URSS 2.0: Rusia, el regreso de la economía planificada
Las élites en Moscú, incluidos economistas y matemáticos, están defendiendo el retorno a la planificación, lo que podría conducir a las expropiaciones masivas
El coro de voces en Rusia que exigen la instauración de la URSS 2.0 incluye ya a los principales economistas y matemáticos del país. En una entrevista concedida a la agencia estatal RIA Novosti para conmemorar el centenario de la creación de la Unión Soviética, el 30 de diciembre de 1922, Ruslan Grinberg reclamó la vuelta a la economía planificada. Sería fácil quitar importancia a ese llamamiento y considerar que no es más que una propuesta delirante si no fuera por la plataforma desde la que se lanzó y por el cargo de quien lo hizo. Grinberg, director del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias de Rusia (RAN), se esforzó en subrayar que a lo que se refería no era a una economía de guerra centrada en las necesidades militares, sino a “una economía planificada, que no es direccional, sino indicativa. El quid de la cuestión consiste en que el Estado deba empezar por formular las prioridades económicas. Y luego no debe obligar a la industria a producir una cantidad determinada de bienes en un momento dado, sino estimular la producción mediante subvenciones y políticas fiscales y aduaneras”.
Aunque la sugerencia de Grinberg intentaba mantener el equilibrio entre una economía de mercado y una economía planificada, el director del Instituto Central de Matemáticas de la RAN, Albert Bakhtizin, se ha atrevido a ir más allá hace unos días. El concepto de “planificación indicativa” que propone Bakhtizin considera necesario volver a los planes económicos quinquenales (pyatiletka), “una especie de planificación estratégica con una definición clara de los objetivos y un sistema de indicadores que calcularía en concreto qué y cuándo hay que producir y qué se necesita para ello”.
Las propuestas de Grinberg y Bakhtizin pueden parecer muestras de desesperación ante los boicoteos internacionales y los sucesivos paquetes de sanciones económicas. Pero esa es solo una parte de la cuestión. La otra parte es la total derogación ideológica, política y económica de las reformas iniciadas por Mijaíl Gorbachov antes de que cayera la Unión Soviética y continuadas, con otro estilo, en la Rusia de Yeltsin durante los años noventa.
No es extraño que esas regresiones ideológicas, sociales y políticas culminen con la vuelta a la economía soviética. Al fin y al cabo, el carácter burocrático, ineficiente y, en última instancia, inviable de una economía incapaz de satisfacer las necesidades básicas fue una de las principales razones de que se derrumbara el sistema. Pero me gustaría sugerir otro motivo por el que aparecen ahora estas propuestas de abandonar la economía de mercado.
La invasión rusa de Ucrania, el 24 de febrero de 2022, señaló lo que llamé “la implosión de la historia” y trastocó el orden cronológico del tiempo. Por improbable que parezca, en ese acontecimiento único convergieron diferentes líneas temporales: “La línea del derrumbe soviético hace 30 años; la de la catástrofe de Chernóbil de hace 36 años, que apunta a un futuro indefinido de contaminación medioambiental; la de las dos guerras mundiales; la del genocidio ucranio, y las represiones estalinistas de los años treinta…”. No obstante, la implosión de la historia no se limita a crear caos en la cronología; es comparable al espejo que atraviesa Alicia al entrar en la realidad alternativa de la novela de Lewis Carroll.
La realidad alternativa, relacionada con la guerra que Rusia está librando en Ucrania, se refleja en el lenguaje. Por eso, en la palabrería de Putin, una guerra no es una guerra, sino una operación militar especial (OME), aunque hace poco él mismo se permitió utilizar la palabra prohibida. O, como dice el último chiste en Rusia, el ejército ruso no se retira, sino que emprende “contraavances negativos”.
Además, la realidad alternativa no solo se refleja en el lenguaje, sino también en la percepción pública y las mutaciones del régimen político. Porque, aunque Putin ocupa el poder desde hace 22 años, bien como presidente, bien como primer ministro, su régimen no ha permanecido estático.
Tras la posición ligeramente prooccidental de sus dos primeros mandatos, el putinismo adoptó características de la “era del estancamiento” soviética, que abarcó los gobiernos de Leonid Bréznev (1964-1982), Yuri Andrópov (1982-1984) y Konstantín Chernenko (1984-1985). Las invasiones y ocupaciones relámpago —de Georgia en 2008 y de Ucrania en 2014—, que desembocaron en la anexión rusa de Crimea, contribuyeron a revitalizar a una Rusia apática y en decadencia.
Con la invasión a gran escala de Ucrania, las purgas internas de la sociedad rusa alcanzaron su apogeo: se cerraron los últimos medios de comunicación independientes que quedaban, se endurecieron las leyes sobre “agentes extranjeros”, aplicables a cualquier figura pública crítica con el régimen, y Putin aprobó la “autolimpieza” de la sociedad rusa e hizo duras advertencias a los “traidores” rusos prooccidentales. La fase cuasi estalinista de la mutación había empezado.
Todo lo cual nos lleva a las propuestas actuales de reinstaurar una economía planificada y centralizada. Aunque las pyatiletkas originales se implantaron al principio de la era estalinista (es decir, antes de las purgas), constituyeron una fase de transición desde la Nueva Política Económica (NPE) de Lenin, que dejaba cierto margen a la iniciativa independiente y daba libertad para los agricultores y las pequeñas empresas privadas. En otras palabras, a través del espejo de la guerra de Ucrania estamos viendo que la historia soviética no se repite sino que se rebobina y se reproduce a toda velocidad dentro de la propia Rusia.
El resultado lógico de la adopción de una economía planificada es precisamente lo que supuso la gran ruptura entre la NPE de Lenin y los planes quinquenales de Stalin, es decir, una expropiación masiva. Después de los sangrientos procesos de colectivización que se llevaron a cabo en la Unión Soviética entre 1929 y 1933, después de la “terapia de choque” de la privatización a principios de los años noventa que creó la oligarquía rusa, ahora está a punto de empezar en Rusia una nueva ola violenta de redistribución de la propiedad. De momento, la violencia se dirige hacia el exterior, con la destrucción de las instalaciones energéticas, las infraestructuras civiles y miles de vidas inocentes en Ucrania. (El Parlamento ruso —la Duma— acaba de aprobar una ley que otorga a los soldados rusos la inmunidad por los crímenes cometidos en Ucrania y legaliza los bienes y propiedades robados como “transferencias regaladas” por la población ucrania). Pero, dada la rapidez del retroceso de la repetición histórica en Rusia, no queda mucho para que las apropiaciones violentas empiecen a producirse también en el interior. Si leemos entre líneas el mensaje transmitido por economistas y matemáticos como Grinberg y Bakhtizin, podremos vislumbrar los viejos espectros de la expropiación. Y, tal vez, incluso asomarnos al precipicio de una verdadera guerra civil.
Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.