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Columna
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La inutilidad de la guerra

Dicen que ser pacifista es de ingenuos que no entienden cómo funciona el mundo, pero lo ingenuo es creer que más gasto militar traerá la paz

Soldados israelíes desplegados en la franja de Gaza, en una imagen de las Fuerzas de Defensa de Israel.
Soldados israelíes desplegados en la franja de Gaza, en una imagen de las Fuerzas de Defensa de Israel.
Najat El Hachmi

En Primero de BUP, una amiga me grabó una cinta con canciones de El Último de la Fila que estuve escuchando hasta desgastarla. Me ponía en bucle Querida Milagros y lloraba por la absurda muerte del soldado Adrián. Algunos de mis compañeros de colegio fueron la última hornada de convocados a hacer el servicio militar obligatorio, y el antibelicismo no era solo una posición ética o un concepto abstracto, sino que se trataba de una oposición clara y precisa a un deber concreto que algunos llamaban “ir a aprender a matar”. En catalán era Carles Sabater, del grupo Sau, el que cantaba “no he nacido para militar”. Insumisos y objetores de conciencia pintaban los muros de los descampados con sus reivindicaciones; incluso los menos politizados se distraían garabateando “mili no” en los pupitres y baños del instituto.

Desde que se ha profesionalizado el Ejército y ningún hombre está obligado a adquirir formación militar, nadie canta la muerte inútil de ningún joven soldado, pero eso no significa que no haya hombres jugándose el pellejo por razones que a menudo les resultan lejanas o ajenas. Por eso, es difícil creer lo que afirmó días atrás el líder de un país donde la mili es obligatoria para casi todos y dista mucho de ser un simple entrenamiento: que son los reclutas los que le piden que no pare el fuego y siga con su criminal ofensiva contra los gazatíes. ¿Quién, pudiendo hacerlo, va a escoger la muerte en vez de la vida y la paz? Nadie en su sano juicio, nadie que no esté radicalmente desesperado, cegado por el odio o alienado por esos líderes que ordenan guerras desde sus despachos, sin mojarse nunca los pies en las trincheras ni mancharse las manos con la sangre de niños e inocentes. Y ni que fuera sangre de culpables: ¿qué sentido tiene haber domesticado la violencia con la ley para que ahora se aplique una venganza ciega y sin justicia?

Ser pacifista, nos dicen, es de ingenuos buenistas que no entienden cómo funciona el mundo, pero lo ingenuo es creer que el aumento del gasto militar traerá la paz, que se fabrican armas y misiles para guardarlos en almacenes y no usarlos nunca. Más ingenuo es pensar que alguien puede ganar una guerra o solucionar un conflicto con muerte y destrucción. Más ingenuo es pretender que algo bueno puede salir de la aniquilación de todo un pueblo, mostrada en vivo y en directo con el impotente testimonio de todos nosotros.

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