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Más que tanques

Al filo del primer aniversario de la invasión, el Kremlin recibe un claro mensaje. Los carros de combate le dicen que es absoluta la resolución de los aliados de Ucrania

Carros Leopard de la OTAN, durante unos ejercicios en Letonia.
Carros Leopard de la OTAN, durante unos ejercicios en Letonia.INTS KALNINS (REUTERS)
Lluís Bassets

Los tanques no son solo tanques. Si son alemanes son Panzern, palabra que evoca la historia de la guerra motorizada y marca la historia militar del siglo XX y especialmente de la II Guerra Mundial. Ucrania los necesita en grandes cantidades para expulsar al invasor antes de que se congele el conflicto, se agoten las municiones y la moral de los ucranios y de sus aliados, el país quede reducido a un campo de ruinas y quizás se abra una desfavorable mesa de negociación. Corre el riesgo de perder territorio, quedarse sin indemnizaciones ni reparaciones a cargo de Moscú y, por supuesto, dejar márgenes a Putin, sus generales y sus secuaces para que salgan impunes de la guerra que declararon hace un año e incluso puedan sentirse tentados a reanudarla o repetirla en otros países.

Se los suministrará una amplia coalición de países de la Alianza Atlántica, España entre otros, encabezada por Alemania y Estados Unidos. Al filo del primer aniversario de la invasión, el Kremlin recibe un claro mensaje. Los tanques le dicen que es absoluta la resolución y la unidad de los aliados de Ucrania. La guerra larga que quiere Putin sería un lastre insoportable para la economía europea y mundial y un peligro permanente de que el incendio se extendiera. Por mucho que se demore la instrucción de los tanquistas y su entrada en combate, cuantos más tanques y cuanto antes lleguen, más breve será la guerra y antes se alcanzará la paz.

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No es lo mismo mandar tanques que recibir a refugiados, organizar ayuda humanitaria, ni siquiera suministrar poderosas armas solo defensivas, como los misiles antitanques, las baterías Patriot o los Himars. La iniciativa determinará probablemente el curso, el ritmo y el desenlace de la guerra. Y como consecuencia, el futuro orden europeo. Esta es la cuestión candente, más que los problemas técnicos, los inventarios y las ventajas de los Leopard sobre los Abrams.

Detrás de los tanques había una difícil decisión política respecto a la guerra y a la paz, en la que no había ni hay unanimidad. Exigía un enorme equilibrio para mantener la cohesión de los aliados, acotar su función defensiva y eludir el protagonismo alemán. El canciller Olaf Scholz, que preside un Gobierno de coalición, lo ha conseguido. Las dictaduras no tienen este tipo de dificultades.

Tres ideas de resonancias históricas sintetizan las divergencias. El apaciguamiento, propugnado por quienes consideran que no hay que mandar más armas, para apostarlo todo exclusivamente a la diplomacia. La contención (containment, en inglés), postulada por quienes quieren frenar a Rusia hasta echarla de Ucrania para sentarse inmediatamente a negociar. Y la escalada sin límite hasta la derrota total de Putin, su rendición y su desarme, de forma que deje de ser un peligro para sus vecinos, no tan solo europeos. De momento, los apaciguadores están fuera de juego, se oyen las voces estridentes de los escaladores y mantienen la centralidad los partidarios de la contención. Que no consiste en atacar el territorio ruso, sino en poner todos los medios —100 tanques ahora o 300 dentro de unos meses— para que Ucrania se defienda hasta que cese la agresión y entonces pueda abrirse camino la diplomacia hacia la paz.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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