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Tribuna
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Hay que dar una lección de humildad a Rusia

La agresión de Putin debe quedar castigada en el escenario internacional. El escarmiento es el camino más recto para enterrar sus ansias imperiales

Un grupo de civiles ucranios celebran con las tropas la retirada rusa de la ciudad de Jersón, el pasado 13 de noviembre. Foto: METIN AKTAS (ANADOLU AGENCY VIA GETTY IMAGES) | Vídeo: EPV

La muerte de dos civiles a consecuencia de un ataque con misiles en el este de Polonia este martes muestra que la invasión de Ucrania por parte de Rusia tiene posibilidades de extenderse hasta territorios de la UE y la OTAN. Sea cual sea el origen del misil (ruso o ucranio), la causa original del ataque es la salvaje ofensiva de Rusia contra objetivos civiles, contraviniendo la Convención de Ginebra. Así es como responde el Kremlin a su expulsión de Jersón, la única capital de provincia que ha ocupado desde febrero. Y ocurrió a pesar del generoso gesto humanitario de Ucrania, que permitió a las fuerzas rusas replegarse y cruzar el río Dniéper la pasada semana sin someterles a un intenso bombardeo.

Estos acontecimientos desbaratan los argumentos de analistas en Occidente que sostienen que la guerra no debe acabar con una “humillación” del presidente, Vladímir Putin, o de Rusia. De hecho, es justo lo contrario: la deplorable agresión de Putin debería dejar a Rusia como un paria en el escenario mundial.

Más allá de la inmoralidad de este llamamiento unilateral a ofrecer a Putin una salida digna (nadie parece estar pidiendo que el posible acuerdo de paz no humille a Ucrania), ¿cabe justificar este argumento por el peso de la historia o por la lógica implacable de que estamos tratando con una superpotencia nuclear? (incluso cuando ha quedado demostrado que Rusia solamente es una superpotencia en este aspecto).

Para responder a esa pregunta hay que comenzar con el hecho de que cualquier derrota en una guerra será siempre profundamente humillante para el lado perdedor, independientemente de que sea el agresor o la víctima. La guerra siempre implica humillaciones al menos para una de las partes… y, a veces, para ambas. Quienes sostienen que no hay que humillar a Rusia suelen señalar primero lo que ocurrió después de la Primera Guerra Mundial. Según ellos, el Tratado de Versalles impuso condiciones tan humillantes para Alemania que llevó al ascenso de Hitler una década más tarde y, luego, a la Segunda Guerra Mundial.

De hecho, Alemania solo sufrió pérdidas territoriales moderadas en Versalles. La obligaron a devolver Alsacia-Lorena (que le había quitado a Francia en 1871) y los territorios polacos de los que se había apoderado durante las divisiones del siglo XVIII. Otros, como los imperios ruso, austrohúngaro y otomano, perdieron territorios mucho mayores que Alemania.

Fueron las cláusulas sobre reparaciones del Tratado de Versalles, no el acuerdo territorial, lo que pudo haber contribuido al ascenso de Hitler. Las reparaciones ciertamente eran justas, considerando que fueron proporcionales a las pérdidas de guerra francesas y a las reparaciones que Francia pagó a Alemania después de la guerra de 1870. Pero, como afirmó John Maynard Keynes (y muchos historiadores más adelante), es posible que los pagos de Alemania por reparaciones hayan contribuido a las dificultades que sufrió su población durante la hiperinflación de principios de la década de 1920 y la Gran Depresión, a inicios de la década de 1930.

Este punto sobre el impacto económico del Tratado de Versalles se entiende con los acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania volvió a ceder Alsacia (nuevamente, a Francia) y perdió una cuarta parte de su territorio a manos de Polonia y del régimen títere ruso de Alemania Oriental. La sensación de humillación, en todo caso, debió ser mucho mayor que después de la Primera Guerra Mundial. La derrota de los nazis, en cambio, resultó enormemente beneficiosa tanto para Alemania como para sus vecinos. La asistencia que recibió de Estados Unidos gracias al Plan Marshall más que compensó las reparaciones que Alemania Occidental tuvo que pagar, y la economía alemana florece desde entonces. Se reunificó pacíficamente con Alemania Oriental cuando cayó el comunismo y nunca más insistió en una política exterior revanchista.

Alemania tampoco es el único ejemplo de países que se hayan beneficiado de su derrota y humillación en la guerra: Japón también renunció al imperialismo y al militarismo después de rendirse en la Segunda Guerra Mundial; Francia quedó en mejor situación después de perder la guerra de Argelia, porque esa derrota le permitió a Charles de Gaulle encaminar a su país para convertirlo en una nación moderna y económicamente dinámica, profundamente integrada con el resto de Europa; de igual modo, después de su derrota y humillación en Vietnam, EE UU se reinventó económica y tecnológicamente con Ronald Reagan para convertirse en ganador indiscutido de la Guerra Fría.

Rusia también vivió experiencias de este tipo. Su derrota y humillación en la guerra de Crimea llevó a la abolición de la servidumbre en 1861, cuando liberó a 23 millones de personas (casi seis veces más que EE UU después de la Proclamación de Emancipación de 1863). Disfrutó después 40 años de rápido desarrollo económico. Luego su derrota y humillación en la guerra ruso-japonesa la llevaron ese mismo año a una revolución, en 1905, y a establecer (aunque temporalmente) una monarquía constitucional.

En 1916 las derrotas de Rusia frente a Alemania aceleraron la caída del zar y el establecimiento del Gobierno liberal provisorio de Aleksandr Kérenski en febrero de 1917. Desafortunadamente, Kérenski no estaba dispuesto a aceptar la humillación y continuó con la guerra, lo que llevó a pérdidas aún mayores y a la catastrófica revolución bolchevique en noviembre de 1917. Pero entonces, la derrota y humillación soviéticas en la guerra polaca de 1921 impulsaron a Vladímir Lenin a introducir la Nueva Política Económica, basada parcialmente en el mercado. Con ella se acabaron las hambrunas masivas y Rusia pudo haber encontrado el camino sostenible hacia el desarrollo económico… si el posterior ascenso de Iósif Stalin no lo hubiera impedido.

Finalmente, la derrota y humillación en la guerra de Afganistán llevaron a la caída de la Unión Soviética y a un periodo demasiado corto de democratización, durante el cual Rusia al menos mostró respeto por sus vecinos. Nuevamente, como ocurrió con Alemania después de la Primera Guerra Mundial, la vuelta del revanchismo ruso no se debió a la pérdida de territorios o de su condición de gran potencia, sino a las dificultades posteriores al colapso del sistema económico soviético.

¿Se equivocó Occidente al no brindar un mayor apoyo a la Rusia de Boris Yeltsin? Creo que sí, aunque también hubo poderosas fuerzas locales a favor del modelo cleptocrático que terminó por imponerse. En última instancia, tal vez una transición más ordenada y menos dolorosa, como la de los países del bloque soviético en Europa Central, no hubiera sido posible.

De todas formas, hay amplia evidencia histórica de que la humillación en retribución a las políticas imperiales o agresivas suele conllevar beneficios significativos en el medio a largo plazo, tanto para los países en cuestión como para sus vecinos. Hay quienes sostienen que los riesgos a corto plazo de humillar a una de las principales potencias nucleares del mundo son excesivos, pero ese argumento ignora la probabilidad de que si Putin tiene éxito con el chantaje nuclear después de la invasión, volverá a intentarlo una y otra vez.

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