China y Japón intentan normalizar sus relaciones
Shinzo Abe inicia la primera visita oficial a Pekín de un primer ministro japonés en siete años
La escena que se verá este viernes en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín era impensable hace cuatro o cinco años. El primer ministro japonés, Shinzo Abe, será recibido con honores por el presidente Xi Jinping y el primer ministro Li Keqiang. Los aplausos y los agasajos de sus reuniones compondrán una escena muy diferente de la de hace seis años, cuando centenares de manifestantes nacionalistas en la capital china rompían a pedradas los cristales de la embajada nipona. Pero, impulsados en buena medida por la errática política exterior del presidente estadounidense Donald Trump, los dos grandes rivales asiáticos han decidido dejar en un segundo plano sus (muy) sustanciales discrepancias y optar por un “acercamiento de conveniencia”.
El viaje de tres días es la primera visita en siete años de un primer ministro japonés a Pekín. Desde que Abe asumió la jefatura de su Gobierno hace seis años, todos sus encuentros con Xi habían ocurrido en los márgenes de cumbres internacionales. Y en esos actos, el lenguaje corporal no revelaba precisamente cariño. Entre los dos países se interponían la nacionalización japonesa en 2012 de las islas Diaoyu/Senkaku, que ambos se disputan en el mar del este de China, y sus contenciosos históricos relacionados con la Segunda Guerra Mundial.
Pero ahora el tono ha cambiado por completo. Los respectivos ministros de Exteriores han intercambiado visitas este año, y el primer ministro chino Li Keqiang se ha desplazado a Tokio en mayo. Las inversiones niponas en el gigante asiático, que descendieron o se estancaron en los años del hielo, crecen desde el año pasado, cuando aumentaron un 5,5%.
“China y Japón son socios. Tenemos que construir un futuro mejor y abrir nuevas perspectivas a nuestras relaciones. Pondremos todo de nuestra parte para garantizar el éxito de la visita del primer ministro Abe”, prometía este miércoles la portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Hua Chunying.
El proceso de deshielo ya se fraguaba desde hacía tiempo, desde que en 2014 Xi y Abe se vieron en el margen de una cumbre regional en Pekín. Y la relación económica siempre había sido un lazo inquebrantable entre ambos: China es el principal socio comercial de Japón y este, el tercero de su vecino. Pero la guerra comercial entre Estados Unidos y China ha terminado de acelerar el proceso.
Pekín y Tokio “se necesitan mutuamente, y la presión de Trump en cuestiones comerciales no hace más que alentar a que ambas aumenten su cooperación”, señala Céline Pajon, analista sobre Japón del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, vía correo electrónico.
Anticipando las consecuencias de la guerra comercial, China quiere ampliar sus lazos con otros países. El primer ministro Li Keqiang acaba de regresar de Europa. El mes próximo Shanghái acogerá una colosal feria de importaciones. Y Pekín busca “cultivar lazos más firmes con Japón para mantener los flujos entrantes de inversión extranjera, tecnología y conocimiento”, explica en una nota la consultora Eurasia Group. En un plano político, China también aspira a abrir una brecha entre Japón y Estados Unidos, el gran aliado nipón.
Tokio, por su parte, necesita la cooperación de China en torno al proceso de desarme de Corea del Norte y busca ampliar sus opciones ante la posibilidad de que Washington reduzca su presencia económica y de seguridad en Asia. Aunque siempre sin poner en peligro la alianza con EE UU, que es el pilar de su política exterior. "China y Japón somos vecinos y nuestras economías son profundamente interdependientes. Pero nuestra política exterior está basada en la cooperación japonesa-estadounidense", puntualizaba esta semana un funcionario de la Administración nipona.
Cooperación económica
La visita -además de enviar el mensaje de que las relaciones se han normalizado- servirá también para formalizar acuerdos de cooperación económica, especialmente en el área de infraestructuras. Xi y Abe presidirán el Foro Japón-China de Cooperación en Mercados de Terceros Países, en el que participarán durante dos días cerca de un millar de empresarios de las dos naciones vecinas. Se espera que a su cierre se firmen cerca de 30 memorandos de entendimiento en áreas desde la tecnología a la sanidad y el turismo.
Ambos países mantienen iniciativas paralelas para la construcción de redes de transporte y comunicaciones en el resto del mundo -la “Nueva Ruta de la Seda” china, la “Estrategia para un Indo-Pacífico Libre y Abierto” de Japón-, y han competido con fiereza por proyectos en el pasado, con victorias para uno u otro muchas veces pírricas.
China desea incorporar a Japón a su Ruta de la Seda (“Tokio podría ayudar a mejorar la calidad y aceptación de esos proyectos”, apunta Japón), pero el Gobierno nipón insiste en que cualquier proyecto en el que participen sus empresas debe cumplir cuatro criterios: transparencia, apertura, viabilidad económica y sostenibilidad fiscal de los países receptores. Un posible acuerdo de colaboración podría girar en torno a un proyecto de tren de alta velocidad en Tailandia.
Persisten las diferencias
Pero la tentativa cooperación en áreas muy precisas dista aún mucho de una verdadera asociación entre los dos países. Detrás de las sonrisas y los memorandos de entendimiento, las diferencias persisten en torno a sus percepciones históricas y sus disputas territoriales, entre otros asuntos. Japón denuncia que China patrulla habitualmente las aguas de las islas en disputa, hasta 220 veces desde 2012. “Esperamos intensamente que pueda haber una buena relación en el mar del Este de China (donde se encuentran las Senkaku/Diaoyu), pero opinamos que a menos que se estabilice la situación allí no puede haber una mejora real en las relaciones China-Japón”, apuntaba el funcionario nipón.
Aunque sí hay un área donde puede haber un avance palpable: según la agencia japonesa Kyodo, durante el viaje de Abe, los dos países pactarán las líneas maestras de un acuerdo para que China envíe un oso panda a Japón, tras un lapso de siete años. Un indicio definitivo de que el deshielo va por buen camino.
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