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Cartas de Cuévano
Columna
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Tía Fina

Fina García-Marruz se ha ido de este mundo al filo de sus cien años de vida

TIA FINA

Josefina García-Marruz nació en La Habana el 28 de abril de 1923 y una nube de madrugada en Madrid acaba de intentar su lluvia con el aviso de que Tía Fina se ha ido de este mundo al filo de sus cien años de vida. Deja casi una veintena de libros de altísima poesía y otra veintena de crítica en prosa pura y ensayo de elevadísima dulzura no exenta de delicada erudición. Su voz dulce –ya en la tinta de sus versos o en el casi murmullo de su conversación—apelaba a la inteligencia del interlocutor y a la música epidérmica y silábica de cada palabra que cantaba calladamente por la rendija de su sonrisa. Por contagio del editor Diego García Elío y con el permiso de sus sobrinos Constante y Eliseo Alberto de Diego y García Marruz, se me concedió tutearla como Tía Fina, inmensa poeta que obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2007 y el prestigioso Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2011 y que se gastaba hasta los últimos días de su casi centenaria vida no pocas cajas y cajas y cajas de bolígrafos de punta redonda con interminables ensayos ya de Quevedo o de Martí, ya del tiempo que le pertenece ahora más que nunca o de la inmarcesible amabilidad de la vista a través del ojo.

Aunque no gemela, su hermana Bella y la propia Fina hipnotizaban las fachadas de esa arquitectura del salitre que arquea por centro Habana y se abre como horizonte por todo un malecón. Ambas de boina vasca o moños en el pelo, hipnotizaron también a Juan Ramón Jiménez y a no pocos letrados que levitaron por Cuba en tiempos de trajes de lino de tres piezas y zapatos bicolores. Bella como su hermana Bella, ambas fueron enamoradas y enamoraron a los poetas Cintio Vitier y Eliseo Diego de esos amores de cien años que son eternos y entre los cuatro fundaron una familia nodal de la cultura cubana, amén de participar, alentar y sustentar al grupo Orígenes, donde oscilan en sagrada gloria literaria José Lezama Lima, Virgilio Piñeira, el padre Gastelum y otros no pocos más de los más finos autores de esa isla encantada.

Estos párrafos intentan abrazar no sin llanto a los fantasmas de sus sobrinos Constante conocido como Rapi y Eliseo Alberto, mi hermano mayor llamado Lichi y son letras de tinta salada bajo los mismos párpados con los que escribí aquí mismo una despedida en seis cuerdas para su hijo Sergio y son también párrafos para abrazar a sus nietos que florecieron de Silvia y de su hijo José María, uno de los más grandes pianistas que ha dado el arte. Son besos a una nube fina, fina poeta-finísima mujer; refinado encaje de mimbre de una mecedora al filo de un librero ahumado por el mar donde se alinean quiénsabecuántos tomos de un tal José Martí y la delicada voz fina de Tía Fina que me abrazó en La Habana una mañana ya terna en que me llevó a verla su sobrina Fefé, que lleva su nombre Josefina y es jimagua de Lichi y por ende, mi gemela.

Adorada gemela Fefita que heredó la voz de su tía tocaya es testigo del callado nerviosismo con el que me hinqué al filo de la mecedora en su casa de La Habana y le consta que me enamoró desde el saludo con sus manos de rimas y la métrica de su hermosa piel. Cometí el atrevimiento de leerle un párrafo no del azar sino intencionado de una novela que no merece amnesia, donde un personaje alado, un arcángel anónimo contempla el valle superpoblado de la Ciudad de México desde el barandal del Castillo de Chapultepec. El Ángel de esa novela se queda silencio y absorto al escuchar como brisa la voz de una mujer bella y fina, joven y centenaria, que recita un hermoso poema no en voz alta sino en murmullo como de papel al vuelo… y al irle leyendo sus propios versos plagiados para abono de ese párrafo, Tía Fina recitó en armonía, de memoria y susurros a dos voces para que ambos terminásemos cerrando las tapas de esa novela como quien sella un beso… o una blanca lápida.

Ama la superficie casta y triste del mármol que ahora trasciendes, flotando sobre una playa lila con el traje aquel que era de Bella… porque eres la que fuiste sabiendo que ahora quizá nada seas y porque sólo ha de quedar todo lo que quisiste. Te abrazo llorando tía Fina, que avisaste que la luz es ilusión y también locura… ahora que Dios no mira la imagen que tú sabes que eres, sino la bella y fina imagen que prefieres… y que todo lo que amas y amaste en vida, la luz que emana del pan, las notas de un piano en la madrugada y el eco de una guitarra en la sombra, te dicen al espejo lo que heredas a tus lectores, puesto que todo esto es así: sólo procura que tu máscara sea verdadera… ya para siempre.

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