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Columna
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Mujeres en ‘apartheid’

Las noticias que siguen llegando de Afganistán son escalofriantes. Es un infierno feminicida. No hay peor lugar en la tierra para ellas

Una mujer camina por una calle del centro de Kandahar.
Una mujer camina por una calle del centro de Kandahar.Luis de Vega
Lluís Bassets

Es vertiginosa la velocidad de los cambios. Su profundidad parece lejos de nuestra capacidad de comprensión. Y también de nuestros sensores morales, si acaso siguen activos. Hace solo dos años, la cotización de Joe Biden estaba por los suelos, la Unión Europea se sentía abandonada por Estados Unidos, y alguno de sus socios, como Francia, traicionada por el Aukus, la alianza militar con el Reino Unido y con Australia para dotar a este último país de submarinos nucleares estadounidenses en sustitución de los franceses. La desordenada y catastrófica salida de las tropas occidentales de Kabul parecía confirmar el retroceso del imperio americano y la muerte cerebral de la OTAN diagnosticada por Macron.

¿Alguien se acuerda del horror de aquellos dramáticos días de agosto? De los diplomáticos y militares europeos que quedaron tirados en Kabul, tardíamente avisados, sin apenas medios para repatriarse antes de que los talibanes entraran en la capital. De los afganos que pretendían huir agarrados a las alas de los aviones y cayeron precipitados en cuanto los aparatos despegaron. De los colaboradores de los occidentales, chóferes e intérpretes sobre todo, sin protección ante el destino que les esperaba por espías y traidores a su país. De los militares y policías del régimen caído que no se habían pasado al enemigo a tiempo. Y, ante todo, de las mujeres, de las niñas y las mujeres de Afganistán.

Son escalofriantes las noticias que siguen llegando del país de los talibanes. Es un infierno feminicida. No hay peor lugar en la tierra para ellas. No tienen derecho a nada. Según Naciones Unidas, un auténtico régimen de apartheid rige para la mitad de la población, sobre la que se ciernen todas las prohibiciones: salir de casa sin vigilancia masculina, mantener sus negocios abiertos, usar servicios y espacios públicos, acceder a la educación y al trabajo y, por supuesto, liberarse del rigorismo del burka. La mayor parte de los decretos del Gobierno son prohibiciones y restricciones a la vida de las mujeres.

Todo ha ido a peor desde que los talibanes recuperaron el poder. Han regresado los matrimonios infantiles, ha aumentado la violencia doméstica contra mujeres y niños, también la mortalidad maternal en el parto. Con el añadido de una economía arruinada y una crisis humana galopante, que ha dejado a cuatro millones de personas, en su mayoría población infantil, en estado de malnutrición severa.

Y lo peor de todo. No hay novedad. No cabe fingir ignorancia. Solo la mala excusa de que la velocidad y el vértigo conducen a la dejadez y al olvido. No los merecen las mujeres afganas y menos todavía las niñas que conocieron la libertad, la educación y el trabajo antes de que la rendición ante los talibanes les hurtara todos sus derechos. También los talibanes están cometiendo crímenes contra la humanidad y merecen ser juzgados por un tribunal internacional como Putin. Que un criminal enorme no nos haga olvidar a los otros criminales.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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