El maniqueísmo de la Justicia brasileña con la prensa
Un reportaje del medio digital ‘The Intercept’ confirma la manera en la que los fiscales de la Lava Jato lidian con los periodistas. Dan preferencia a quienes apoyan sus tesis sin cuestionarlas. No es y nunca será el caso de EL PAÍS
Brasil amaneció este martes con la noticia de que el periodista americano Glenn Greenwald, columnista de The Intercept, es acusado por un fiscal del Ministerio Público Federal del Distrito Federal (Brasilia) de haber incentivado y orientado al grupo criminal que filtró los mensajes de los fiscales de Lava Jato. Un episodio más de persecución a la prensa brasileña, que ha crecido bajo el Gobierno de Jair Bolsonaro. La acusación contra Greenwald es frágil y se desmiente en la propia prueba presentada por el fiscal. El periodista, que fue contactado por hackers, respondía a preguntas sobre la manera de proteger la identidad de su fuente, que le pasaría los diálogos mantenidos por los fiscales de Lava Jato a través de la aplicación Telegram, y que comenzaron una serie de reportajes, también publicados por EL PAÍS.
Uno de estos reportajes fue publicado este lunes, 20, y muestra cómo Lava Jato ha cooperado con el trato irrespetuoso hacia la prensa en Brasil, incluso con este diario. Bajo el título “Intentemos ser generosos”, el texto cuenta cómo el jefe de la investigación, Deltan Dallagnol, hace distinciones con la prensa a raíz de una solicitud hecha por EL PAÍS en agosto de 2018. “No les daría la exclusiva ”, dijo Deltan Dallagnol en respuesta a una solicitud de información realizada el 30 de agosto de 2018 por Afonso Benites, corresponsal de EL PAÍS en Brasilia, según el reportaje publicado por The Intercept Brasil este martes. El periodista pedía una declaración del equipo de investigación de la Lava Jato —el otro lado, como se dice, en periodismo—, tras una afirmación del abogado Rodrigo Tacla Durán, exejecutivo de Odebrecht, que se refugió en España cuando la Lava Jato ya estaba en marcha. Durán afirmaba que dicha unidad especial había fijado una audiencia con él en 2017, pero ningún fiscal apareció. El 30 de agosto, las chats captados por The Intercept Brasil muestran cómo actuó Dallagnol para quitarle a EL PAÍS lo que, desde su punto de vista, sería una “exclusiva” de este periódico, para dársela a otro medio de su preferencia. En este caso, a O Antagonista.
“Exclusiva”, en el argot periodístico, es una noticia conseguida y publicada por un solo medio informativo. Hay una sana competición por las exclusivas entre los medios de comunicación, por ser el primero en hacer que el lector se interese en un determinado asunto. The Intercept Brasil mostró que el fiscal trató con desdén la petición de EL PAÍS, por etiquetarlo de izquierdas. "El País tiene una visión de izquierdas”, le dijo al fiscal Carlos Fernando dos Santos Lima, para justificar por qué, deliberadamente, optó por darle la información a otro medio, sin que este la hubiese solicitado. Es decir, se valió de la investigación de uno para beneficiar a otro. Es como si un diario emplease la pesquisa de un fiscal y se la diese a otro para perjudicar la investigación del primero.
Ante esta revelación, la pregunta es obvia. ¿Dónde está la ética que el fiscal dice que rige su trabajo en este episodio? ¿Desde cuándo su interpretación acerca de un periódico le hace darle prioridad a un medio u otro? Cuando hablamos de cuánto manipula el actual Gobierno y le falta al respeto a la prensa, con claras preferencias hacia determinados diarios que no tocan asuntos que le desagradan, una se pregunta qué diferencia hay entre el juego de poder del presidente de la República, Jair Bolsonaro, y la gestión de Deltan Dallagnol. Únicamente que Dallagnol no hace esas distinciones públicamente, al contrario del presidente. Si lo criticas, eres de izquierdas y enemigo. Si lo apoyas, eres democrático, merecedor de sus respuestas inmediatas, informaciones y entrevistas exclusivas. Una postura infantil, carente de honestidad y poco ligada a su autoimagen de íntegro.
El reportaje de The Intercept muestra también cómo Dallagnol buscó influir, por medio de O Antagonista, en la designación de la Presidencia del Banco do Brasil, evitando que Ivan Monteiro —brazo derecho del expresidente de Petrobras, Aldemir Bendine— fuese nombrado. Bendine llegó a ser encarcelado por el equipo de la Lava Jato. Las maniobras del fiscal ayudaron a desbaratar el nombramiento de Monteiro. No tuvo éxito en su afán de encontrar elementos contra el magistrado del Supremo, Gilmar Mendes, como demostró EL PAÍS en agosto del año pasado. Dallagnol buscaba la recusación o incluso el impeachment de Gilmar.
