China amplía estímulos para sostener un crecimiento a la baja
Pekín anuncia nuevas rebajas fiscales y no aporta novedades de reformas en plenas negociaciones comerciales con Estados Unidos
China asume que 2019 será un año complicado en lo económico y así lo ha reflejado en sus sacrosantas previsiones anuales. El primer ministro del país, Li Keqiang, anunció este martes una meta de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) de entre el 6% y el 6,5% acompañada de una significativa rebaja fiscal para espolear la actividad económica. Se da por seguro que este ritmo de expansión se logrará, pero el establecimiento de una tasa menos ambiciosa y más flexible supone un reconocimiento explícito a esta desaceleración, que puede controlarse con estímulos pero no revertirse sin cambios estructurales. Y el Gobierno liderado por Li Keqiang dejó claro que está más por lo primero que por lo segundo pese a supuestamente estar negociando algunos de estos cambios con Estados Unidos.
La segunda economía mundial creció un 6,6% en 2018, su menor tasa en tres décadas, principalmente debido a los esfuerzos para contener el aumento del crédito de sus empresas. Las instituciones financieras internacionales llevaban años advirtiendo a China del peligro de un crecimiento impulsado solamente por la deuda, y Pekín decidió ponerse manos a la obra para reducir esta dependencia. Atacó con fuerza a la llamada banca en la sombra -intermediarios que prestan dinero de forma informal sin estar sujetos a la regulación de las entidades financieras oficiales-, que era la gran fuente de financiación del vibrante sector privado. Con esta flaqueza llegó Donald Trump y su guerra comercial, que dinamitó las perspectivas chinas y llenó el horizonte de incertidumbre.
En su discurso anual, Li Keqiang trató de explicar a la nación china que su gobierno es capaz de hacer malabares. Prometió que los indicadores económicos “no se deslizarán del rango apropiado”, a lo que contribuirá una importante rebaja fiscal a las empresas por valor de 2 billones de yuanes (unos 265.000 millones de euros). Pero descartó tomar “políticas de estímulo que terminen minando el desarrollo a largo plazo y generando nuevos riesgos”, es decir, medidas que aumenten una deuda para muchos a niveles ya alarmantes.
“Las autoridades han prometido una relajación moderada de la política económica para este año, pero parecen reacias a permitir un fuerte repunte de los préstamos, incluso si esto es a expensas de un menor crecimiento económico”, explica en un comunicado Julian Evans-Pritchard, economista para China de la consultora Capital Economics.
En China, donde la herencia de la economía planificada está aún muy presente, la meta de crecimiento económico es, más que una guía o estimación para los presupuestos, una cifra a partir de la cual se articula todo el proyecto político. En este sentido, el hecho de que este objetivo se sitúe por primera vez dentro de una horquilla y no sea una cifra exacta da cierto margen de maniobra y flexibilidad a las autoridades. Nadie espera, sin embargo, un crecimiento menor al 6,2% este año, la tasa mínima necesaria para lograr que en 2020 el PIB per cápita de los chinos se doble en comparación con el de la década anterior.
Pese a referirse a la palabra “reforma” en casi cien ocasiones durante su discurso, Li no dejó entrever grandes novedades en este ámbito. El primer ministro mencionó los compromisos habituales de cada año, basados en reducir las barreras a la inversión extranjera o fortalecer la propiedad intelectual –asuntos que están siendo tratados con Estados Unidos en el marco de un acuerdo que termine con el conflicto arancelario entre ambas potencias-, pero no hubo indicación alguna de que China tenga entre manos un gran cambio de su modelo económico basado en el capitalismo de Estado.
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