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Modi se juega la reelección en India entre crecientes señales de descontento y polarización

Los sondeos pronostican que el BJP, el partido del primer ministro, no obtendrá la mayoría absoluta en las elecciones que concluyen este domingo

María Antonia Sánchez-Vallejo
Narendra Modi, durante un acto de campaña.
Narendra Modi, durante un acto de campaña.Bikas Das (AP)

Narendra Modi, primer ministro indio en funciones, se asomó el viernes por primera vez tras cinco años de mandato a una conferencia de prensa. Decir asomarse no es una licencia poética: Modi compareció, sí, pero dejó que contestara todas las preguntas el presidente de su partido, el Bharatiya Janata (BJP, en sus siglas inglesas; derecha nacionalista). Con 110 millones de militantes —el mayor del mundo— y nada menos que 1,1 millones de empleados difundiendo el evangelio modiano en las elecciones que hoy concluyen, no extraña que el dirigente indio haya considerado innecesario exponerse al escrutinio público. Porque en el exterior, de Davos a la Casa Blanca, tiene una reputación dorada, pero en casa esa imagen de firmeza y éxito se desintegra en miles de facetas que reflejan desde la adoración ciega al temor a una creciente autocracia.

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A punto, según las encuestas, de revalidar su victoria pero sin la mayoría absoluta que logró en 2014, la mención de Modi (68 años) genera un notable ruido ambiental: las elecciones, de seis semanas de duración y con un censo de 900 millones de votantes —tres veces la población de EE UU; más que la de Europa entera— recuerdan una superproducción de Bollywood, frenética y estridente. Mentar a Modi es suscitar una cacofonía: por su postura de fuerza contra Pakistán; por sus bombásticos programas nacionales (gas, electricidad y letrinas para todos), por la ralentización económica y, también, por el aire iluminado que proyecta, un impulso mesiánico que no convence a todos.

“Modi es uno de los principales estadistas globales. La economía india es líder en el mundo, y ese es su principal logro, hacer de India una superpotencia. Gracias a él el comercio global indio pasará de representar el 1,2% actual al 3% en su próximo mandato, porque estamos convencidos de que volverá a gobernar. Ha hecho todas las reformas que el país necesitaba: la laboral, la fiscal, todas”, sostiene Syed Zafar Islam, portavoz nacional del BJP. “Modi es un mesías, un mesías para los pobres, porque se preocupa por ellos y por eso tiene todo su apoyo, como también lo es para los jóvenes y los agricultores”, concluye el portavoz, en referencia a dos sectores muy castigados, los primeros por el desempleo, y los agricultores, la mitad de la población activa del país, por el impacto del cambio climático y las deudas, que han provocado una oleada de suicidios.

La reválida de la dinastía Gandhi

Rahul Gandhi (48 años), líder del opositor Partido del Congreso —vector de construcción de la India independiente— y epígono de una dinastía política que se remonta al héroe nacional Jawaharlal Nehru, lo ha dado todo en esta campaña, sucia y agresiva. Pese a los trapos sucios que le han arrojado a la cara sus contrincantes —algunos de hace décadas, cuando él aún no se dedicaba a la política—, Gandhi confía en salir bien parado de estas elecciones, no en balde cuenta con la artillería pesada de su hermana Priyanka, más carismática que él y que debutó oficialmente en la política este año como secretaria general del partido a cargo de Uttar Pradesh.

En comparación con la debacle de 2014, cuando la coalición liderada por el Congreso sólo arañó 44 escaños —el peor resultado de su historia—, el bisnieto de Nehru, nieto de Indira Gandhi e hijo de Rajiv Gandhi —los dos últimos, asesinados durante el ejercicio de su cargo— espera una resonante victoria, y superar los 45 asientos ya lo sería. Pero en la Fundación Rajiv Gandhi, un gigantesco edificio aparentemente desierto en el centro de Delhi, no se pronuncian al respecto. "Eso son cosas del partido y del candidato, aquí no nos inmiscuimos en política, sólo tenemos una función social", explica un tanto airada una portavoz. Pero desligar la política de la familia Gandhi parece un intento condenado al fracaso: el propio Rahul dice estar casado con su partido.

“Ha mejorado mucho como líder en los últimos años, ha ganado confianza y entidad, y contesta a todas las entrevistas sin pedir un cuestionario previo, como hace Modi. Potencialmente no es un mal líder, pero en el Congreso hay otros muchos dirigentes jóvenes que podrían ser mejores”, señala Jayati Ghosh, profesora de Economía de la Universidad Jawaharlal Nehru de Delhi, no sin lamentar que los medios extranjeros enfoquen sólo a Narendra Modi o Rahul Gandhi. “Los indios no estamos eligiendo un primer ministro, sino un Parlamento que luego se encargará de elegir al jefe de Gobierno. Lo de considerar solo a Modi o a Gandhi es una trivialización en la que incurren todos los medios, incluidos los anglosajones, supuestamente más informados sobre la India, pero este no es un sistema presidencialista, aquí tenemos un legislativo soberano. Si ganara las elecciones el Congreso, quién sabe cuál sería su candidato a primer ministro”.

