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Comercio internacional
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Guerra comercial: instrucciones de uso

Con las crisis, en Europa se esfuman certidumbres y se violan tabúes, se cruzan líneas rojas y se reescriben las reglas. Trump ha tocado a rebato: se acabó la hipnosis, hay que despertar

El presidente de EE UU, Donald Trump, este jueves en la Casa Blanca.
El presidente de EE UU, Donald Trump, este jueves en la Casa Blanca.Nathan Howard (REUTERS)
Claudi Pérez

El papanatismo europeo de los últimos tiempos terminó el jueves de sopetón. No, Trump no es el de su primer mandato. Y no, los planes que Bruselas tenía preparados no sirven para nada. El presidente de EE UU firmó un memorándum que, básicamente, le deja manos libres para hacer lo que quiera dentro de un par de meses. Tenía sobre la mesa imponer un arancel universal del 10%. Pero “aranceles recíprocos” es un sintagma que suena mucho mejor. “Impondremos las mismas condiciones que nos ponen nuestros enemigos y ganaremos la guerra comercial”, viene a decir el trumpismo con esa mezcla de economía para dummies y el tono amenazante del primo de Zumosol. ¿Cómo lo hará? Nadie lo sabe. Trump ganó ayer la victoria de los titulares, y entre abril y junio tendrá aterrizada una propuesta mientras se dedica a negociar con todos los países. Solo una cosa es segura: para mediados de año los aranceles serán más altos. ¿Cuánto? “Lo más seguro es ya veremos”, dice un refrán caribeño.

Esos mayores aranceles dejarán cierto impacto en la inflación, que depende de cómo evolucionen los tipos de cambio (en el caso europeo, entre el dólar y el euro) y de cómo se apliquen finalmente los aranceles y cómo afecten a cada sector, a cada empresa, a cada producto. Caerá el volumen del comercio mundial y habrá una ralentización económica: los agentes económicos retrasarán decisiones de consumo e inversión. Y el impacto, como casi siempre, irá por barrios: dependerá del apoyo que presten las autoridades a los sectores más afectados.

Un mes después de la llegada de Trump resulta que, por una vez, Macron llevaba razón: la OTAN está zombi. España también lleva razón: hace falta al menos duplicar el presupuesto europeo, hasta los dos billones de euros, para tener potencia de fuego para disparar, según un documento que ha hecho circular el Gobierno entre los Veintisiete. Para ello, lo primero es cruzar los dedos y que las elecciones alemanas vayan bien, y el cordón sanitario a los ultras siga en su sitio. Lo que vendrá inmediatamente después de esos comicios será el tradicional guirigay de la UE para alcanzar un consenso sobre el paquete de respuesta. Hay dos opciones: modelo crisis del euro o modelo covid.

Si se impone el modelo crisis del euro hay que agarrarse los machos: dos años de esperas y dilaciones, 24 meses de continuos errores hasta dar con una salida. Si se impone el modelo covid será todo más rápido. Pero si Trump es de veras un “desafío existencial”, como empieza a oírse en Bruselas, habrá que empezar a poner dinero sobre la mesa, y eso nunca es fácil en la capital europea. Aquí van media docena de ideas.

Una: mantener la unidad europea es fundamental porque, de lo contrario, Trump sacará partido en cada uno de los países por separado y el resultado será mucho peor; ya lo ha intentado con el objetivo de vender armas y gas natural.

Dos: lo mínimo que hay que sacar a la palestra es un fondo europeo de defensa, para ir a la cumbre de junio con algo sólido.

Tres: Europa debería mirar hacia China e imponer una guerra comercial híbrida, con represalias donde más duelan en Washington, pero también medidas de Competencia contra los gigantes tecnológicos, y con el botón nuclear del instrumento de coerción para la batalla estrictamente comercial.

Cuatro: Estados Unidos ha dejado de ser un aliado, y quizá haya llegado el momento de desempolvar el acuerdo de inversiones con China, de suscribir pactos con los chinos para desarrollar una inteligencia artificial, de repensar el bloqueo europeo al 5G del gigante asiático.

Cinco: hay que volver a las políticas expansivas, tanto en el BCE como en la Comisión Europea, con nuevas bajadas de tipos y políticas de apoyo a la demanda que casan mal con la melodía que suena actualmente en Fráncfort y en Bruselas, de neutralidad tirando a políticas restrictivas.

Y seis: los Estados miembros deberán aprobar medidas de apoyo a los sectores más afectados, que a vuelapluma van a ser el automóvil y las farmacéuticas. Puede que en España también el sector agrario sufra el impacto del huracán arancelario.

El superávit comercial de la UE con Estados Unidos asciende a 235.000 millones de dólares ―datos de 2024―, “una atrocidad” en palabras de Donald Trump. La nueva Administración estadounidense pretende rebajar ostensiblemente esa cifra, ingresar una buena cantidad de dólares contantes y sonantes y aprovechar para negociar otros asuntos, como las citadas ventas de armas y de energía; de paso, va a reorganizar el orden económico global y va a tratar de reindustrializar Estados Unidos.

Washington había percutido hasta ahora sobre México y Canadá, y en menor medida China. La siguiente diana estaba cantada, era Europa: el dardo ha ido directo al blanco. La UE está ante una nueva prueba de fuego, con la incertidumbre en máximos. Lo más probable es que reaccione tarde, mal y poco en un primer momento. Pero si sigue siendo válido eso de que Europa se forjará en las crisis, cabe esperar la misma resiliencia que la Unión mostró en esa crisis mutante, financiera-del euro-migratoria-Brexit-covid-Ucrania y demás, en la que llevamos metidos los últimos 15 años.

Pero lo primero es ponerse en modo crisis y dejar de parecer un boxeador sonado, medio grogui, esperando el siguiente puñetazo en la agenda ucrania, en Oriente Próximo o en este extraño embrollo arancelario que no ha hecho sino comenzar. Con las crisis, en Europa se esfuman certidumbres y se violan tabúes, se cruzan líneas rojas y se reescriben las reglas. Trump ha tocado a rebato: se acabó la hipnosis, hay que despertar.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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