¿Está en declive Occidente? No tanto como muchos pensaban
La guerra en Ucrania o la reacción científica a la pandemia evidencian una considerable resiliencia de los países occidentales, mientras Rusia se hunde y China se ralentiza
El concepto de declive de Occidente asomó hace tiempo en el análisis geopolítico y, a medida en que el siglo XXI envejece, se ha ido haciendo cada vez más presente en la política internacional, en las reflexiones académicas o los comentarios periodísticos. Una referencia de calado a esta idea apareció la semana pasada en el discurso pronunciado por el presidente de la Federación Rusa, Vladímir Putin, con ocasión de la ceremonia de anexión a Rusia de cuatro provincias de Ucrania tras la celebración de consultas fraudulentas. “El colapso de la hegemonía occidental es irreversible”, dijo Putin, quien llegó a pronunciar 33 veces los vocablos “Occidente” u “occidental” durante la alocución, asociándolos a los conceptos de racismo, colonialismo, satanismo y dominación despiadada y depredadora.
Al margen de las hipérboles de Putin, ¿está realmente en declive inexorable la preeminencia global de Occidente? Si es así, ¿a qué velocidad?
Es innegable que, a lo largo de lo que va de siglo, el poderoso ascenso de China ha ido construyendo un contrapoder cada vez más consistente a la influencia global de Occidente, entendido como el conglomerado de la primera potencia mundial, EE UU, junto con las democracias europeas y otros países afines en el Este asiático u Oceanía. Tras el descalabro de los años noventa, la estabilización de Rusia en las dos décadas pasadas parecía, hasta hace poco, contribuir también a ese reequilibrio. Por el lado occidental, el duro impacto de la crisis de 2008 y la problemática gestión de la primera fase de la pandemia acentuaron esa sensación de reajuste de equilibrios globales.
Los últimos compases del horizonte geopolítico, sin embargo, ofrecen múltiples señales que invitan a reconsiderar las asunciones más pesimistas para Occidente, en términos de primacía militar, científica y de capacidad de construir alianzas, entre otras cosas, mientras, a la vez, Rusia sobre todo, pero también China, muestran flancos débiles o problemáticos.
Son estos elementos de peso, que deben ser tenidos en cuenta, aunque no signifiquen que a la vez haya síntomas preocupantes para los intereses occidentales. Entre ellos, destaca probablemente el fuerte malestar interno con el sistema —expresado en elecciones como las ganadas por Donald Trump, Giorgia Meloni, o la del Brexit— que apunta a ciertos riesgos de desestabilización.
El conjunto dibuja un escenario complejo. A continuación, algunas claves para interpretarlo.
El ámbito militar
Queda por ver cuál será el resultado final de la guerra en Ucrania, pero los terribles problemas sufridos por la supuesta gran potencia militar rusa ya emiten un veredicto demoledor: es suficiente el suministro de material occidental de calado pequeño o mediano a unas fuerzas muy determinadas y reactivas como las de Ucrania para embarrar primero y hundir en una auténtica hemorragia después a un supuesto gigante bélico.
Todo, desde la recogida de inteligencia previa a la invasión hasta el suministro de información en tiempo real o eficaces mecanismos de entrenamiento, apunta a la persistente superioridad occidental en esta materia y a una debilidad rusa de la que el mundo entero ha tomado nota. Era muy extendida la opinión según la que, tras dos décadas de gran inversión y modernización, las fuerzas rusas representaban un conjunto de muy alto nivel. La realidad ha redimensionado, y mucho, esa asunción.
Sin duda, China representa otro tipo de desafío para Occidente. Su músculo económico es enormemente mayor que el ruso, y eso repercute en su capacidad de inversión militar. Sin embargo, la experiencia de Ucrania alerta de cuestiones que conciernen también a Pekín. Importantes inversiones y la modernización de los arsenales no equivalen a absoluta eficacia en el combate.
