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Los partidos moderados alemanes perfilan una gran coalición para contener a la ultraderecha

Alice Weidel, candidata del extremista AfD, intenta salir de su aislamiento con una visita al líder húngaro Viktor Orbán, que la elogia: “Es el futuro de Alemania”

El canciller alemán Olaf Scholz asiste a la reunión del gabinete en la Cancillería en Berlín, Alemania, este miércoles.
El canciller alemán Olaf Scholz asiste a la reunión del gabinete en la Cancillería en Berlín, Alemania, este miércoles.Nadja Wohlleben (REUTERS)
Marc Bassets

Los partidos moderados alemanes, después de semanas de ataques y descalificaciones mutuas, empiezan a allanar el terreno para el día después de las elecciones del 23 de febrero. El favorito, el democristiano Friedrich Merz, multiplica los guiños en vistas a una gran coalición, posiblemente con los socialdemócratas del actual canciller, Olaf Scholz. Lo que medirá el éxito o fracaso de esta coalición, según Merz, será su capacidad para frenar el ascenso de la extrema derecha.

Nadie quiere pactar con Alternativa para Alemania (AfD), pero esta formación, que todavía recibe un trato de partido paria tanto en su país como en el extranjero, ha dado varios pasos para salir del aislamiento. El más reciente y, para su candidata, Alice Weidel, significativo por su dimensión internacional, fue la visita este miércoles a Budapest, donde le recibió el primer ministro húngaro, y líder en Europa de la corriente nacionalista populista, Viktor Orbán. “AfD es el futuro de Alemania”, pronosticó Orbán. No es poco para una formación con la que líderes de la misma órbita ideológica como Marine Le Pen mantienen a distancia, por su radicalismo.

A diez días del voto, hay dos vaticinios que políticos y expertos se atreven a hacer con bastante confianza. El primero es que la Unión Democristiana / Unión Socialcristiana (CDU/CSU) será la fuerza más votada y que, “es prácticamente seguro que el señor Merz será el canciller de la República”, dijo este miércoles Manfred Güllner, director del instituto demoscópico Forsa. El segundo es que, pese a que AfD será, salvo sorpresas, la segunda fuerza más votada y obtendrá su mayor éxito para la extrema derecha desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, las posibilidades de que gobierne son casi nulas, aunque se convertirá en el primer partido de la oposición.

En conversaciones estos días con responsables políticos en Berlín, llama la atención que algunos ya estén haciendo cálculos para los tiempos y la aritmética a partir del 24 de febrero. En la CDU/CSU reflexionan en voz alta sobre el calendario y contemplan que antes de Semana Santa, a mediados de abril, habrá gobierno y canciller. El Partido Socialdemócrata (SPD) desconfía de Merz después de que, a finales de enero, este aceptase el apoyo de AfD en varios votos parlamentarios sobre inmigración. Los socialdemócratas consideran que rompió su palabra y el tabú de no acercarse a la extrema derecha. Pero, pese al resentimiento acumulado, trabajan con la misma hipótesis de la gran coalición.

El último sondeo del instituto Forsa da a la CDU/CSU un 29% de votos, a AfD un 20%, al SPD un 16%, a Los Verdes un 14%, y a La Izquierda un 6%. Ningún otro partido superaría la barrera del 5% para entrar en el Bundestag, con lo que habría menos grupos en el futuro hemiciclo que en el anterior y las coaliciones serían más sencillas.

Güllner, de Forsa, calcula que, con esta configuración, Merz podría formar una mayoría “cómoda” con el SPD de 333 escaños y una mayoría “ajustada” de 319 con Los Verdes. Merz, después de las críticas recibidas por votar junto a AfD en el Bundestag, ha jurado que jamás se aliará con la extrema derecha para gobernar. Se ha declarado abierto a pactar tanto con socialdemócratas como con ecologistas, aunque esta última opción es anatema para el sector más conservador de su partido.

Todo resultaría más complicado si entrasen más de cinco partidos en el hemiciclo. Merz podría verse forzado, para alcanzar la mayoría, a un tripartito, pero no resultaría sencillo. En los últimos tres años, la llamada coalición semáforo alió socialdemócratas, ecologistas y liberales, pero pronto se convirtió en guirigay sin rumbo. La experiencia concluyó abruptamente en noviembre con la destitución de los ministros liberales y la convocatoria de elecciones anticipadas. Nadie quiere repetirla.

“En la próxima legislatura necesitaremos un Gobierno y una mayoría parlamentaria que permita afrontar los grandes desafíos de nuestro país, en política migratoria, económica e interior”, exhortó este semana Merz en un debate en el Bundestag. “Si no lo conseguimos, el populismo de derechas ya no tendrá solo un 20% de votos”. Su mensaje es que, o los partidos moderados se unen y responden a las inquietudes de los votantes, o AfD seguirá subiendo. El candidato dice que su objetivo es “lograr que este partido vuelve a ser tan pequeño como sea posible”.

El SPD, precisamente, le acusa de haberlo reforzado regalándole una victoria con sus votos conjuntos en el Bundestag, y de haber roto el centro moderado y dificultado las posibilidades de entendimiento después el 23 de febrero. “Conmigo como canciller federal y con mi partido”, prometió Scholz en el debate parlamentario, “el centro seguirá siendo fuerte en Alemania.”

Lo que está en juego en estas elecciones es la solidez del centro —los partidos moderados divididos ahora en una campaña polarizada— y su capacidad para contener a la extrema derecha. “No podremos gobernar en una semana y media”, se quejó Weidel en Budapest junto a Orbán, “debido a un cordón sanitario antidemocrático.”

La incógnita es si los propósitos de Merz de postularse como el muro que contendrá a AfD acabarán como la promesa en Francia de Emmanuel Macron, quien prometía frenar a la extrema derecha y ahora es más fuerte que nunca. Güllner cree que nada está escrito. “Una coalición entre CDU/CSU y SPD es la mejor receta, si gobierna bien”, dice. “Un buen trabajo de una gran coalición puede reducir los números de AfD.”

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en Berlín y antes lo fue en París y Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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