Riesgos
Qué impecable sería la democracia si todo el mundo tuviese que elegir lo bueno, o sea lo que voto yo
Sabemos que el reparto de premios en política rara vez es justo. Con frecuencia se lleva la corona de laurel no el que la merece, sino el que sobrevive a quienes la merecieron. O el que más prisa se da en ponérsela. Y lo mismo pasa con el castigo: cae no sobre los peores, sino sobre quienes no cuentan con la veleidosa absolución popular. Recuerden el discurso de Marco Antonio en las exequias de César según Shakespeare. Viniendo al día de hoy, que desaparezca un partido como Ciudadanos, que se equivocó bastante, pero aportó una dignidad política inédita y, en cambio, el PSOE, que lo viene arrollando todo con la máxima indecencia, solo haya padecido por el momento un severo tirón de orejas (esperemos que el mes que viene se sirva el segundo plato), me parece una radical injusticia. Si la Historia es el Juicio Final, como creyó Hegel, podemos encontrarnos como presidente del tribunal a Conde Pumpido: ¡el chasco divino! Sobre la preciosa (en más de un sentido) Inés Arrimadas, que sale del escenario donde quedan zapateando tantas petardas, ya ha dicho inmejorablemente lo debido Cayetana Álvarez de Toledo.
Una reciente carta a la directora, titulada “Gobiernos nocivos”, empezaba diciendo “Como demócrata, estoy muy preocupado ante un posible gobierno entre PP y Vox”. Lo entiendo, yo también estoy preocupadísimo como demócrata ante la posibilidad de que repita el ingenio Frankenstein. Es lo malo de ser demócrata, el riesgo de que la mayoría elija lo que uno detesta: ¡qué impecable sería la democracia si todo el mundo tuviese que elegir lo bueno, o sea lo que voto yo! Pero no dramaticemos ni frunzamos el ceño, sonriamos, como pedía aquel editorial: “PP y Vox alientan el espantajo de guardarropía de una España amenazada”. ¡Venga otra de gambas, viva el buen humor!
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