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Columna
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Momento TikTok de Nadia Calviño

La economista liberal acertó con el tono para evidenciar lo que parece difícilmente discutible: durante esta legislatura imposible se ha construido un escudo que preserva la paz social en España gracias a nuestra pertenencia a la Unión

Nadia Calviño
Nadia Calviño, durante la sesión de control al Gobierno este miércoles en el Congreso.Eduardo Parra (Europa Press)
Jordi Amat

No es nada fácil luchar contra la revolución reaccionaria. El miedo al futuro es palpable cuando al repasar el tique del supermercado se constata que más es menos y uno va asumiendo que este invierno le tocará ahorrar pasando frío en casa. Lo escribía este verano el historiador Giaime Pala: “Yo no sé si los europeos están preparados para una inflación a dos dígitos. La última vez que esto ocurrió, cambió toda la política occidental. Y aún no vivíamos en un continente envejecido”. Lo escribía este sábado Andrea Rizzi, otro sabio italiano instalado en España: “En muchos casos hay una legítima frustración de un sistema globalizado y precario que no funciona igual para todos”. Entonces, para anestesiar esa frustración legítima, regresa el calor de los valores tradicionales que impugnan el avance institucional de la igualdad. Lo hacen con la simplificadora promesa de una hogareña estabilidad imposible. Esa promesa falaz para sortear la incertidumbre es el fundamento moral de la revolución reaccionaria en marcha. Nada que ver con el moderantismo conservador sin el que no se habría consolidado el bienestar. El fantasma que recorre nuestros parlamentos, envalentonado elección tras elección, es la impugnación transgresora de la agenda ilustrada y su programa es retrotraernos a un mundo comunitario que ya no existe.

La asunción progresiva de ese programa, más que las batallas culturales que cuestionan las identidades clásicas, la impulsa el miedo al empobrecimiento. Por ello, el principal enemigo del nacionalpopulismo son los gobiernos que, en circunstancias de crisis económica, exploran mecanismos políticos con el objetivo de robustecer el Estado social, el que de veras mantiene cohesionadas sociedades plurales como la nuestra ante el abismo de la inflación. Ese robustecimiento, que demanda un nuevo pacto de rentas, es la principal salvaguarda de las democracias en vilo. Al mismo tiempo, su sabotaje demagógico es condición necesaria para el pavoroso avance del fantasma reaccionario. Lo evidenció el pasado miércoles Iván Espinosa de los Monteros, tableta en mano, en su pregunta a la vicepresidenta Nadia Calviño en el Parlamento. “Espero que no esté orgullosa de estar empobreciendo a España”. “¿De verdad está usted orgullosa de empobrecer a España?”. “¿Se da usted cuenta que es responsabilidad suya que los españoles sean más pobres que hace tres años?”. De entrada, la ministra de Economía respondió con datos, replicando la estrategia argumentativa de Yolanda Díaz, pero necesitó ponerse las gafas profesorales y usar ese tono de alto funcionario que siempre la acompaña. Era la pose que la caracteriza, que tan mal se proyecta en el espejo deformado del debate parlamentario que son las redes sociales —un ámbito, por cierto, donde la transgresión reaccionaria se embravece a base de retuits—.

Y fue en al contestar a la repregunta cuando Calviño, esta vez sin gafas y sin leer las tarjetas que tenía en las manos, se transformó. “Ministra, el socialismo es una máquina de crear pobres”, afirmó Espinosa de los Monteros, “están pulverizando todos los récords de empobrecimiento de España”. Como el parlamentario que cree que ha liquidado a su rival con una oratoria destructiva, el hidalgo Espinosa se sentó en su escaño satisfecho de haber repetido no sé cuantas veces más la palabra pobreza que atemoriza a la ciudadanía. Pero tanto ir con España a la fuente que al final la demagogia de Vox se rompió Ocurrió lo inesperado: Nadia Calviño protagonizaba su momento TikTok. Lo relevante de esos segundos que se viralizaron trascendían las redes. Porque la economista liberal, tan identificada con la tecnocracia de Bruselas, acertó con el tono para evidenciar, encadenando una enumeración de políticas públicas, lo que parece difícilmente discutible: durante esta legislatura imposible, la de la pandemia y la de la guerra, se ha construido un escudo que preserva la paz social en España gracias a nuestra pertenencia a la Unión. Lo fundamental fue constatar que, ante tanta frustración política, el orgullo democrático se refuerza al tomar conciencia de su capacidad efectiva para impulsar medidas que protegen ante la amenaza de la desigualdad. A la revolución reaccionaria, contra ese orgullo, solo le queda la rabia.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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