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Estar sin estar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El recuerdo inmenso

Celebro a una reina de la poesía y emperatriz del ensayo que pasó por este mundo con el nombre de Josefina García Marruz, que a un año de su muerte cumple el primer siglo de su merecida eternidad

El recuerdo inmenso
Jorge F. Hernández

Quizá la gran poesía es un inmenso recuerdo y quizá también el mejor arte del ensayo como forma de pensamiento andante no sea más que un abono volátil o inmóvil de un recuerdo inconmensurable que se va pensando paso a paso. Dicho lo anterior, intento celebrar a una reina de la poesía y emperatriz del ensayo que pasó por este mundo con el nombre de Josefina García Marruz y que a un año de su fallecimiento cumple ahora el primer siglo de su merecida eternidad.

Dejo para otro ancho espacio el elogio y gratitud de la elevada arboleda de su poesía, que le valieron merecidos premios como el iberoamericano llamado Pablo Neruda, el internacional con el nombre de Federico García Lorca y el Reina Sofía que en su caso es el precioso pleonasmo que subraya su majestad en verso, pero alargo esta frase con la intención de celebrar hoy a Fina García Marruz por la reciente edición de sus Pequeñas memorias, en la colección Pértiga ahora en coedición de Universidad Veracruzana con Ediciones El Equilibrista.

Se trata de una joya esmerilada por la nostálgica bondad del tiempo, un cuaderno que Fina escribió al filo de la edad de Cristo, hace poco menos de setenta años y que ahora se publica entero por primera vez y en la colección donde la genial travesura y atinado ingenio editante de DGE El Equilibrista había ya publicado una imprescindible antología de ensayos de García Murruz bajo el título Como el que dice siempre, también en Pértiga (que ya va siendo tiempo de que se conozca una de las bellas, exhaustivas e importantes colecciones de eso que llamamos ensayo/crónica o bien Vida sin Ficción en el idioma de la Ñ).

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Pequeñas memorias había quedado en “las oscuras manos del olvido” (como diría un inmenso poeta) y ahora de flor para su centenario sale del cajón para que todos podamos recorrer en prosa de poeta las claves de su obra, las llaves de su biografía, las fuentes genéticas de dos familias sintonizadas y divergentes (el bullicio de los Badía y la saudade de los Marruz), su amor ejemplar al lado y luz de Cintio Vitier, la inmensa sombra de palmera gigantesca de José Lezama Lima y el bendito consorcio o conglomerado o congreso de música, poesía y letras que se reúne aún legible como Grupo Orígenes. En este cuaderno de Fina García Marruz deambula el espectro de Juan Ramón Jiménez y de Cenobia Camprubí, mirando de lejos a Fina y Bella, las hermanitas de la boina que levitaban desde su belleza eterna entre la mejor literatura de todos los tiempos posibles y aquí también la nube lírica aparentemente impalpable o inalcanzable de Gastón Vaquero… aquí una mujer eterna de 32 años decide escribir como Pequeñas memorias su catolicismo conmovedor, y esa militante fe en la interminable obra de José Martí.

La joya de libro viene envuelta en el prólogo que la presenta, con un discreto título como caricia o susurro, firmado por Josefina de Diego y García Marruz, hija de Bella (bella ella misma) y de Papá Eliseo, hermana de un Constante y jimagua de Eliseo Alberto; por ende, mi trilliza. Fefé presenta a Fina con la luz del retrato pausado, acuarela de amor conocedor del tiempo que vivió la poeta que ensaya y óleo que merece mural de la ensayista que destila poesía hasta en el elogio de la Dicha. Fefé en el silencio de los prólogos que se vuelven a leer como constante armonía al contenido del cuaderno, vehículo de sincronía para tiempos que parecen lejanos, aunque por debajo de esa persiana parece sonar una música llamada melancolía.

Debo a Fefé el inmenso recuerdo de haberme llevado como hemano menor a la casa de Fina García Marruz una calurosa soleada tarde que parece no extinguirse por el tamaño de memoria: es inmenso el recuerdo por el tiempo que se congela, por el peso atómico de la emoción que entraña, por la irremediable distancia de las personas que ya no vivían cuando por fin conocí a tía Fina y porque mi saudade se llena de lágrima inmensa pensándola ahora eterna.

Fefé me llevó de la mano con una caja de bolígrafos de tinta indeleble para que la ensayista poeta siguiera escribiendo lo que escribía desde siempre y hasta el último minuto de una hermosa sinfonía de arte y sentir, de agua de coco y sabor a sudor, de silencio en malecón de murmullos y paisaje del alma… algo que heredaron sus hijos músicos, sus sobrinos monumentales, su hermana Bella… su marido Cintio como estatua endecasílabo… su cuñado Eliseo Diego… sus miles de lectores que espero se multipliquen con la irradiación de toda su obra y el hermoso retrato que abre párpados presentados por su sobrina Fefé que me llevó a conocer a tía Fina el hermoso día en que le leí el atrevido párrafo de una novela donde aparece Fina García Marruz leyendo un poema en una página inventada, que al leérselo en persona y mecedora habanera, la verdadera Fina sincronizó con su inmenso recuerdo la recitación sintonizada sílaba por sílaba con el poema ya novelado… y afortunadamente hay filmación del milagroso instante con el que intento decir que la Poesía con mayúscula, el Ensayo de emoción y entraña o bien la Literatura luminosa casi indescriptible no sea más que el recuerdo inmenso, infinito, incandescente aunque una diosa lo tituló Pequeñas memorias.


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