Felipe González, un aliado de Colombia y América Latina
Ningún otro gobernante español ha estado tan pendiente de los asuntos de nuestra región, ha tenido tanta influencia, lo han apreciado tanto, o ha tenido más claros los vínculos que unen a la península Ibérica con las Américas
Esta laudatio fue leída por el expresidente Juan Manuel Santos en Madrid en el homenaje que recibió Felipe González el jueves 2 de diciembre
No hay mal que por bien no venga, dice el proverbio, y es cierto. Hay sucesos desafortunados que pueden traer, indirectamente, consecuencias positivas para algunas personas.
Un ejemplo –en mi caso– fue la fuga del narcotraficante Pablo Escobar de la cárcel de La Catedral, el 22 de julio de 1992. Ese hecho terrible hizo que el entonces presidente de Colombia César Gaviria cancelara su viaje a España para participar en la Segunda Cumbre Iberoamericana y en el día de nuestro país en la Expo de Sevilla. El presidente me delegó a mí, que era su ministro de Comercio Exterior, para que lo representara en estos eventos, y fue así como acabé viajando primero a Madrid y luego a Sevilla a cumplir esa cita con el destino.
Resultó ser una cita venturosa, pues gracias a ese encargo conocí al presidente del Gobierno español Felipe González, con quien entablamos de inmediato –como ocurre pocas veces en la vida– una amistad franca y entrañable que ha perdurado por ya casi treinta años.
Nos unía –y nos sigue uniendo– una visión liberal –en el mejor sentido de la palabra– y a la vez pragmática sobre las cosas de la vida y la política, y el interés por modernizar y democratizar cada vez más nuestros países.
Difícil encontrar un andaluz más cosmopolita, con más conocimiento del escenario internacional, y más cercano y amigo de América Latina que Felipe González.
Me atrevo a decir que ningún otro gobernante español ha estado tan pendiente de los asuntos de nuestra región, ha tenido tanta influencia, lo han apreciado tanto, o ha tenido más claros los vínculos que unen a la península Ibérica con las Américas.
La primera intervención suya que presencié en favor de nuestros países tuvo que ver con un sistema de cuotas de importación de banano que la Unión Europea había fijado, que perjudicaba a Colombia, a otras naciones y a las Islas Canarias. Solo beneficiaba a las grandes multinacionales norteamericanas.
Como ministro de Comercio le conté la situación al presidente González, y este no dudó en llamar al presidente Mitterrand –porque las islas francesas del Caribe también salían perjudicadas–, y entre los dos promovieron unas negociaciones que concluyeron con la modificación del acuerdo y la salvación de la industria bananera latinoamericana.
Este es tan solo un ejemplo, entre muchos, de las diversas ocasiones en que su intervención ha traído bienestar y paz a regiones que las necesitan.
Felipe, desde comienzos de los ochenta, ha sido un gran promotor de los esfuerzos de paz en Colombia. Comenzando por Belisario Betancur, el primer presidente que intentó la paz negociada con las guerrillas, no hay mandatario colombiano que no haya contado con su consejo y asesoría.
En mi caso, su acompañamiento fue valiosísimo. Es más, fue fundamental. En 1997 estuvo de acuerdo en servir como garante –acompañado por Gabriel García Márquez– en unos acercamientos de paz que promoví como particular junto con otros miembros de la sociedad colombiana. No salieron bien, pero ahí adquirí la certeza de que siempre podría contar con él para trabajar por la paz.
Más tarde, cuando como presidente tomé la decisión de negociar con las Farc un acuerdo de paz –que, por cierto, la semana pasada cumplió cinco años–, los consejos siempre serenos y ponderados de Felipe González estuvieron desde el principio y en todo momento a la orden del día.
No dudaba en tomar un avión y cruzar el Atlántico cuando las circunstancias lo requerían. Y acabó conformando –junto con el expresidente uruguayo Pepe Mujica– la llamada comisión de notables para supervisar los avances en la implementación del acuerdo. Por eso, cuando me hizo el honor de acompañarme a Oslo a recibir el Premio Nobel de la Paz le dije que una parte de esa morrocota de oro le pertenecía.
Todo lo anterior es muy importante. Pero debo decir que lo que representa Felipe González para mí excede lo que pueda contar de su inmenso trabajo por España, por Colombia –que ahora a mucho honor para nosotros también es su patria– y por Hispanoamérica. Excede su reconocimiento como “el hombre que modernizó a España” y como una de las figuras de mayor peso en el escenario mundial. Es, sin duda, un Español Universal.
Para mí, Felipe es ante todo un gran ser humano y uno de mis mayores amigos. Es un hombre sabio con corazón de niño; siempre dispuesto al abrazo, a la risa y a la confianza, que –junto con su extraordinaria mujer Mar– nos ha abierto a mi familia y a mí las puertas de su casa y de su alma. Por sobre todo, es un ser humano generoso y noble, cuya amistad y consejos valoro como pocas cosas en la vida.
Hoy doy gracias al cielo por haberlo conocido aquel año 1992 y por poder dar testimonio de mi gratitud –una gratitud más allá de cualquier palabra– por su afecto y por su presencia en mi historia, y en la historia de Colombia y América Latina.
¡Gracias, Felipe, por su vida y por su amistad!
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