Boric y Kast, dos mundos para Chile
Hoy toda la derecha apoya a Kast y, desde la Democracia Cristiana hacia la izquierda, a Boric. Pero ya no son los partidos los que mandan. Sólo en torno al 2% de los chilenos se siente próximo a alguno de ellos
No se sabe quién ganará la elección en Chile este domingo. Las encuestas, que para la primera vuelta recuperaron buena parte de su prestigio perdido, le dan una pequeña ventaja a Gabriel Boric. Algunas, sin embargo, hablan de un peligroso repunte de José Antonio Kast (JAK). Los convencidos de uno y otro lado consideran gravísimo el triunfo del contrario. Lo más probable, sin embargo, es que nuevamente vote menos de un 50% del padrón.
José Antonio Kast tiene 55 años, su padre fue un teniente de las fuerzas armadas de la Alemania nazi (Wehrmacht) que combatió en los frentes de Francia y la URSS, y que a comienzo de los años 50, tras dejar Alemania ocupada, se instaló en una pequeña localidad al sur de Santiago, donde se dedicó a criar pollos y producir cecinas. Gabriel Boric tiene 35 años y desciende de croatas que llegaron a Magallanes, la región más austral del mundo, a fines del siglo XIX, movidos por la fiebre del oro. Su familia echó raíces en Punta Arenas y en lo sucesivo se dedicó a la exploración petrolera.
Gabriel Boric pertenece a esa generación que nació conjuntamente con la recuperación de la democracia y que irrumpió en la política tras el movimiento estudiantil de 2011, criticando sus “éxitos” y su continuismo neoliberal. La mayoría de sus integrantes abandonó el vientre materno el año 1987, 1988, 1989. Gabriel, el mayor de esa camada, nació en 1986. Estaba aprendiendo a hablar cuando Augusto Pinochet perdió el plebiscito. Esos meses de diferencia con sus compañeros fue lo que le permitió esta vez erigirse sin competencia como candidato presidencial del Frente Amplio, coalición de la que es uno de sus fundadores. No puede ejercer en Chile la primera magistratura alguien menor de 35 años.
José Antonio Kast, en cambio, tenía 22 para el fin de la dictadura, formaba parte del movimiento gremialista fundado por Jaime Guzmán —el ideólogo de la constitución de 1980 asesinado por el FPMR en 1991—, y fue rostro de la campaña del ‘SÍ'. Es uno de los miembros de la derecha chilena más fieles a la herencia de Pinochet, de cuyo gobierno jamás ha renegado. Ha defendido incluso a condenados por violaciones a los derechos humanos durante ese período, poniendo en duda las acusaciones en su contra. Tras dos décadas de militancia abandonó la UDI —el partido más de derecha hasta entonces—, para crear el Partido Republicano, y romper con el resto de su sector por considerar que estaban traicionando sus convicciones.
Hace menos de un año, nadie imaginaba que el próximo presidente sería uno de estos dos candidatos. Se suponía que la primaria de Chile Vamos la ganaría Joaquín Lavín y la de Apruebo Dignidad, el comunista Daniel Jadue. A este último, Boric entró a competirle para evitar que el Frente Amplio perdiera toda relevancia al interior del pacto, pero ni sus más cercanos apostaban en ese momento que lograría vencerlo. JAK era un elemento extremo y marginal en el mundo conservador, de modo que ni siquiera participó en la primaria derechista. Pero los que estaban supuestamente cantados, perdieron. Y si bien en la primera vuelta pocos esperaban que Kast superara a Boric, quizás lo más sorprendente fue que Franco Parisi, un populista radicado en los EEUU que no regresa para evadir una orden de arraigo que le espera en Chile por no pago de la pensión alimenticia, sin nunca poner un pie en nuestro país, consiguió casi el 13% de los votos, superando a Sebastián Sichel, el candidato de Chile Vamos, y a la concertacionista Yasna Provoste, ambos representantes de los bloques hegemónicos en los últimos 30 años.
Hoy, sin embargo, toda la derecha apoya a José Antonio Kast y, desde la Democracia Cristiana hacia la izquierda, a Gabriel Boric. Pero ya no son los partidos los que mandan. Sólo en torno al 2% de los chilenos se siente próximo a alguno de ellos. En la Convención constitucional, donde los independientes pudieron postular con una facilidad que no existe para el resto de los cargos de elección popular, de los 155 escaños, se quedaron con 104. Si hasta ese momento se suponía que el eje de la política nacional se había movido claramente hacia la izquierda, tras la primera vuelta y los resultados parlamentarios —la derecha conquistó la mitad del senado, por primera vez desde el retorno a la democracia—, todas las conclusiones quedaron en vilo.
Si el estallido social de octubre de 2019 —apoyado por un 80% muy parecido al que después ratificó la idea de una nueva constitución en el plebiscito— detonó una ola de demandas transformadoras, la dificultad para encausarlas de manera tranquila y confiable parece haber despertado una resaca que pide contención. La dificultad de la izquierda para distinguir las violencias existentes y condenar las delincuenciales sin complejos, los discursos altisonantes, los sectarismos y un tono más inquisidor que dialogante instalado en el debate público, allanaron el camino a la promesa de un orden espurio que encarna José Antonio Kast: un orden sin homosexuales, sin feminismo, sin calentamiento global, solo con familias como la suya y una sola religión verdadera, un orden que se confunde con la uniformidad. La historia no vuelve atrás, y el camino de solución que propone Kast, reactivo a los cambios culturales que se hallan en curso y a la presión por una democracia más inclusiva, augura futuros estallidos.
JAK admira a Jair Bolsonaro. “La misión que lideras no es solo vital para Brasil, sino que para toda Latinoamérica”, le escribió en 2018. Boric, por su parte, ha sido claro en condenar las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua. El primero representa una extrema derecha que conocemos en el continente, mientras que el segundo invita a trabajar por una izquierda nueva. Boric ofrece la posibilidad de construir estabilidad y paz social a partir de las circunstancias actuales. Ése, al menos, es su reto. Al interior de su coalición habitan fuerzas nostálgicas de una Revolución fenecida, pero, en caso de ganar, ha reiterado su voluntad de coordinar un Gobierno lo más amplio posible. Llevar a cabo las transformaciones sociales, ecológicas, políticas y culturales que la nueva Constitución propondrá para actualizar nuestra democracia y ofrecerle un camino de desarrollo sostenible y sustentable, requerirá de la mayor cantidad de complicidades posibles.
Yo conozco a Gabriel Boric. Es mi amigo. Sé de su capacidad para entender e incorporar respuestas que van más allá de las establecidas por su grupo de pertenencia. Es el mejor y menos dogmático de los suyos. El más curioso, libre y arrojado. “A mis convicciones —suele decir— las acompaña la duda como una sombra”. No tiene complejos para reconocer sus errores. Es joven, y por lo mismo rápido para reaccionar ante un futuro que se nos viene encima con una velocidad inaudita, pero suele buscar el testimonio de la experiencia. Le gusta la historia, la conversación, el frío y la simpleza. Vive en un pequeño departamento del centro de Santiago, nada en él denota ambiciones personales, prefiere la poesía que las cosas y, aunque su vivencia del poder en la última década ha arrinconado su inocencia, en sus ojos sigue brillando una limpieza que, como a pocos, lo vuelve un político digno de confianza. Ojalá gane.
Patricio Fernández es escritor, periodista y analista político chileno. En mayo de 2021, fue elegido convencional constituyente.
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