Se buscan esclavos
Deberíamos dejar de usar la palabra trabajo para lo que no dé un salario que cubra las necesidades básicas de una persona
Una cama, un cojín, una silla. No se necesita nada más para trabajar. Dispuestos como en una situación de emergencia, están en el pabellón de la Fira de Lleida a la espera de la llegada de los temporeros. Ni privacidad, ni siquiera un biombo separa un catre de otro. Hay un techo bajo el que dormir, sí, pero un enorme pabellón no tendría que ser la residencia de nadie. Ni siquiera temporal. La fruta nos cuesta más que nunca en los mercados, los payeses reciben ayudas para cultivarla, pero nunca da para que las manos que la recogen puedan pagarse una vivienda digna. Deberíamos dejar de usar la palabra trabajo para lo que no dé un salario que cubra las necesidades básicas de una persona. Si no paga un alquiler, comida, ropa y educación para tus hijos, no es trabajo, es otra cosa: explotación o esclavitud.
La brecha entre pobres y ricos es ya un enorme socavón social y la acumulación de riqueza por parte de las gigantescas corporaciones a costa del esfuerzo de la mayoría no parece tener límite. Esto se va pareciendo cada vez más a la Edad Media, a un feudalismo tecnocapitalista en el que todos somos siervos labrando para recibir una parte muy pequeña del pastel. Y otra vez nos venden por aire, mar y tierra (por vía algorítmica o analógica) discursos que afirman que esto es una especie de destino fatal, un hecho natural. Confórmate, asúmelo: vivirás peor que tus padres y no hay nada que hacer. Solo si se repartieran porros a todo el mundo se conseguiría el mismo efecto desmovilizador. La memoria de la lucha obrera parece perdida, y casi nadie recuerda ya que hubo un tiempo en que los trabajadores tenían conciencia de clase y que de esa conciencia nacieron los derechos que ahora se quieren desmantelar para que la desigualdad siga creciendo.
Ofertas de empleo no faltan, pero trabajo digno hay más bien poco. Con la muy publicitada reforma laboral nos dicen que está todo solucionado pero, si el despido sigue siendo igual de barato que con la ley de Mariano Rajoy, ¿de qué sirve que haya menos temporalidad en los contratos? En vez de mejorar las condiciones en sectores tan diezmados como la hostelería se ha decidido recurrir a los inmigrantes. Nada mejor para tapar las vergüenzas de los agujeros que deja la precariedad que rellenarlos con quienes se cree que merecen ser explotados porque están desesperados y no tienen nada.
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