China es un gigante, con más medios que Rusia, pero a diferencia de esta no tiene experiencia de combate reciente y cuenta con una trayectoria de menor alcance en el sector industrial de Defensa. El fracaso ruso como mínimo evidencia la incógnita acerca de la real capacidad china de trasladar el brillo de los arsenales, los desfiles y los ensayos a la eficacia en el barro, en el frente de una batalla real.
Por el lado occidental, sin duda Europa tiene gravísimas lagunas militares, con límites que quedaron muy evidentes en las operaciones en Libia o el Sahel. Estados Unidos ha sufrido una dura derrota en Afganistán, y la invasión de Irak puede considerarse un fracaso. Pero la superioridad de Washington —con sus arsenales, su experiencia, su tecnología— en una confrontación militar convencional sigue siendo enorme ante cualquiera. Si a eso se le añade la dimensión del entramado de alianzas —con muchos socios en pleno aumento del gasto militar— resulta lejos en el horizonte el momento en el que otro actor pueda equiparar ese potencial.
El ámbito científico
La pandemia ha hecho estragos en Occidente y expuesto serias disfunciones de las democracias en su capacidad de responder con agilidad ante ciertos retos. China adoptó unas políticas que lograron contener mucho mejor la embestida de la enfermedad, en lo que pareció ser un nuevo síntoma del declive de Occidente.
Sin embargo, dos años y medio después, las sumas y restas empiezan a dar un resultado diferente del que parecía al principio. Occidente, en gran medida gracias a la excelencia de su respuesta científica/industrial con el rápido desarrollo de vacunas muy eficaces, ha ido pasando página. China, con una vacuna de calidad claramente inferior, sigue embarrada en un martirio de confinamientos que exasperan a sus ciudadanos y merman su economía.
El retraso tecnológico de Rusia con respecto a Occidente —salvo áreas puntuales, como armamentístico-espacial, donde es más limitado— resulta enorme. China sí cuenta con múltiples sectores con tecnologías punteras o al menos ya en grado de competir, y una perspectiva general alentadora, pero es razonable considerar que, si se contempla todo el espectro de actividades, Occidente permanece en situación de clara ventaja en la mayoría de los segmentos, y no es evidente el que vaya a sufrir pronto un rotundo sorpasso, gracias a la fuerte competitividad de tantas de sus empresas, universidades o laboratorios.
La decisión de la Administración de Biden, anunciada el viernes, de endurecer aún más las restricciones al acceso de entidades chinas a microchips con tecnología de Estados Unidos ilustra cómo la competición es descarnada en este sector, y China no podrá contar, como en las décadas pasadas, con una amplia capacidad de alimentarse de lo que el mercado ofrece. Ello no significa que no logrará sobreponerse. Pero su camino se ha complicado.
Las alianzas
Es este un elemento que merece una reflexión porque es un multiplicador de poder esencial. La “relación sin límites” anunciada por Rusia y China precisamente en vísperas de la invasión de Ucrania ha tenido un recorrido más bien limitado a la hora de la verdad. Cierto, Pekín ha comprado más crudo a Moscú, lo que ha representado un balón de oxígeno para el Kremlin. Pero el gigante asiático se ha cuidado de traspasar líneas rojas que podrían haber espoleado una dura reacción occidental. China no ha compensado toda la pérdida de suministros tecnológicos sufrida por Rusia a causa de las sanciones. La lección es que para China es muy importante mantener una relación comercial-financiera fluida con Occidente, y esto representa un límite fundamental a su cooperación con Rusia u otros.
Por el otro lado, en cambio, los aliados occidentales han demostrado una considerable unidad. No solo no existe en el mundo nada ni remotamente comparable a la OTAN. El movimiento para imponer sanciones a Rusia y ayudar a Ucrania ha demostrado que hay un núcleo de al menos unos 40 países prósperos y desarrollados que están en la misma longitud de onda. Juntos, representan una masa muy superior en términos económicos y militares a la que China pueda alcanzar en un tiempo muy amplio.