EL PAÍS sigue la operación Lava Jato desde el principio. Ya le ha hecho reiteradas peticiones de entrevistas a Deltan, todas infructuosas. Obtuvo una exclusiva el 13 de agosto de 2015, con el título “La Lava Jato trae una esperanza, crea un círculo virtuoso”. Hizo entrevistas y publicó artículos también con otros fiscales de Curitiba a lo largo de dos años, pero nunca dejó de oír las alertas de quienes señalaban fallos en la operación. El segundo semestre del año pasado se puso en contacto con The Intercept para pedirle el acceso a los mensajes de la Vaza Jato [como se le denomina a la revelación de los mensajes filtrados del equipo de investigación de la operación Lava Jato] y, desde entonces, ha publicado reportajes sobre el tema. Pero, antes incluso de participar en este pool de medios, el fiscal ya lo veía con desconfianza, como se ha podido saber este martes 21 de enero.
Las conversaciones virtuales confirman lo que la prensa tenía claro acerca del modus operandi del grupo de investigación, algo que el diario brasileño Folha de S. Paulo ya había expuesto en un reportaje en diciembre. La información en sí solicitada por EL PAÍS, mencionada por el reportaje de The Intercept de este martes, no tiene nada de extraordinario. Pero el chat tiene el mérito de plasmar una vez más lo que siempre fue una certeza entre los periodistas, aun sin la prueba concreta. Dallagnol es capaz de no hacer caso a los consejos de colegas y expertos en comunicación de su entorno para retrasar el trabajo de los medios que considera que van en contra de los objetivos de la operación. Dallagnol, además, tilda la solicitud del periódico de “malintencionada”, un juicio de valor precario, muy por debajo de lo que se espera de una persona que ocupa su cargo.
Al tratar de empequeñecer a EL PAÍS, él mismo reduce su tamaño. Intimidarse por asuntos corrientes de la prensa, poniendo a un medio como enemigo, es propio de figuras limitadas, de pensamiento binario. La democracia pregonada por el fiscal parece que solo sirve para quien embarca en sus tesis sin cuestionarlas, pese a las voces jurídicas que lo critican —y pese a que este mismo periódico le haya dado espacio al fiscal y a su equipo. Es un maniqueísmo barato, mezclado con una vanidad tosca que en nada contribuye a una investigación sana.
El reportaje de Folha de São Paulo del mes pasado mostró que el por entonces juez Sérgio Moro, actual ministro de Justicia, también tenía sus preferencias en cuanto a la prensa, y ayudó a Deltan a anteponer, más de una vez, a algunos periodistas en detrimento de otros para divulgar en primicia las operaciones. Su comportamiento socavó su credibilidad de otrora, algo que repercute hasta los días de hoy. Tras el anuncio de que sería entrevistado en directo este lunes en el programa de televisión brasileño Roda Viva, las redes sociales se agitaron para saber si Moro habría o no vetado a algún medio de estar presente en la tribuna de entrevistadores del canal TV Cultura.
EL PAÍS siempre ha informado sobre la Lava Jato guiándose por la búsqueda de la coherencia, tanto de los investigados como de los investigadores. Lo que se hizo bien en la operación ha de ser celebrado, y lo que no se corresponde con las reglas democráticas tiene que ser cuestionado. Este diario nunca ha insinuado el fin de la Lava Jato ni nada parecido. Pero jamás dejaríamos de informar sobre los atropellos cometidos por la operación que nos señalaron varios juristas de renombre.
¿Eso es ser de izquierdas y malintencionado para el fiscal? A su valoración, le contesto con las mismas palabras de Juan Luis Cebrián, fundador de este periódico, que es una referencia mundial. “EL PAÍS quería y quiere ser un periódico que cuente las cosas que interesan a los lectores y no se calle las cosas que molesten al poder”. Dallagnol tiene poder y a él le molestamos, como ya ha dejado claro en más de una ocasión. El poder necesita gente con altura de miras, además de humildad y responsabilidad. Manejan vidas, valores y el imaginario de una nación. Oír lo que a uno no le gusta es un regalo, señor fiscal. A partir de la crítica se pulen creencias y principios para entregar la verdad, y no relatos convenientes, que fragilizan la ética y la Justicia.
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