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Un diálogo sobre el apocalipsis nuclear

No hay que descartar nada, pero sobre todo hay que perder el miedo al miedo, como dijo un famoso presidente de EE UU

El presidente ruso, Vladímir Putin, contempla las imágenes de los ejercicios llevados a cabo por las fuerzas nucleares estratégicas rusas el pasado mes de octubre.
El presidente ruso, Vladímir Putin, contempla las imágenes de los ejercicios llevados a cabo por las fuerzas nucleares estratégicas rusas el pasado mes de octubre.SPUTNIK (via REUTERS)
Lluís Bassets

Putin no se atreverá.

—No digas nunca jamás. Medvedev ha dicho que las potencias nucleares no han perdido nunca en grandes conflictos en los que está en juego su destino.

—Es discutible, pero es una amenaza en el mismo momento en que los aliados barajan el suministro de más armas a Kiev. Esos rusos son unos bocazas.

—No creas. Putin ya ha utilizado el arma nuclear como instrumento de disuasión. Solo mostrarla ya produce sus efectos. Así ha delimitado el perímetro de la guerra y dificultado el suministro de armas a los ucranios para que se defiendan.

—¿Quieres decir que sin la amenaza la guerra habría ya terminado?

—Quizás ni habría empezado. Si no ha habido una tercera guerra mundial sobre territorio europeo durante la Guerra Fría ha sido por efecto de la disuasión nuclear. En los años posteriores el arma nuclear ha funcionado de otra forma, como un seguro de vida para las pequeñas potencias que la adquirieron frente a las grandes, una situación conocida como de santuarización nuclear.

—Ahora sucede lo contrario. Es la potencia que tiene el arma nuclear la que puede invadir tranquilamente a la que carece de ella.

—Exacto. Es la santuarización agresiva. Ucrania entregó su arsenal y ahora paga la factura. Los dictadores de Irak y Libia renunciaron a ella o no llegaron a tenerla y fueron derrocados y ejecutados. De ahí que los de Irán y Corea del Norte la quieran a toda costa.

—Ahora sirve para invadir y sirve para amenazar.

—Pero todo tiene un límite. No hay arma que no se desgaste con el uso. El miedo ya no actúa en Ucrania.

—Pero sí en el resto de Europa.

—La disuasión ha alcanzado su punto de saturación en sus efectos amedrentadores. Además, cada nueva atrocidad rusa ensancha los márgenes de los aliados, que incrementan lentamente la calidad y potencia de las armas entregadas a Kiev, con el cuidado de no proporcionar a Putin la excusa que justifique una respuesta nuclear.

—O sea, que estamos perdiendo el miedo a Putin.

—La doctrina rusa es precisa. La bomba solo se lanzará si los intereses existenciales rusos se ven afectados. Y no se trata de un principio de autocontención, sino una regla que compromete a Rusia frente a sus escasos y cruciales aliados, como India y China, potencias emergentes que no aceptarían un uso preventivo y desproporcionado.

—Si pierde Crimea, la lanza seguro.

—Puede que sí. Putin necesita una excusa muy seria, que Kiev y sus aliados no le darán. Peligraría el apoyo de China e India. Y se ganaría quizás la expulsión de Naciones Unidas.

—Entonces, hay que descartar el miedo al apocalipsis.

—No hay que descartar nada, pero sobre todo hay que perder el miedo al miedo, como dijo un famoso presidente de los Estados Unidos.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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