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Columna
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Candidatos

¿Quién soy yo para codearme con el refulgente escuadrón de héroes y sobre todo heroínas que tienen que salvar a la democracia progresista de la sublevación reaccionaria?

Dos personas pasan frente a unos carteles electorales en Bilbao.
Dos personas pasan frente a unos carteles electorales en Bilbao.LUIS TEJIDO (EFE)
Fernando Savater

Estoy bastante sordo, puedo considerarme gordo y no soy bollera porque mi autodeterminación no me ha llevado todavía por ahí, pero con el tiempo ya veremos: por lo demás, soy incapaz de cualquier gestión administrativa y no tengo ni idea de economía. O sea que estoy inmejorablemente diseñado para ocupar un puesto en cualquier ayuntamiento de izquierdas, sea cuqui o valiente. Sin embargo, no me he decidido a presentarme en ninguna lista para los comicios de mañana, de modo que tendrán ustedes que resignarse y votar a los demás. No ha sido el miedo escénico ni la pereza lo que me han hecho renunciar al honor cívico, sino la humildad: ¿Quién soy yo, un simple macarra madrileño (y de adopción, además), para codearme con el refulgente escuadrón de héroes y sobre todo heroínas que tienen que salvar a la democracia progresista de la sublevación reaccionaria que pretende retrasarnos a los tiempos oscuros en que el sexo era binario y biológico, muchos creían que en la Guerra Civil no solo hubo malos y buenos sino también mediopensionistas, que el racismo consiste en privar de su lengua materna a los convecinos y no solo en insultar a los negros, etcétera? Domine, non sum dignus... por muy sordo, gordo y futura bollera que llegue a ser.

Cuenta Laercio que en cierta ocasión su tocayo Diógenes fue hecho prisionero por unos piratas y vendido como esclavo. Cuando empezó la subasta le preguntaron que sabía hacer para interesar a los compradores y el cínico repuso: “Lo que mejor hago es mandar. Mira a ver si alguien quiere un amo”. Siempre recuerdo esta anécdota en periodo electoral cuando oigo el autoelogio de los candidatos. Lo único que todos dejan claro es que saben mandar mucho mejor que justificar la utilidad pública de sus órdenes. Pero ¿queremos amos?

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