La firmeza mostrada ante Pakistán, que permitió a Modi recuperar terreno en los sondeos —y monopolizó el resto de la campaña—, convenció a Gopal Singh para votar al BJP. “Y como yo todo mi entorno. Modi es el líder más fuerte que ha tenido la India, y estoy seguro de que repetirá mandato en solitario, tres mandatos más incluso”, dice este visitador médico en la antesala de un destartalado ambulatorio privado en el centro de Delhi. “Modi tiene visión de futuro, tiene en la cabeza un modelo de India que no imagina ni por lo más remoto Rahul Gandhi [principal candidato de la oposición]”, concluye Singh, mediana edad, clase media justita y desbordante confianza en el futuro… de Modi.

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Precisamente lo visionario —en su doble faceta de adelanto y quimera— es lo que asusta a los críticos, porque, sostienen, incluye un peaje divisivo, el clásico y eficaz “nosotros frente a ellos”: cualquiera que ose formular una crítica es tachado por la maquinaria propagandística del BJP de amigo de Pakistán. El rampante discurso del odio (contra los musulmanes, el 14% de los 1.300 millones de habitantes, pero también contra otras minorías) está haciendo estragos, como demuestran las explosivas declaraciones de una candidata del BJP que ha reivindicado como un patriota al asesino —hindú— del Mahatma Gandhi, o los episodios de violencia política en Bengala esta semana, los últimos de una larga serie.

En cinco años la India ha accedido a la liga de las estrellas mientras la figura omnipresente de Modi enseñaba las costuras del populismo. “En 2014 el grado de corrupción era tal que había paralizado la política, por eso las expectativas eran muy altas y la victoria de Modi fue tan rotunda. Pero, salvo algunas ideas aisladas, pronto se vio que carecía de hoja de ruta”, explica Arun Kumar, del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Jawaharlal Nehru de Delhi, gran bastión del pensamiento secular. “Era más publicidad que programa: quiso llevar la luz a todas partes, pero sin movilizar a los beneficiarios. Un buen gobierno debe implicar a la población. Su manera de concentrar el poder, sin dejar hacer a sus ministros, se ha ido volviendo cada vez más autocrática”.

El jarro de agua fría de la desmonetización —retirada de los billetes de 500 y 1.000 rupias en 2016— afectó sobremanera “a la inmensa mayoría, el 90%, los que no usan bancos ni tarjetas de crédito. Fue un gran shock, como el impuesto GST [un tipo de IVA], pero lo realmente insidioso ha sido su apuesta por el sectarismo, por el supremacismo hindú sobre las minorías”. El grave atentado que causó 40 muertos en Cachemira en febrero, perpetrado por un grupo terrorista paquistaní, le vino como anillo al dedo, recuerda Kumar. “Hasta entonces, después de que la oposición se hiciese con tres Estados clave, las encuestas daban al BJP muchos menos votos [que en 2014]. Desde el atentado, el mensaje de que la nación está en peligro y debe ser lo primero, opacó la pésima situación económica”.

Una votante, ante un mural con una escena del Mahabharata, en Uttar Pradesh.
Una votante, ante un mural con una escena del Mahabharata, en Uttar Pradesh. R. Kumar Singh (AP)

La mayor tasa de desempleo en 45 años, un crecimiento previsto del 7,3% del PIB sobre el que se cierne la sombra del maquillaje estadístico; la frustración social —“licenciados y posgraduados optando a empleos de limpieza urbana”, subraya Kumar—, el recurso a la épica o la superstición por parte de conspicuas autoridades y una concentración de poder en la cúpula que hace a Kumar temerse lo peor (“vamos tal vez hacia un sistema presidencialista, tan ajeno a la tradición india”) son factores que “amenazan gravemente los fundamentos seculares del país”. “Estamos ante un futuro incierto, muy incierto”, concluye el investigador.

El “país de los primeros de la clase”, como tituló el Nobel de Economía indio Amartya Sen uno de sus libros; la nación prendada, y prendida, del horóscopo y la tecnología, se dispone a inaugurar un nuevo ciclo. O una espiral, dicen los pesimistas, si Modi toma otra vez las riendas de la India como si agarrara las de una cuadriga de los Vedas.

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