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LA BRÚJULA EUROPEA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Reino Unido, España y las trincheras de adentro

Abundan en Occidente líderes polarizantes; la división que provocan en las sociedades tiene un coste muy grave

Andrea Rizzi
El primer ministro británico, Boris Johnson, el pasado día 3 de octubre en Downing Street.
El primer ministro británico, Boris Johnson, el pasado día 3 de octubre en Downing Street.Peter Summers (Getty Images)

En una entrevista concedida a este diario hace unos días, Michael Bloomberg lamentaba la desgarradora polarización política que sufre Estados Unidos y señalaba que el último presidente de ese país que intentó realmente unir a la sociedad fue Clinton. “Trump intenta dividir. Obama no tuvo interés en unir a la gente. George W. Bush, un poco. Clinton fue el último que lo hizo”, afirmó. La consideración del exalcalde de Nueva York y fundador del imperio mediático que lleva su apellido toca una llaga extendida en Occidente: las trincheras de adentro, la división de las sociedades. Europa no está exenta de ese virus.

La actitud de los líderes es un elemento clave en la determinación del grado de cohesión de las sociedades. Los dirigentes magnánimos tienen visión de largo plazo y buscan unir pese a los posibles costes del corto plazo; los pusilánimes buscan reforzar su posición a través de la polarización. Los centristas, por lo general, enfrían; los radicales suelen inflamar.

Los pulsos entre naciones obviamente son los más peligrosos. Pero las invisibles trincheras internas de las sociedades también tienen un coste. Porque la política que se aleja del pragmatismo y se adentra en el territorio emocional e ideológico, suele ser menos eficaz; y porque las relaciones sociales que se agrían e intoxican la coexistencia frenan el desarrollo.

En Europa, el Reino Unido es un caso de país con fuerte polarización. El Brexit y su manejo por parte de muchos políticos representa una trinchera que será probablemente una herida duradera. Es todo un símbolo que el primer ministro Boris Johnson anunciara esta semana su propuesta a los Veintisiete para un acuerdo de salida —probablemente el hecho más importante para la sociedad británica en siete décadas— en la conferencia anual de su partido. En cambio, el Parlamento, la institución que representa a todos los británicos, quiso cerrarlo durante cinco semanas críticas del proceso.

El caso británico apunta al carácter de arma de doble filo de los referendos. Por un lado, son un alta expresión democrática. Por el otro, a veces, un arma incendiaria que exalta la división; la política que, en lugar de buscar soluciones consensuadas y pragmáticas, abdica y recurre al demos para que se pronuncie de forma binaria sobre cuestiones complejísimas a veces enferma, en vez de sanar, una sociedad.

España es otro caso de país con fuerte polarización propiciada por sus líderes. En la cuestión catalana, claramente, el deterioro es de tal magnitud que el daño causado a la coexistencia de ciudadanos de distintas ideas políticas en ese territorio es enorme. A nivel nacional, las cuartas elecciones en cuatro años escriben el epitafio de una clase dirigente tan rígida, polarizada y polarizante como para ser incapaz de gestionar la voluntad de los ciudadanos y volver una y otra vez a ellos con un lamentable subtexto: la vez anterior os equivocasteis, a ver si esta vez votáis mejor.

En el Este del continente, las iniciativas de dirigentes populistas radicales producen también un género de división interna de la sociedad muy tóxica. En ese caso el pulso se libra alrededor de la misma supervivencia de la democracia liberal.

Aunque afortunadamente no se mida en términos de víctimas mortales ni sea fácil cuantificarla en función de puntos del PIB, las trincheras de adentro dañan.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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