Todo a la vez en todas partes
La discusión climática se nos ha echado encima en plena campaña electoral y lo que debería ser un acuerdo transpartidista puede acabar sumándose a la enorme lista de asuntos que nos dividen
Esta columna no va de películas. Si acaso, una de miedo o del género distópico. Porque me siento obligado a volver sobre el tema del cambio climático, todo eso que está ocurriendo a la vez en todas partes. Aquí la discusión se nos ha echado encima en plena campaña electoral y esta coincidencia nos hace temer que lo que debería ser objeto de acuerdos transpartidistas pueda acabar sumándose a la enorme lista de asuntos que nos dividen. Que se sepa, Vox es el único de nuestros partidos abiertamente negacionista, así que nada impide en principio que sea factible llegar a un acuerdo básico entre todos los demás en torno a la urgencia de adoptar medidas para regular los usos del agua, la defensa de los bosques, el combate de las olas de calor, las energías alternativas o cualquier otra cuestión relacionada con lo que ya está aquí y de lo que no nos podemos escapar.
El precedente de lo ocurrido en Doñana no es, sin embargo, demasiado ejemplar. Tuvo la parte buena de desvelar el desmán; la mala es que se notó demasiado que la publicidad del escándalo obedecía a intereses electoralistas. Me parece estupendo que corramos todos a evitar el inevitable deterioro del parque nacional, lo que resulta inquietante es que el partido que ahora tanto se escandaliza no hubiera tomado medidas drásticas para evitarlo cuando estuvo al frente del Gobierno de la comunidad andaluza. Que proliferaran allí los pozos ilegales era bien sabido; y que eran tolerados, también. Y luego está la desafortunada y ridícula operación del PP ante la Comisión Europea, parapetándose detrás del líder del grupo popular, Manfred Weber, acusando al comisario de Medio Ambiente de hacer electoralismo a favor de los socialistas. De vergüenza ajena. Como si necesitáramos una madrastra que mediara en nuestros continuos conflictos políticos.
Me parece muy saludable que los partidos compitan en el eje más-menos-ecologismo. Además de inevitable es positivo. Véase el caso de Los Verdes alemanes, que empujaron a los demás partidos del país a incorporar la cuestión ecológica entre sus principios programáticos. Otra cosa ya es que los partidos no puedan llegar a acuerdos sobre cuáles son las líneas rojas que nunca deben traspasarse en defensa de algunos fines medioambientales. En teoría, en el caso de Doñana la declaración de parque nacional debería haber sido ya suficiente protección; en la práctica no ha servido de mucho. La verdadera garantía reside en impedir que algún partido pueda obtener réditos electorales específicos por desviarse de los objetivos declarados como necesarios. Algo parecido a lo que fuera en su día el Pacto de Toledo sobre las pensiones. No soy muy optimista al respecto, porque ya vimos lo que pasó con la pandemia, pero no está de más advertir cuáles pueden ser las consecuencias de no hacerlo. Por desgracia están ya demasiado a la vista.
La característica general del cambio climático es que se trata de una “catástrofe sin acontecimiento”. No ocurre por la aparición de un virus, la erupción de un volcán o similares; deriva de una pérdida de equilibrio: cuando de un estadio hasta entonces estable se pasa de repente a una situación de inestabilidad radical, el tipping-point del que hablan los científicos para referirse al punto de no retorno en el destrozo de los equilibrios ecológicos. Ignoro si ya lo hemos alcanzado o si estamos a punto. Antes pensábamos que debíamos movilizarnos para evitarlo en nombre de las generaciones futuras; ahora descubrimos con horror que puede afectarnos a nosotros mismos. Banalizarlo con el politiqueo no es solo una irresponsabilidad, es caer en la más burda estulticia.
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