La ruta hasta la casa de subastas: ¿cómo llega una pieza prehispánica a ser vendida por miles de dólares?
La falta de información sobre el origen de muchos objetos arqueológicos es una de las objeciones de los expertos a que estas piezas se comercialicen
El martillo no sonó fuerte esta vez porque la subasta era en línea. Pero de haber caído, hubiera provocado un estruendo: una supuesta hacha maya se estaba vendiendo por un valor cinco veces más alto del estimado por la firma Sotheby’s. La piedra con rasgos de jaguar, serpiente y murciélago salió del actual territorio americano. Pero las circunstancias en las que lo hizo se desconocen. Ese blanco en la historia de muchos objetos arqueológicos –de América, pero también de África, Oceanía o Europa– resguardados por coleccionistas privados, museos o galerías es una de las objeciones de los expertos a que estas piezas se comercialicen. La ruta hasta la casa de subastas es, muchas veces, un misterio.
Se sabe que el hacha con rasgos de múltiples animales formaba parte de la colección de la Albright-Knox Art Gallery, una institución pública estadounidense, desde 1944. Que antes de eso había sido expuesta en la galería de Raphael Stora, en Nueva York. Que la sala neoyorquina la había adquirido “presumiblemente” de una historiadora alemana que vivió en Inglaterra después de escapar de los nazis. Pero hasta ahí llega el recuento que hace en su página web la casa Sotheby’s, que no ha respondido a las preguntas de este periódico. Los investigadores Edwin M. Shook y Elayne Marquis escribieron que el hacha salió del actual territorio de Guatemala. El Gobierno del país centroamericano, sin embargo, ha asegurado a EL PAÍS que no reconoce esta pieza como parte de su patrimonio. Pese a la falta de certezas, la efigie fue vendida en mayo por más de 352.000 dólares (más de siete millones de pesos). Sotheby’s recaudó más de 750.000 dólares con la subasta de esta y otras piezas prehispánicas.
Como en este caso, la mayoría de las veces es difícil rastrear la procedencia de estos objetos porque muchos salieron hace siglos de sus lugares de origen en las manos de viajeros, coleccionistas, arqueólogos o militares en forma de saqueo o expolio. Así llegaron hasta merchantes que, a su vez, los vendieron a museos u otros coleccionistas. En Acquiring Cultures: Histories of World Art on Western Markets, un libro de 2018 compilado, entre otras, por la reconocida historiadora del arte Bénédicte Savoy, un pasaje ilustra la dinámica. “Estoy cansado de mi colección de antigüedades chinas, ¿quiere comprarla?”, oferta un aburrido teniente al marchante francés Eugène Boban. El militar bretón se explica: “He empezado una nueva colección de objetos precolombinos, sobre todo piezas de cerámica y armas”.
Este interés por poseer piezas únicas creció entre la burguesía de la época, que buscaba "curiosidades exóticas” para “escapar de sus modernas vidas urbanas”, se lee en Acquiring Cultures. En el siglo XVI surgieron las primeras casas de subasta –Sotheby’s fue fundada en 1744 y Christie’s, en 1766–. La visita a estos lugares se convirtió en “un ritual burgués” donde aprender sobre buen gusto, historia o ciencia. Para 1884 una publicación neoyorquina ya afirmaba que “no hay profesión más importante en la metrópoli que la del subastador”. Desde entonces, estas firmas se convirtieron en “espacios poderosos” para poner valor a estos objetos. Pero Savoy advierte en el libro: “No todos los objetos pueden subastarse y tener un precio fijado en el ámbito público, global y aparentemente racional del dinero”.
Aun así, estos artefactos se convierten muchas veces en piezas de colección. La pregunta no deja de circular entre los críticos: ¿son piezas de arte? ¿mercancías? ¿tesoros patrimoniales? El arqueólogo Daniel Salinas Córdova, especialista en patrimonio y restitución, apunta a que además del “valor estético y económico que les da el mercado” estos objetos tienen una relevancia científica y otra social para las comunidades descendientes de quienes crearon esas piezas: “A algunas [de estas piezas] ni siquiera se las conoce porque están en colecciones que son inaccesibles”. “Es lo triste”, lamenta, “que se privatice y comercialice el patrimonio”.
