El libro de instrucciones de Vinicius de Moraes
La digitalización y puesta al alcance de todos del archivo del autor de ‘Garota de Ipanema’ permite adentrarse en su laborioso proceso creativo
Río de Janeiro es una ciudad que con su verano eterno y sus playas urbanas invita al hedonismo. Es fácil imaginar al poeta Vinicius de Moraes —un vividor que adoraba a las mujeres, a sus amigos y el whisky— componiendo Garota de Ipanema en un bar en traje de baño copa en mano. Pero no. Su nieta Julia traza esa caricatura del padre de la bossa nova antes de describir el laborioso proceso creativo. Escribía por las mañanas, sentado a una mesa. Los originales de su obra permiten ver “los ajustes, la búsqueda de la palabra correcta. Escribe mucho y luego va sintetizando, porque Vinicius es el poeta de la simplicidad, de la síntesis poética”, recalca.
“É melhor ser alegre que ser triste
A alegría é a melhor coisa que existe”
Cita la nieta los versos con los que arranca el Samba da Benção. Cualquiera puede asomarse ahora a ese proceso tan íntimo del poeta, compositor, dramaturgo, crítico cinematográfico y diplomático, fallecido hace cuatro décadas en su casa carioca.
Vinicius de Moraes, al desnudo. Se puede navegar por toda su obra, ver los garabatos de sus correcciones, las versiones y los añadidos, en el recién estrenado archivo digital. Desde cualquier parte del mundo y gratis. Ya no es necesario viajar a Río de Janeiro para husmear en los papeles que componen una obra descomunal y diversa: sambas, sonetos, guiones cinematográficos, obras de teatro, críticas de cine… que son un canto a la felicidad, la belleza, al disfrute de la vida.
Hijos y nietos lo llamaban Vinicius, cuenta Julia, cineasta, que tenía seis años cuando él murió en 1980. Sus recuerdos de él son fotográficos… imágenes de los grandes encuentros en la casa familiar de Río de Janeiro, con la mesa llena de gente. Adoraba recibir amigos.
Julia Moraes charló con este diario el pasado martes al aire libre y con mascarilla porque la pandemia aún pega fuerte en Brasil. Fue en el coqueto jardín de la Fundación Casa Rui Barbosa, en Río, que conserva el legado documental de Moraes y otros brasileños ilustres.
La nieta, que ha dirigido el proyecto para crear el archivo digital, habla a borbotones del poeta mientras cita aquí y allá un verso, el título de una canción o a muchos de los artistas con los que el abuelo colaboró.
Estudiosos, aquellos que se enamoraron de Brasil a través de su música o curiosos en general pueden pasearse por 11.000 documentos, incluidos los originales de 260 canciones. Entre lo conservado, falta Garota de Ipanema. La familia desconoce qué fue del original del himno más popular de Brasil, inspirado en Helo Pinheiro, una mujer que aún vive en Ipanema, un barrio rico. (La canción es un clásico que acaba de actualizar Anitta, una de las cantantes más famosas de Brasil).
Tampoco incluye archivos sonoros ni visuales. La familia pretende alentar nuevas investigaciones, futuros descubrimientos. “Queremos democratizar el acceso al conocimiento”, recalca. Estos son tiempos sombríos para la cultura en Brasil por la pandemia y por el bolsonarismo.
Las cuatro hojillas en las que fue escrita Chega de saudade incluyen cuidados borrones garabateados por el autor mientras escribía la letra que, con música de Tom Jobim, se convirtió en la canción símbolo de la bossa nova (nueva ola). El trío que la alumbró lo completa el cantante y guitarrista João Gilberto, fallecido en 2019. Aquel estilo exportado por el periférico Brasil “unió la cultura popular con la cultura erudita para crear algo nuevo, una amalgama de tradición y modernidad”, describe la cineasta. Conjugaron la cultura negra de las favelas de Río con la poesía tradicional. Un ritmo convertido en banda sonora de aquel Brasil prometedor, de futuro, que pretendía mejorar la autoestima nacional, enaltecer lo mejor de un país cuya cara más conocida era otra. Pobreza, violencia, injusticias. Lacras que, mitigadas, persisten. Aquel Brasil que sedujo a Stefan Zweig y que tuvo al arquitecto Oscar Niemeyer o a Pelé entre sus iconos.
