¿Y tú de quién eres?
En la identidad empieza el poder y el uso de las imágenes, verdaderas o falsas, es una de las claves
Cuando yo era niña e iba al pueblo, me paraban por la calle y me preguntaban: “¿Y tú de quién eres?”. Quien te hacía esa pregunta te identificaba, y entonces sabía cómo comportarse contigo. Te tenía fichado, controlado.
En la identidad empieza el poder. Proyectamos una imagen que permite que pertenezcamos a un grupo o que atraigamos a la gente. Los políticos lo saben muy bien porque quieren que seamos de ellos: de su PSOE, de su PP, de su Podemos. A tal fin, no hay nada mejor que buscar respuestas emocionales inmediatas, donde no cabe la reflexión, como pasaba cuando Felipe González se ponía la cazadora de pana en los mítines. La herramienta más eficaz en política es el marketing, donde la imagen juega un papel clave.
En todas las épocas los poderosos son retratados con la pompa y simbología requerida, pero a partir del siglo XX la aparición de la fotografía multiplica y sofistica el uso de la imagen con fines propagandísticos. Y también al contrario: la imagen puede tornarse peligrosa por ser una impugnación, como pasó con el fotoperiodismo, que se mostró decisivo por influir en la opinión pública, hasta el punto de volverla crítica con las decisiones de los gobernantes.
¿Las imágenes se corresponden con lo real? ¿Y qué es lo real? Nuestra percepción está manchada de juicios, y además no podemos acceder a la cosa en sí, que diría Kant. Pero la pregunta pertinente aquí es en qué medida las imágenes generan una realidad tan incontestable que resulta unívoca. Esto ocurre cuando son representativas porque los acontecimientos las refrendan. Por ejemplo, la reciente foto de Pablo Iglesias sin coleta, tan elocuente de su derrota. Pablo Iglesias ya es otro, o intenta serlo.
Los políticos quieren venderse en imágenes así de incuestionables, aunque no de derrota, sino de triunfo, pero a menudo no hay ninguna verdad que pueda ampararlos y la deben crear. Las dictaduras y las campañas electorales utilizan el efecto de la exposición repetida del retrato del líder con actitud heroica o positiva, que aumenta el carisma y la popularidad. También la impresión de que nos vigila. Unos psicólogos de la Universidad de Newcastle alternaron dos carteles en una máquina de café. Uno de los carteles era una imagen genérica, el otro, unos ojos mirando fijamente. Con el cartel de los ojos recaudaron tres veces más dinero.
Las imágenes del poder usan asimismo arquetipos con probada aceptación popular. En las últimas elecciones generales, el cartel electoral de Pedro Sánchez presentaba un primer plano del presidente avejentado, lo que dotaba a su expresión robótica de inteligencia y humanidad (arquetipo del sabio), junto a un mensaje sencillo, “Haz que pase”. Quizás se aplicó la pegajosidad, método que aumenta el reconocimiento, el recuerdo y el reforzamiento de una idea, con excelentes resultados para Obama en el viralizado cartel del artista Shepard Fairey, donde aparecía sobre la palabra “Hope” (esperanza). Trataron de hacer lo mismo con Gabilondo, pero su rostro serio no recordaba a un viejo sabio, sino a un cenizo con el que contrastaba victoriosamente Ayuso, cuyos rasgos juveniles y su lema, Libertad, eran una propaganda inmejorable en un contexto de hartazgo ante la pandemia.
Algunas imágenes cobran fuerza no por su potencia visual, sino por encarnar ideas, como la foto de las Azores o las de Colón, lugar donde la derecha escenifica su rechazo a los gobiernos de izquierda con los líderes del PP, Ciudadanos y Vox juntos y peligrosamente revueltos. Estas fotografías funcionan como una suerte de contratos que comprometen a sus participantes, para bien o para mal. Recordemos que, tras el 11-M, la foto de las Azores se tornó ignominiosa, y también que Albert Rivera inició su caída en picado tras el trío de Colón.
Tal vez lo más específico del siglo XXI sea la facilidad para capturar a los demás en imágenes. Cualquiera puede fotografiar hoy a un poderoso, pues casi todos llevamos móviles con los que tomar instantáneas o hacer vídeos, amén de las cada vez más omnipresentes cámaras de seguridad. Por otra parte, nuestra sobreexposición a las imágenes las vuelve fugaces y poco memorables. Asimismo, se puede ir muy lejos en la manipulación técnica. Ya no se trata sólo del retoque fotográfico, que siempre existió, sino de la creación de imágenes falsas, en consonancia con las fake news. Como la vida y la historia son pura paradoja, esta vuelta de tuerca nos lleva de cabeza a la vieja idea de que vivimos en una simulación, de que todo es engañosa apariencia. ¿Y tú de quién eres? Pues mire, yo soy un descendiente de los habitantes de la caverna platónica.
Elvira Navarro es escritora. Su último libro es La isla de los conejos (Random House).
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