Según un recuento propio del arqueólogo, en los primeros cinco meses de 2021 se vendieron casi 300 objetos mesoamericanos en 12 subastas. Aunque la pandemia ha frenado el gran crecimiento que el mercado del arte tuvo en los últimos años, el sector “ha experimentado un repunte liderado por las casas de subastas que lograron seguir con su actividad durante lo peor de la crisis sanitaria”, según el informe The Art Market 2020, que es referencia en el sector. El mercado se contrajo un 21% durante la pandemia, lo que obligó a estos actores a acelerar sus procesos de digitalización. La venta de piezas arqueológicas es solo una parte de este mercado, que aún guarda un gran secretismo.
Garantizar la autenticidad y la procedencia
Las casas de subasta cuentan con mecanismos y recursos para asegurarse de que una pieza no es falsa ni proviene del circuito ilegal. Porque el contrabando sigue existiendo pese a que la legislación se ha robustecido: hay excavaciones clandestinas, falsificación de documentos y tráfico ilegal, además de objetos contemporáneos que se pretende hacer pasar por antiguos. En 2015, por ejemplo, fue la firma francesa Binoche et Guiquello la que alertó cuando la familia de un coleccionista se presentó con un artefacto prehispánico de 400 kilos cortada en cuatro trozos. Resultó ser el Bajorelieve de Xoc, una extraña pieza olmeca de 3.000 años de antigüedad que había sido robada hacía 40 años y que tras el aviso regresó a México. Pero estos mecanismos pueden fallar: Sotheby's tuvo que retirar de su última subasta un cuenco de cerámica que había puesto a la venta, después de que el Gobierno de Guatemala reclamara la pieza.
Una vez verificada la autenticidad de un objeto, los especialistas le asignan dos precios estimados, uno mínimo y uno máximo. Los valores están determinados por distintas variantes, como la antigüedad de la pieza, su excepcionalidad o los museos y colecciones por las que pasó. Salinas Córdova explica que el mercado, además, “tiene tendencias”: “Lo maya es muy buscado, también los barros de Colima o las figuritas verdes de Guerrero”. Con un precio de salida acordado, empieza la puja hasta que el mejor postor gana.
En mayo, la supuesta hacha maya vendida por más de 350.000 dólares fue la pieza más valorada en la subasta anual de arte de América, África y Oceanía de Sotheby’s. El artefacto incluso superó el precio máximo estimado por la firma, que era de 70.000 dólares. Dos arqueólogos consultados por este periódico, Daniel Juárez, curador de la Sala Maya del Museo Nacional de Antropología de México, y Tomás Pérez, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), cuestionan, sin embargo, que realmente se trate de una pieza de esa procedencia. “Definitivamente no es maya”, asegura Juárez, “ni en sus técnicas de manufacturas ni en su iconografía”.
Dudas similares surgieron cuando la firma Christie’s subastó 33 piezas prehispánicas en París en febrero. En ese entonces, aún no se había firmado la "declaración de intenciones" que acordaron este jueves México y Francia para “dificultar al máximo el comercio ilícito de piezas importantes para el patrimonio histórico y cultural mexicano”. Algunas de las obras habían sido señaladas como falsas por el Gobierno mexicano. Pero la venta siguió pese a las denuncias y a las recomendaciones de la UNESCO, que sugirió suspender la comercialización hasta tener más información sobre la procedencia lícita de las piezas. Christie’s, que no ha respondido a las preguntas de este periódico, argumentó que la venta cumplía con los requisitos de la legislación francesa, que reconoce como dueño al poseedor del bien.
“Se amparan en que no ponen a la venta bienes cuya procedencia esté en duda. Y al final se apegan a las ventajas que les da la legislación de donde ocurre la subasta”, señala el doctor en Derecho de la Cultura Carlos Lara. La convención de la UNESCO de 1970 busca proteger los bienes culturales, pero no es retroactiva, ni tiene efectos directos sobre el derecho interno de los Estados y no involucra a los actores privados. El convenio UNIDROIT, de 1995, viene a complementarla y salvar esas falencias. Sin embargo, algunos países, como México, no lo han firmado aún. Aunque la comercialización de estos bienes culturales sea “moralmente condenable”, sostiene el especialista, sigue siendo “procedente”. Los gobiernos reclaman estos objetos por la vía diplomática, y existen casos de éxito, pero muchas veces el desenlace es el mismo. Martillazo o no, y vendidos.
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