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Columna
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Dinastías

Se sabe muy poco sobre las ideas e intenciones de Priyanka Gandhi. A corto plazo su presencia no solucionará los problemas internos del partido, pero insuflará un balón de oxígeno en la campaña

Eva Borreguero
Priyanka Gandhi Vadra en Lucknow, India, el pasado 11 de febrero.
Priyanka Gandhi Vadra en Lucknow, India, el pasado 11 de febrero. PAWAN KUMAR (REUTERS)

A pocas semanas de comenzar la campaña por las elecciones indias que tendrán lugar en mayo, el Partido del Congreso, abanderado del secularismo y socialismo, anunció que Priyanka Gandhi, hija de Rajiv Gandhi y la italiana Sonia Gandhi, entrará en la política. La noticia ha animado una campaña en la que el primer ministro, Narendra Modi, del partido nacionalista hindú BJP, parecía no tener rival.

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Carismática y fotogénica, Priyanka irradia la presencia poderosa que tenía su abuela Indira Gandhi, una política formidable, controvertida y adorada por el pueblo: “Indira es India, India es Indira”, aclamaban sus seguidores.

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Un pueblo proclive a sacralizar la saga Gandhi —recuerden al escritor Javier Moro, cuya biografía de Sonia Gandhi, El sari rojo, desató la furia social por describirla en su humana cotidianidad—. “Indira ha regresado”, afirman ahora los partidarios de Priyanka mientras difunden imágenes que la representan como Durga, la diosa invencible del panteón hindú, símbolo del poder cósmico femenino, que también personificó su abuela Indira. Si en términos de culto a la personalidad, la difunta Indira hubiera sido la única capaz de rivalizar con Modi, podríamos afirmar que Indira ha regresado en su avatar Priyanka.

La política de las familias dinásticas modernas, un fenómeno clave en la comprensión de Asia meridional, tiene lugar en casi todos los países de la región. En una primera etapa poscolonial surgieron mujeres prominentes, generalmente de la mano de una figura masculina, padre o esposo que jugaron un papel importante en la lucha por la independencia y la democracia. Fue el caso de Suu Kyi en Myanmar, Indira Gandhi en India, Benazir Bhutto en Pakistán, o Khaleda Zia en Bangladés. En breve las siglas de los principales partidos se convirtieron en sinónimo de la familia gobernante. Con frecuencia la desaparición por muerte violenta de sus líderes aportó un sentido de destino trágico al servicio de la nación cuya impronta pervive en el apellido del linaje. Indira Gandhi, su hijo Rajiv Gandhi, Zulfikar Ali Bhutto, su hija Benazir Bhutto y, Ziaur Rahman, todos ellos murieron asesinados o ejecutados.

En India, esta política ha evolucionado en direcciones contrapuestas. Por un lado, la patrimonialización familiar de los partidos se ha ido debilitando en la medida que los vástagos dinásticos no han cumplido con las expectativas generadas. Fue el caso de la derrota del Congreso dirigido por Rahul Gandhi en 2014. Por otro, existe evidencia de que esta práctica se está extendiendo entre otros partidos. Según un estudio de la analista Kanchan Chandra, de los 36 partidos del Parlamento, el 64% tiene dirigentes cuyos familiares han estado previamente en la política.

Se sabe muy poco sobre las ideas e intenciones de Priyanka. A corto plazo su presencia no solucionará los problemas internos del partido, pero insuflará un balón de oxígeno en la campaña. Mientras tanto, habrá que esperar para saber si verdaderamente ha regresado Durga.

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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