Las uvas
Después de un parón debido al cambio climático de los acontecimientos, íbamos a compartir la vida en respuesta a un tiempo ingrato, menesteroso y lleno de inquietudes

Por primera vez en toda la noche del viernes pasado, mis amigos se quedaron en silencio cuando saqué los platos de postre con las 12 uvas. Tardaron poco en llegar los comentarios chistosos, las palabras borrachas, una risa compartida que se movió bien entre las botellas de vino vacías y las servilletas de la mesa revuelta. Nos había reunido en mi casa, a las ocho de la tarde, un mismo deseo de fiesta. Yo hice una tortilla de patatas, compré una empanada de atún en la pastelería Mallorca y un poco de jamón en el mercado de Barceló. Cada cual trajo lo que pudo y se multiplicaron los panes y los peces.
Éramos 11, como un equipo de fútbol. Una vez más, después de un parón debido al cambio climático de los acontecimientos, íbamos a compartir la vida en respuesta a un tiempo ingrato, menesteroso y lleno de inquietudes. Las celebraciones sirven para quererse, para distribuir pasados, presentes y futuros en las palabras que saben ir y venir de boca en boca. Los recuerdos se convierten en profecías que tampoco se cumplirán y las promesas en nostalgias cargadas de complicidades. Sí, somos nosotros, somos la política, el fútbol, la música, la literatura, las ciudades, los trabajos y los días, nuestras vidas y nuestras muertes.
Como soy goloso y suelo comprar dulces, alguna tarta, algún pastel ruso, la sorpresa gastronómica se añadió al calendario cuando las 12 uvas irrumpieron en la mesa. Bromas, carcajadas, comentarios festivos y una pregunta: ¿pero esto? ¿Qué tienes en la cabeza? También una respuesta. Bueno, me apetecía celebrar el fin de año, reunirme, beber, tomarme en compañía las urnas, digo las uvas. Ya sé que el motivo de esta celebración es otro, pero no está mi mundo como para desaprovechar oportunidades. Así que, si no os importa, después de esta cena maravillosa y antes de buscar el whisky, vamos a tomarnos las uvas.
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