Cuando los judíos se refugiaban en un maizal
Si Roald Dahl volviera a aterrizar cerca de Haifa, como hizo en 1941, se encontraría un impactante giro de la situación
Pasé la Navidad leyendo libros deliciosos que no tienen nada que ver con el trabajo y uno de ellos fue la biografía de Roald Dahl, en la que aplica la misma sencillez narrativa con la que borda sus cuentos. Ha sido memorable. Volando solo (Alfaguara) recoge las aventuras de este autor británico que trabajó para la Shell en la Tanganica británica de los años treinta; que se vio obligado a atrapar alemanes cuando estalló la guerra y que lo hizo con menos ganas que su criado, descendiente de una tribu guerrera que había vencido a los masais y que no tenía problema en decapitar a los teutones que aún quedaban en África; que se alistó como piloto en la RAF y que combatió en el Mediterráneo lanzando bombas a los aviones de Hitler y, sobre todo, huyendo y esquivando las que le lanzaban a él. Su avión volvió a menudo a tierra con demasiados agujeros.
Entre esas páginas vibrantes hay un episodio que él cuenta con extrañeza, sin entender, y que nos lleva directamente al presente. Tras los desastres que sufrieron los ingleses en Grecia y Creta, la RAF se replegó en Oriente Próximo y la 80ª Escuadrilla, a la que él pertenecía, atacaba como podía a los alemanes y franceses de Vichy, a los que el autor no perdona. Su base estaba en Haifa, entonces británica y hoy israelí. Ante la seria posibilidad de ser descubiertos, Dahl fue enviado a echar un vistazo a una pista improvisada en unos maizales cercanos. Sus órdenes eran claras: no tomar tierra si había cualquier duda. Y allá se fue el joven Dahl, atemorizado, en busca de esa pista en la que esconder sus hurricanes si los alemanes descubrían sus posiciones.
Voló solo hasta que divisó la franja de tierra seca entre plantaciones de maíz, cabañas e higueras. Aterrizó y paró motores. Estaba atemorizado, y, de repente, no le rodeó el enemigo, sino un montón de niños junto a un hombre con acento alemán. Lo peor.
Dahl se puso en guardia y él se identificó: “Somos refugiados judíos. Los niños son huérfanos. Y este es nuestro hogar”. Y así fue cómo Dahl se encontró con una realidad que desconocía, que le chocó y que no entendió. Era 1941, nada sabía de la matanza de judíos en Alemania y menos aún que muchos estaban emigrando a esas tierras. Como relató el hombre, los lugareños les dejaban vivir en ellas.
— ¿Es suya esta tierra?—, preguntó.
— Aún no—, respondió el alemán.
A Dahl le sorprendió esa determinación. Acababa de toparse con el germen del Estado israelí y acabó discutiendo con él. Hoy, 82 años después, cabe preguntarse qué pensaría al aterrizar en el maizal y encontrar que aquellos judíos no son ya refugiados acogidos en tierras palestinas sino gobernantes envalentonados que han convertido a los palestinos en lo que ellos fueron: refugiados. En el mejor de los casos. Es lo bueno de leer. @bernagharbour
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.