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COLUMNA
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Como un caballo desbocado

La guerra regional en Oriente Próximo ya es una realidad, todavía en una fase menor. La chispa ha saltado donde menos se esperaba: el campo de batalla naval frente a las costas de Yemen

Manifestantes protestan este viernes en Saná (Yemen) por los ataques aéreos lanzados por Estados Unidos y el Reino Unido contra instalaciones militares hutíes.
Manifestantes protestan este viernes en Saná (Yemen) por los ataques aéreos lanzados por Estados Unidos y el Reino Unido contra instalaciones militares hutíes.YAHYA ARHAB (EFE)
Lluís Bassets

Todos sacan provecho de los reflejos patrióticos que arraciman a la gente alrededor del comandante en jefe, le dan márgenes de maniobra política y le permiten restringir las libertades y eliminar a los disidentes. Es un clásico de las guerras. Lo usa Netanyahu, pero también Jamenei y sus amigos, los libaneses de Hezbolá y ahora los rebeldes hutíes. A todos les conviene un caballo al que se le pueda azuzar y refrenar, pero que no se desboque. Nadie quiere llegar muy lejos, en el punto donde todo se puede perder, pero es irresistible la tentación del galope con la convicción de que algo se sacará antes de llegar al borde del precipicio.

Es una esperanza infundada, que esconde el origen de las grandes guerras. Nada bueno se puede aguardar cuando son muchos los que arriesgan y amplios los márgenes para los errores y los accidentes. Una vez lanzada la enorme fuerza israelí en Gaza, no han tardado en abrirse todos los otros frentes, cada uno con su peculiar escalera donde ascender hacia la catástrofe.

La guerra regional es ya una realidad, todavía en una fase menor y lenta. La chispa ha saltado donde menos se esperaba al principio, el campo de batalla naval frente a las costas de Yemen, el país donde los hutíes andan en guerra desde hace dos décadas. La revelación de esta temporada bélica son los rebeldes yemeníes, en intermitente confrontación con sus vecinos y con Estados Unidos y lanzados ahora a la solidaridad con los palestinos con sus ataques aéreos y sus asaltos con lanchas rápidas a los buques que navegan frente a sus costas, que interrumpen el comercio internacional y contribuyen a la inflación.

Nadie como los hutíes ha organizado manifestaciones tan gigantescas en favor de Gaza ni destacado tanto como su vociferante portavoz militar con sus regulares proclamas y amenazas. Todos han utilizado históricamente la causa palestina para su provecho doméstico y para su imagen internacional, con frecuencia sin atender a los intereses de los propios palestinos, y los hutíes no iban a desaprovechar la oportunidad ni ser la excepción.

Solo un jugador, Estados Unidos, está concentrado en evitar que el caballo se desboque, aunque no ha podido evitar verse arrastrado por la provocación hutí en el mar. A diferencia de los otros actores, la guerra surte en su caso unos efectos exactamente contrarios, pues debilita al presidente, divide a sus partidarios y anima a sus adversarios. Además aísla a su país internacionalmente y le obliga a repartir los esfuerzos y los recursos militares y diplomáticos. Para postre, en año electoral.

Por más que la Casa Blanca se esfuerce en separar la batalla del mar, vinculada a la amenaza al comercio internacional, de las de la tierra israelí y palestina, la realidad es que se hallan perfectamente engarzadas. Y así lo han entendido los propios aliados de Estados Unidos, especialmente los europeos, que no quieren verse arrastrados a la escalada cuando han venido trabajando por el alto el fuego y el final de la guerra de Gaza, causa y origen de la tensión en todos los frentes, también el marítimo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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