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Columna
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Baraja española

La marcha de Ferrovial a Países Bajos no debe ser interpretada como una afrenta para la nación. Más bien como una rabieta clásica entre el dinero y la oficina recaudatoria

El presidente de Ferrovial, Rafael del Pino.
El presidente de Ferrovial, Rafael del Pino.Pablo Monge
David Trueba

La baraja española es uno de esos grandes inventos con fines lúdicos que alcanza sin pretenderlo la capacidad de encerrar la definición de un país en cuatro rasgos. Más allá de la investigación genética, los españoles sabemos que dentro llevamos los impulsos de los oros, las copas, las espadas y los bastos. He ahí nuestra complejidad. Pero volvamos al juego. Hace décadas, el padre del director de cine José Luis Cuerda le ganó al póker un piso en el paseo de la Habana a un empresario de la construcción. Los profesionales del juego saltaban de la cama a la timba cada vez que algún pardillo forrado de millones sucumbía a la tentación de sentarse a la mesa en una de esas noches infinitas. La resolución de aquella partida puede considerarse una requisa afortunada en favor del arte y el entretenimiento patrio. El empresario no dejó de estar forrado, pero a Cuerda aquello le otorgó un trampolín en la capital del que regresaría a su Albacete natal para filmar la obra cumbre del cine de culto en España: Amanece, que no es poco.

En nuestros días se ha desatado una pequeña trifulca a cuenta de la decisión de la empresa Ferrovial de deslocalizar su matriz empresarial y llevársela a Países Bajos. Este golpe bajo, solo comparable al exilio voluntario de El Rubius a Andorra, no debe ser interpretado como una afrenta para la nación. Más bien como una rabieta clásica entre el dinero y la oficina recaudatoria. Un asunto que se ha repetido a lo largo de la historia cientos de veces. Los grandes empresarios se hacen de oro porque tienen un oído fino para captar las necesidades y caprichos de la sociedad en la que viven. Pero suelen irse a pique precisamente cuando pierden ese radar y se desconectan. En eso, aunque ellos no lo quieran reconocer ni en sueños, los empresarios se parecen a los políticos.

La más sutil de las subvenciones consiste en el destino que se elige para el gasto público. Las constructoras reciben un maná para desarrollar infraestructuras imprescindibles, pero en demasiadas ocasiones han estado íntimamente relacionadas con el presupuesto publicitario de los partidos políticos. Esa cama revuelta la conocen todos los españoles bien informados, que atesoran en su memoria demasiados casos de corrupción. Es la razón por la que nos levantan la calle cada poco tiempo y nos rehacen las mismas plazas sin dar nunca, vaya usted a saber por qué, con el diseño adecuado. Es la razón por la que se abren las mismas zanjas una y otra vez. Si se destinara una mínima parte del dinero público a la danza, ahora tendríamos 20 Nureyev apellidados López. La calidad de nuestra obra pública ha permitido que grandes empresas constructoras nacionales sean gigantes de proyección mundial. Y esto es algo bueno para todos. No es fácil regular los límites de los negocios lucrativos, por eso la política fiscal de un país tiene que aparentar ser una corbata de seda más que una soga de cuerda. Recaudar no frena el impulso empresarial, sino que por el contrario lo estimula, porque el Estado es el gran contratador. La pataleta de Ferrovial ha desencadenado la pataleta del Gobierno. Ambos se necesitan, así que sería bueno que sellaran la paz, porque en Holanda los españoles siempre seremos bajitos. Nuestra baraja recuerda a la euforia de los oros y las copas que las espadas y los bastos también participan del juego. El momento histórico dicta en qué palo pinta.

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