Nueva etapa en Ucrania
La aprobación por parte de Alemania del envío de los tanques Leopard puede cambiar el rumbo de la guerra
Ucrania y sus aliados, con Alemania y Estados Unidos al frente, han vuelto a demostrar la resolución y la unidad que pide la defensa de Ucrania frente a la invasión de Putin. A pesar del ruido inevitable que rodea las decisiones trascendentes, el canciller Olaf Scholz mandará tanques Leopard de licencia alemana a Ucrania, entrenará a los tanquistas y ha dado vía libre a su envío a los países de la OTAN que los poseen y que deseen suministrarlos al ejército de Ucrania para enfrentarse a la ofensiva que Putin está preparando para finales de invierno.
Era una decisión difícil, aunque necesaria y obligada. Los contratos de venta de este tipo de armas exigen la autorización del país fabricante cuando se trata de cederlos a países terceros. A la iniciativa alemana seguirá la de otros países, tal como ha indicado ya Estados Unidos, con su disposición a mandar blindados Abrams, y también España ha expresado la intención de hacer lo propio. Una amplia coalición de socios de la OTAN contribuirá así a la conformación de la fuerza mecanizada de Ucrania destinada a defenderse ante las fuerzas rusas, e incluso a recuperar al menos parte del territorio oriental en manos de Rusia, hasta abrirse paso al mar de Azov y cortar la comunicación terrestre con Crimea. La fuerza militar es la condición necesaria de cualquier posible negociación de paz en condiciones favorables.
Una vez en marcha el envío de los tanques a Ucrania, adquiere todo el sentido la prudencia demostrada por la OTAN, el Pentágono y el Gobierno de Kiev ante la lentitud deliberativa y las vacilaciones de Alemania. Las críticas acerbas del Gobierno derechista de Varsovia por la demora de Berlín, además de injustas, son perjudiciales para la imagen de unidad y de templanza que necesita la coalición. Responden a resentimientos históricos que deberían estar superados y a los intereses espurios del partido gobernante, el PiS (Partido de la Ley y la Justicia).
En el objetivo militar de Ucrania subyace la voluntad de convertir la península de Crimea, de improbable recuperación por la fuerza, en un territorio de imposible defensa y gestión por parte de Moscú, una situación que podría conducir al Kremlin a plegarse a una negociación sin condiciones con Kiev. En caso contrario, la guerra amenaza con estancarse hasta fijar la línea de separación sobre el frente y engendrar un peligroso y enorme territorio congelado, como sucedió al término de la guerra de Corea en 1953. Esa situación sería totalmente indeseable para una Ucrania que quiere ser europea y sería también una derrota para la UE y para la OTAN. Pero sería también un pésimo ejemplo con algo de recompensa implícita a la imposición de un nuevo orden fruto de la agresión militar. Ese escenario dejaría abierto el conflicto y conduciría a una tensión permanente y un intenso rearme frente a un vecino probadamente peligroso.
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