El arte putinista de la guerra
Todas las estrategias han fracasado hasta ahora y anuncian futuros fracasos. En el horizonte se dibuja un pésimo final, el que suelen sufrir y merecer los imperios
Las estrategias cambian. A veces incluso se solapan y amontonan. Una nueva aparece sin que haya sido abandonada la anterior que ha fracasado. Pero las tácticas y los instrumentos no varían, son los mismos que caracterizan el arte de la guerra de los ejércitos rusos desde que VVladímir Putin es su comandante en jefe. Los aplicó en Chechenia, en Georgia, en Siria y ahora los aplica en Ucrania, con el resultado de muerte y devastación que conocemos.
La estrategia inicial debía ser fulgurante, puesto que trataba de descabezar al Estado ucranio en tres días, para colocar en Kiev un Gobierno dócil al Kremlin. No abandonó el objetivo de ocupar y anexionar el país entero, quizás con excepción de las provincias de Galitzia y Volinia que antaño fueron polacas. Pero apareció una nueva superpuesta que no descarta a la anterior: hacerse con parte de la Ucrania oriental, históricamente denominada Nova Rossiya (o Nueva Rusia) y consolidar las conquistas en una negociación. Esa también ha fallado, puesto que Ucrania ha recuperado gran parte del territorio y las ciudades estratégicas de Jersón y Járkov.
Ahora quiere obtener un éxito más propagandístico que estratégico con el asalto cruentísimo a Bajmut, para ocultar el fracaso de su guerra de invierno, con la que pretendía dejar a los europeos sin energía y doblegar a los ucranios con su terrorismo balístico. Son argumentos que regala a sus adversarios en favor del suministro de armas más ofensivas: los misiles ATACMS de largo alcance, con los que neutralizar los mortíferos ataques aéreos, como el sufrido en Dnipró el pasado fin de semana; y los blindados, de momento los ligeros ya comprometidos, pronto los Abrams y Leopard, más pesados y eficaces, para que rompan las líneas rusas y frenen la marea de medio millón de nuevos soldados que Putin ya prepara para la primavera. Promete ser larga esta nueva estrategia, quizás hasta congelar las líneas del frente al igual que al final de la guerra de Corea en 1953.
Los métodos bélicos son la variable fija de Putin, basados en la abundancia de masa humana, la capacidad de los arsenales y de la industria de guerra para proporcionar munición, la seguridad derivada de la profundidad territorial rusa y, sobre todo, la ausencia de límites políticos y morales para su utilización en la doble función de exhibir el poder imperial cuya reivindicación y mantenimiento es el objetivo central de la guerra.
Su poder militar es inmenso, pero no inagotable. No sirve para nada ni para nadie que no sea para justificarse a sí mismo, al servicio de Putin y sus secuaces. Las estrategias cambiantes, como los recientes relevos en la cúpula militar, denotan desorientación y debilidad. Demuestran mayor confianza en los instrumentos tácticos que en unos objetivos que son móviles e imprecisos. Todas las estrategias han fracasado hasta ahora y anuncian futuros fracasos. En el horizonte se dibuja un pésimo final, el que suelen sufrir y merecer los imperios.
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