Entre la correspondencia privada, cartas de Charles Chaplin y Orson Welles de los tiempos en que el poeta fue vicecónsul en Los Ángeles (EE UU), justo después de la Segunda Guerra Mundial a la que Brasil contribuyó con soldados en las filas aliadas. El consulado quedaba en el 6606 de Sunset Boulevard, adonde Chaplin le escribe para agradecerle el envío de una revista de cine lanzada por el brasileño y le promete enviar una foto autografiada. La carta de Welles es informal, de amigos. Tras quejarse de los periódicos de Hearst, le dice que se tienen que ver pronto para comer. El diplomático y artista le acompañó durante el rodaje de La Dama de Shanghái y, de vuelta en su patria, empezó a escribir guiones.
Entre los manuscritos, la partitura de A felicidade, de Insensatez, del Soneto de Fidelidade o de A sinfonía da Alvorada, escrita con Jobim para la inauguración de Brasilia como capital hace seis décadas.
La pieza preferida de la nieta cineasta tiene que ver con su oficio, el de ella. Es el guion de Orfeo negro con anotaciones del abuelo. La película del francés Marcel Camus ganó la Palma de Oro en Cannes, un Oscar en 1960 y contribuyó a la fama internacional de la música popular brasileña. El filme es una adaptación de la obra teatral Orfeu da Conceição, en la que Vinicius de Moraes puso entusiasmo y dinero, el mito griego de Orfeo trasladado a las favelas cariocas. “¿Qué dice Vinicius al principio de la obra? Esta obra puede ser montada en cualquier momento y lugar siempre que los actores sean negros. ¿Qué entiendo yo que quería decir? Que la cultura negra es tan grande como la griega”, explica Julia Moraes, que recuerda que, por primera vez, artistas negros protagonizaron una obra en el Teatro Municipal de Río, ubicado a pocas manzanas de los muelles por los que llegaron millones esclavos desde África.
El dramaturgo pagó el espectáculo de su bolsillo. Como quería algo grandioso, monumental, llamó a Niemeyer para que diseñara el escenario. Y fue la búsqueda de un compositor para la música de la obra lo que propició su encuentro con Tom Jobim, que alumbró una exitosísima colaboración artística de décadas. Pese a la fama que le dio, la película “no le gustó, él era más bien un hombre de cine tradicional”.
El intelectual murió a los 66 años, tras mucho whisky, nueve esposas y grandes farras con amigos. Dejó una producción intelectual vasta y polifacética que tampoco cesó en sus años de diplomático, abruptamente terminados en 1968, cuando la dictadura lo echó de la carrera por bohemio.
Los originales de su obra y sus fotos lograron sobrevivir a las muchas mudanzas y a la ruptura de sus matrimonios y, es más, permanecer como conjunto a lo largo de los años. El logro obedece a que él mismo siempre quiso conservar su legado para la posteridad y contó con la valiosísima complicidad de sus hermanas. Ligia, la mayor, soltera sin hijos, se esmeró en reunirlo todo en el garaje de la casa familiar. Allí se conservó por décadas. Durante toda su vida ella cuidó también de los dineros y la vida burocrática de su hermano artista.
Los descendientes de Vinicius de Moraes son un clan en el que proliferan los artistas y que, milagro, ha sobrevivido unido a la gestión de los derechos de autor, en las antípodas de las querellas financieras y familiares que amargaron los últimos años de João Gilberto. El padre de Julia, Pedro, fotógrafo, y otros cuatro hijos del compositor gestionan su legado. Ella, que culpa a Universal de haber iniciado la espiral de problemas de Gilberto, asegura que entre los Moraes no hay disputas, deciden por consenso. En este proyecto de digitalización la ha acompañado un sobrino nieto del poeta, Marcus Moraes.
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