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tribuna
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Feijóo tropieza con los fantasmas del 1-O

La dimisión de Cabrales no solo es el fracaso de la meritocracia en nuestras instituciones, simboliza la cabeza de turco de quien quiere hacerse perdonar ser parte implicada en que el ‘procés’ acabara explotando

Antonio Cabrales
Antonio Cabrales, segundo por la izquierda, junto a los demás galardonados con los premios Rei Jaume I de 2021 en Valencia.Mònica Torres
Estefanía Molina

Alberto Núñez Feijóo ha tropezado con los fantasmas del 1 de octubre de 2017 en Cataluña. El candidato propuesto por el Partido Popular para consejero del Banco de España, el economista de prestigio Antonio Cabrales, dimitió este martes a las pocas horas de tomar posesión del cargo. Su pecado: firmar una carta en 2018, donde un puñado de economistas españoles mostraban su apoyo ante la Universidad escocesa de St. Andrews, cuando la prófuga independentista Clara Ponsatí pidió la readmisión en su cátedra.

Así que la primera reflexión va sobre qué tipo de profesionales queremos al frente de la Administración, si los mejores, o los que juren fanatismo ideológico frente al dedo de quien los pone. Esto aplica para la mayoría de los partidos, lamentablemente. Mucho pedir la despolitización de ciertos órganos constitucionales, de reprobar el tufo de la mano política, pero algunos ya celebran la cabeza de un reconocido catedrático de la Universidad Carlos III. Tal es su hipocresía.

Cabrales era tan merecedor del puesto que cantidad de economistas, de todo signo, se han manifestado para apoyarle en redes, incluso tras conocer la susodicha carta. Un amigo que cursó su asignatura en la Universidad me dice: “El tipo sabía mucho y era el típico técnico a quien la política le daba igual. Entonces, pues si a nivel personal conocía a fulano o mengano, seguro que firmaría”.

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Queremos que nos gestionen mentes brillantes, pero luego promovemos el ostracismo civil por aquellos actos o pensamientos que nuestra moral particular considere ilícitos. Lo que hizo Cabrales puede ser reprochable, pero no es delito. Queremos gente que no viva de la política, pero dejamos que dimita un señor que, efectivamente, no la necesita. Por eso, opta por irse antes de que la trituradora pública manche su nombre con habladurías.

Aunque algunos dirán que lo de Cabrales es un pecado gravísimo, porque el manifiesto alude a que la exconsellera Ponsatí está “totalmente comprometida con los principios democráticos y de acción política no-violenta” como “distinguida académica y servidora pública”. Bonita reconciliación con España nos quedaría, si empezáramos a purgar a cualquier ciudadano de Cataluña que apoyó entonces a los líderes del procés. Que levante la mano un solo catalán que no tenga amigos o conocidos independentistas. Medio Parlament sigue hoy en manos de esas fuerzas.

Los motivos de Cabrales son distintos. Fue compañero de Ponsatí en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y no la apoyaba por ser indepe, sino por su condición académica. Las lógicas de admiración entre profesionales distan mucho de ciertas lógicas de peloteo partidista. Y todavía hay ciudadanos capaces de sobreponerse al bucle de polarización que nos invita a retirar la palabra a otro, solo por sus circunstancias políticas. Por qué debería cargar Cabrales con lo que otros hicieran.

Lo más triste es que esto no va solo de meritocracia, sino de la vergüenza que aún siente el PP por el fracaso del 1 de octubre de 2017. “Qué diría Vox, si se entera de esto” quizás pensó algún dirigente de Génova 13, de esos que se alborotaron con la noticia. Nos cuentan que Cabrales dimitió porque quiso. La realidad es que el PP sigue queriéndose hacer perdonar mil veces por ser parte implicada en que el procés acabara explotando, como hizo.

Prueba es que cuando apareció Ciudadanos, en Génova hasta tuvieron que agachar la cabeza porque le reprochaba haber pactado con CiU. Luego llegó Santiago Abascal, y empezaron las manifestaciones contra los indultos, poniendo el grito del cielo contra el diálogo con el Govern. Vamos, que el PP se vio manifestándose en Colón contra sí mismo. El Gobierno de Pedro Sánchez solo ha intentado apaciguar el agravamiento que la desidia de Mariano Rajoy produjo frente al conflicto en Cataluña.

Y ello no es gratuito. Feijóo seguirá arrastrando en este año electoral la incapacidad de pactar con ninguna fuerza nacionalista, ni vasca ni catalana, ni de otras regiones varias, por la intransigencia territorial de un Vox que necesita, y a quien la propia derecha dio alas.

La dimisión de Cabrales no solo es el fracaso de la meritocracia en nuestras instituciones, ese ideal democrático que nos gustaría. Simboliza la cabeza de turco de quienes, a diferencia de él, jamás reconocerán sus propios fantasmas. Eso sí, Cabrales se va de motu proprio, que no se diga que el PP está buscando redimirse del pasado haciendo purgas a la disidencia.

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Sobre la firma

Estefanía Molina
Politóloga y periodista por la Universidad Pompeu Fabra. Es autora del libro 'El berrinche político: los años que sacudieron la democracia española 2015-2020' (Destino). Es analista en EL PAÍS y en el programa 'Hoy por Hoy' de la Cadena SER. Presenta el podcast 'Selfi a los 30' (SER Podcast).

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