Dentro del marco occidental, cabe destacar los pasos de gigante que está dando la UE en su integración, aprovechando la salida del Reino Unido, con elementos como la mancomunación de deuda o el inicio de auténticas políticas sanitarias y de energía comunes, y un fuerte impulso a la dimensión de Defensa. Dentro de Europa, la cumbre de Praga de esta semana, en la que se han reunido líderes de 44 países, demuestra un amplio margen de interacción. En el continente, Rusia cuenta con Bielorrusia como único aliado.
Naturalmente también hay elementos de inquietud para Occidente sobre la mesa. Esta misma semana la OPEP ha anunciado una considerable reducción de su producción petrolera, una decisión que sustancialmente la alinea con Rusia y la enfrenta con Occidente, que necesita más cantidad de crudo en el mercado para bajar los precios —algo oportuno tanto para reducir la inflación como para mermar los ingresos del Kremlin—.
Pero, siendo una mala noticia para Occidente, es razonable observar que se trata de una convergencia de intereses puntual entre Estados que ni de lejos pueden acercarse al grado de interacción existente entre los países occidentales.
Las dificultades internas de China
Los últimos trimestres además agrietan la idea recurrente de que el ascenso de China a ritmos de vértigo es imparable. En realidad, tras una suave ralentización en la década pasada, afronta ahora un considerable frenazo, Por primera vez en décadas, el gigante ya no será el país con mayor crecimiento en su región. Los confinamientos son probablemente el principal factor, pero asoman otros elementos que dibujan una perspectiva menos rosa para Pekín.
En lo inmediato, destacan síntomas de problemas en el fundamental sector inmobiliario. En el medio y largo plazo, la cuestión central es el impacto de una curva demográfica que adquiere rasgos problemáticos con un acentuado envejecimiento de la población.
Como ha dejado muy en evidencia la guerra de Ucrania, es China, desde luego no Rusia, el actor con capacidad de reducir la proyección de Occidente. Otros actores destacados de la constelación de contrapeso a Occidente, como Irán, atraviesan clara dificultades que hacen dudar de que vayan sumando mucho potencial en los próximos años.
Las dificultades internas de Occidente
Como contrapeso a los elementos anteriores aflorados en los últimos tiempos y en buena medida favorables a Occidente, debe analizarse el fenómeno del profundo malestar latente en sus sociedades, que está provocando el fortalecimiento de proyectos políticos extremistas. La serie es impresionante.
Desde el éxito de Trump y el Brexit en 2016 hasta el de Meloni este año, y pasando por el crecimiento de propuestas ultraderechistas como las de Marine Le Pen o Vox, o de una izquierda radical como la de Jean-Luc Mélenchón que cuestiona los cimientos de la UE, o proyectos ideológicamente amorfos pero muy heterodoxos y que se alimentan del descontento como el Movimiento Cinco Estrellas, las señales de ira ciudadana abundan en Occidente.
Esta cólera tiene mucho a que ver con graves errores políticos cometidos en Occidente, permitiendo grandes procesos de deslocalizaciones y precarización que han golpeado a clases populares, mientras algunas élites han prosperado en un mundo globalizado muy apto para ellas pero menos para los demás.
Esta dinámica de desgarro ha tenido distinta intensidad en los diversos países. Sin embargo, conyugada a una generalizada ralentización de las economías occidentales con respecto a las décadas de posguerra y a un declive demográfico en algunos casos muy acusado, ha configurado un escenario con potencial explosivo.
Las consecuencias de las mismas son de enorme calado, como han demostrado la presidencia de Trump o el Brexit. Y la perspectiva a corto plazo no es luminosa, con una fuerte inflación que muerde el poder adquisitivo, y un frenazo económico que puede empujar a la recesión a algunos de los principales países del bloque, como Estados Unidos o Alemania.
Conclusión
Especular sobre el futuro es un ejercicio arriesgado. Pero un análisis del tiempo presente evidencia que, en medio de gravísimas crisis, el universo de las democracias occidentales retiene una posición de superioridad en múltiples ámbitos estratégicos. La inercia sin duda conduce a un incremento del peso específico de China y una contracción del de muchos países occidentales. Pero el ritmo de desarrollo de lo primero y lo segundo puede que sea más lento de lo que muchos pensaban hasta hace poco.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.