China relega a su sector privado a segunda clase
Las dificultades a las que se enfrentan las pymes merman el crecimiento de un país reticente a abandonar el control estatal sobre la economía
Yang Xiaowei no ha creado ninguna aplicación móvil revolucionaria ni tiene contactos en el Partido Comunista. Es, como muchos otros en China, el gerente de una empresa corriente, en su caso dedicada a la ebanistería, que emplea a unos 40 trabajadores en la ciudad de Handan, situada en la provincia de Hebei. La compañía se encuentra en la peor situación de los últimos años. Los libros definirían su caso como el de una aguda crisis de liquidez; él lo simplifica con que no encuentra absolutamente a nadie que le preste dinero a pesar de que sus mesas, sillas y armarios tienen salida entre los consumidores.
Para la empresa de Yang nunca fue fácil ni barato obtener financiación. Nunca en sus quince años de historia ha contraído un préstamo con un banco al uso. Casi todas las entidades financieras a las que acudió mostraron indiferencia ante sus planes y las pocas que se interesaron en ellos se retiraron ante la dificultad de analizar de forma exhaustiva las cuentas de la ebanistería para determinar cómo de viable era concederle un préstamo. El camino más fácil ha sido el de los intermediarios financieros –primero en oficina, después online-, siempre dispuestos a prestar fondos sin muchas preguntas, aunque a cambio de unas tasas de interés que como mínimo doblaban las oficiales.
Los peligros derivados de una inmensa burbuja formada por estos créditos informales sin regulación alguna, parte de la llamada banca en la sombra, llevaron a las autoridades chinas a atajar esas prácticas ante el miedo de un colapso generalizado de consecuencias imprevisibles. Pekín inició una intensa campaña contra el sector hace dos años, aprovechando que la economía se comportaba mejor de lo esperado, y lo ha borrado prácticamente del mapa. Pero ahora Yang y muchas otras pequeñas y medianas empresas en China no tienen quien les preste.
La falta de inversión, de ritmo de producción y de confianza en el sector privado es una de las principales causas que han llevado a la economía china a ralentizarse más de lo previsto en el tercer trimestre. El país creció un 6,5% interanual, un nivel que -a pesar de todo el escepticismo que rodea a los datos oficiales- el resto del globo sigue observando con envidia. Sin embargo, la inversión ha crecido un solamente un 5,4%, y la del sector privado lleva años sin despegar. Esto ocurre poco antes de que los efectos de la guerra comercial con Estados Unidos se empiecen a notar. Los mercados financieros y analistas observan con preocupación el fenómeno porque las empresas privadas sostienen el 50% de los ingresos fiscales, el 60% de la actividad económica, el 70% de la innovación, el 80% de los empleos y 90% de la creación de nuevas corporaciones, según datos anunciados por los altos cargos chinos.
“Los esfuerzos para combatir la deuda y los riesgos financieros son buenos y no deben abandonarse. El problema es que apenas han afectado a las empresas públicas. Teniendo en cuenta que afecta a sector público y privado por igual, la campaña debería reorientarse”, asegura Xu Bin, profesor de Economía y Finanzas de la escuela de negocios Ceibs.
Es un problema más para un sector que siente que llueve sobre mojado. La cuestión de fondo, coinciden los analistas y los afectados, es que China sigue protegiendo a su sector estatal, que opera prácticamente bajo un régimen de monopolio y absorbe gran parte del pastel del crédito –repartido por entidades financieras de propiedad estatal- en detrimento de sus compañías homólogas del sector privado. El trato preferencial es evidente en prácticamente todos los ámbitos, desde las subvenciones a las deducciones fiscales.
Las autoridades salieron han salido en tromba en las últimas semanas con el objetivo de calmar a los más pesimistas. Incluso el todopoderoso presidente Xi Jinping prometió un “apoyo inquebrantable” al sector privado ante las dificultades actuales, aunque sin medidas concretas. Pero en seis años Xi no ha dado señal alguna de querer reducir el poder y privilegios de las empresas estatales, más bien todo lo contrario, porque las cree esenciales para que el Partido controle el Estado. Su mano derecha en materia económica, Liu He, pese a formar parte del ala más liberal, ha abogado por una relación entre el sector público y privado de “complementariedad, cooperación y apoyo”.
“El gobierno no ha expresado de forma clara y ambiciosa que realmente quiere que la economía se administre de una forma orientada al mercado. La presión que pueda ejercer Donald Trump con su guerra comercial es secundaria. La principal cuestión de fondo es en qué dirección se está moviendo China, y ésta no acaba de gustar al sector privado”, dice Xu. “Hace una década, el consenso entre los altos cargos del Partido Comunista era que el país tendría que adoptar políticas económicas más liberales. Pero la crisis financiera global socavó la fe en el capitalismo, y el consenso actual es que China está mejor manejada con un sistema dirigido por el Estado”, apuntan desde la consultora Trivium.
Yang, el dueño de la ebanistería, admite errores, como ser incapaz de presentar de forma ordenada las cuentas de su propia empresa a un banco. Pero alega también que haber dependido siempre de estos intermediarios no regulados para financiarse le ha desestructurado el negocio de forma sistemática. “Invertimos a largo plazo en maquinaria e incluso compramos otra nave, pero los préstamos que hemos obtenido han sido siempre a corto plazo. Por lo tanto, estamos ante la necesidad de refinanciarnos de forma constante. Hasta ahora pensaba que era algo normal porque todos lo hacemos así, y entiendo que no es aceptable. Pero si no logramos fondos antes de año nuevo tendremos que vender una de las dos naves. Y esto, al menos a mí, tampoco me parece aceptable”, dice.
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