mano en presencia de Clinton, el 13 de septiembre de 1993 en la Casa Blanca, durante los llamados 'Acuerdos de Oslo'.
Rabin y Arafat se estrechan la mano en presencia de Clinton, el 13 de septiembre de 1993 en la Casa Blanca, durante los llamados 'Acuerdos de Oslo'.RON EDMONDS (AP)
Sami Naïr

Los únicos marcadores que han ido definiendo la situación actual entre Israel y Hamás son aquellos que reproducen, en bucle, la cantidad de muertes en las poblaciones civiles. Uno, Israel, pretende “erradicar” para siempre a su adversario; el otro, Hamás, proclama la resistencia hasta la victoria final. Y ninguno de ellos puede abrir, desde luego, el camino de la paz. El alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, acaba de romper esa dinámica de violencia proponiendo, por primera vez y de modo rotundo, un plan de paz para la región, en sintonía con el derecho internacional y el marco de la ONU.

Desde la Operación Diluvio de al-Aqsa de Hamás contra Israel, las principales coordenadas del conflicto israelí-palestino seguían caminando de forma paralela. Tres meses después, los bombardeos israelíes se han banalizado, la ONU declara Gaza zona inhabitable y la comunidad internacional teme presenciar un genocidio.

El 7 de octubre, antes de que tuviera lugar el ataque y la masacre de civiles israelíes causada por combatientes de Hamás y la Yihad Islámica, el jefe de Hamás, Ismail Haniya, divulgó sus objetivos de guerra y sus razones en una entrevista en la cadena catarí Al Jazeera. Explicó que era hora de responder frente a la ratonera en la que se encontraba atrapado el pueblo palestino: la permanente agresividad israelí, la colonización, las encadenadas destrucciones de casas en los territorios ocupados, el tratamiento cruel a los presos palestinos, particularmente desde la política supremacista del ministro de Seguridad Nacional israelí, Itamar Ben Gvir, el abandono de la comunidad internacional y la peligrosa vulneración de los derechos palestinos con los Acuerdos de Abraham (EE UU, Israel y cuatro Estados árabes). No reaccionar significa, según el jefe del Hamás, consentir la desaparición de la lucha de los palestinos y de la misma Palestina.

No hablaba entonces solo por la voz de Hamás, sino también por la de varios grupos militares de resistencia aliados, que representan la “totalidad” del pueblo palestino. El objetivo de la captura de rehenes se presentaba como el único modo de negociar con Israel la liberación de mujeres y adolescentes encarcelados y de demandar unas condiciones dignas de detención para los demás.

Del lado israelí, los objetivos de guerra de Benjamín Netanyahu —“erradicar” a Hamas y liberar a los rehenes— se han traducido en la destrucción de Gaza y la masacre a gran escala de la población civil: más de 25.000 muertos hasta ahora, millares de heridos, de deportados en las cárceles israelíes, de presuntos partidarios de Hamás a veces torturados en busca de los rehenes, hospitales destruidos, etcétera. El Gobierno israelí, dominado por fundamentalistas y supremacistas de extrema derecha, aprovecha también para fortalecer las colonizaciones.

A esta coyuntura aterradora cabe sumar el apoyo incondicional que ha recibido Israel por parte de su protector, EE UU, y el inicial “alineamiento” de la Unión Europea, salvo la honorable excepción del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y del alto representante, Josep Borrell. Los bombardeos israelíes han logrado arrancar hoy tonos de condena desde Francia, Alemania y el Reino Unido, pero los sufrimientos inhumanos de la población civil no han conseguido filtrarse en el corazón de EE UU, que sigue oponiéndose tajantemente al alto el fuego.

Mas grave aún: desde que los partidos conservadores-fundamentalistas gobiernan Israel, ha desaparecido en este país el más mínimo proyecto de solución política del conflicto. Se ha beneficiado de la complicidad del mundo occidental —es su manera de pagar por sus crímenes contra los judíos en el pasado—, del apoyo férreo de EE UU y del silencio cómplice de regímenes dictatoriales árabes en la región. La propuesta avalada por la comunidad internacional de dos Estados separados, apoyada por los laboristas y el campo de la paz israelíes, ha sido pisoteada por Netanyahu. Donald Trump la quiso enterrar con los Acuerdos de Abraham, armando, con sus amigos del Golfo, una “solución” administrativa que no tenía ninguna posibilidad de éxito frente a los palestinos.

Del mismo modo, la responsabilidad de los partidos palestinos en el bloqueo de la situación es desalentadora. La de la Autoridad Palestina que, desde los Acuerdos de Oslo (1993), no supo, incluso incentivando un trabajo conjunto con las fuerzas de paz en Israel, crear una verdadera resistencia democrática frente a la colonización. De ahí, el éxito de Hamás como única fuerza de resistencia desde las elecciones legislativas de 2006 en Gaza, que se niega a reconocer la existencia legitima de Israel; una línea estratégica que paralizaba de hecho esta organización, sobre todo desde que se ha adoptado con un amplio consenso por la Liga Árabe una propuesta de paz basada en el reconocimiento mutuo de Israel y de los palestinos.

En su discurso del 7 de octubre, Ismail Haniya afirmó que Hamás ha cambiado y acepta, ahora, una solución política con Israel, refiriéndose al Documento de principios y de política generales difundido por Hamás en 2017. Hoy acaba de reconocer que no ha podido controlar la violencia contra los civiles en su ofensiva y la deslegitima. Sabe que es injustificable desde cualquier causa justa. Pero la destrucción de Gaza sigue en curso, y el conflicto está ahora desembocando en un enfrentamiento regional descontrolado que implica a los hutíes de Yemen, EE UU y el Reino Unido en el mar Rojo, el Hezbolá libanés, Cisjordania, y que se puede extender a Irán, Siria e incluso a los ciudadanos palestinos árabes en el seno de Israel.

Hamás ha conseguido sus objetivos de guerra, pero ¿a qué precio? Estamos con millares de muertos, Israel no puede quedarse en manos de un Gobierno que solo vive de la guerra y del odio. Es el momento de abrir la vía a una paz segura y definitiva en este terrible conflicto.

La responsabilidad de la comunidad internacional es fundamental en este proceso de muerte. La única solución estriba en un amplio reconocimiento mundial, y sobre todo europeo, del Estado palestino para conferirle autoridad. Un Estado dentro de las fronteras de 1967 que reconozca a Israel y que sea dirigido por una coalición palestina democrática y viviendo en paz en la región. No hay otra manera de influir sobre EE UU, que tiene la llave de la solución porque puede imponerla a Israel.

Europa esta dividida y teme o rechaza apoyar a los palestinos, pero sus razones son insostenibles desde la justicia. La propuesta de Borrell abre una gran esperanza, y por ello merece no solo el respaldo, sino el compromiso firme de todos. Israel nació en 1948 con un compromiso de la ONU, que reconoce también hoy en día mayoritariamente al Estado palestino. Las autoridades españolas, en palabras del rey Felipe VI y del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, acaban de hacerlo. Si la Unión Europea toma altura adoptando la vía española, sería un paso de gigante para acabar con los ríos de sangre derramados y crear las condiciones, con la ONU y el resto del mundo, de un encuentro pacifico entre los pueblos israelí y palestino, que han de vivir juntos en esta tierra. Nunca es tarde para la paz.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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