La guerra de Yemen cuestiona las ventas de armas a Arabia Saudí
Con el tercer mayor gasto militar per capita, el reino es un atractivo cliente para las empresas armamentísticas
Arabia Saudí es el país con el tercer mayor gasto militar per cápita del mundo, tras Estados Unidos y Rusia (China gasta más en términos absolutos, pero no relativos a su población). El año pasado Riad dedicó a esa partida 69.400 millones de dólares (casi 60.000 millones de euros), según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). No es un dato excepcional. De 2013 a 2017 el Reino del Desierto incrementó sus compras de armas un 225% con respecto al quinquenio anterior. Es el segundo mayor importador. Su intervención en Yemen ha puesto en el punto de mira esas ventas por parte de EE UU y varios países europeos.
“El conflicto violento generalizado en Oriente Próximo y las preocupaciones sobre los derechos humanos han motivado un debate político en Europa Occidental y Norteamérica sobre restringir las ventas de armas”, constató Pieter Wezeman, investigador principal del SIPRI, al presentar el informe en el que se recogían esas cifras el pasado marzo. “Aun así, EE UU y [algunos] países europeos siguen siendo los principales exportadores de armas a la región y facilitaron más del 98% de las que importó Arabia Saudí”, añadió.
Según la base de datos del SIPRI, un centro independiente que estudia conflictos, control de armas y desarme, una decena de países europeos vende armamento o material militar a Riad. Aunque a clara distancia de EE UU (que durante el último quinquenio fue la fuente del 61% de sus importaciones), el Reino Unido (con un 23%), seguido de Francia (3,6%), España (2,4%) y Alemania (1,8%). Más allá del porcentaje que se lleve cada uno, dichas ventas representan una importante partida para las respectivas industrias armamentísticas (en España, Arabia Saudí es el principal cliente fuera de la UE y la OTAN, y en el caso británico supone la mitad de sus exportaciones).
Las compras millonarias de armas a EE UU arrancan en la década de los setenta del siglo pasado, cuando el boom del petróleo transformó el reino saudí en la gallina de los huevos de oro. Con el pretexto de un vecindario peligroso y animada por unos aliados que buscaban compensar el desequilibrio comercial de sus importaciones de crudo, la familia real asignó a gastos de Defensa hasta un tercio del presupuesto nacional.
Los activistas de derechos humanos llevan años denunciando que los saudíes no sólo compran armamento, sino que se haga la vista gorda a sus políticas y abusos. Significativamente, cuando el reino se vio amenazado tras la invasión de Kuwait por Sadam Husein en 1990, requirió el despliegue del Ejército estadounidense a pesar del sofisticado arsenal que había acumulado. Ahora, sin embargo, Riad está usando las armas importadas en la guerra de Yemen, lo que ha desatado la controversia sobre esas ventas. Incluso en EE UU.
Desde marzo de 2015, Arabia Saudí (con ayuda de Emiratos Árabes Unidos y el apoyo simbólico de otra media docena de países) intenta desalojar del poder a los rebeldes Huthi, que unos meses antes conquistaron Saná. Varios informes de la ONU y de ONG aseguran que esa coalición no solo ha desatado una catástrofe humana, sino que ha violado los estándares de la ley humanitaria internacional, tanto por no distinguir entre objetivos militares y civiles, como por atacar a estos de forma sistemática.
A finales de 2016, la Administración Obama, frustrada ante las elevadas víctimas civiles, suspendió la venta a Riad de misiles de precisión y restringió algunas áreas de cooperación, aunque Donald Trump intenta revertir esa medida. El Parlamento Europeo ha votado en dos ocasiones a favor de que la UE imponga un embargo a Arabia Saudí, pero se trata de un gesto simbólico ya que los Estados no están obligados por sus decisiones, que tienen que ser ratificadas por el Consejo.
En realidad ya existe una posición común sobre exportación de armas, en la que los europeos se comprometieron a rechazar las licencias cuando existe un claro riesgo de que aquellas se usen para cometer violaciones de derechos humanos o de la ley humanitaria internacional. Sin embargo, carece de un mecanismo para sancionar los incumplimientos. Además, como ha quedado claro en el caso español, interrumpir el suministro a Arabia Saudí también afecta a otros intereses, sean puestos de trabajo (Navantia) o réditos empresariales (AVE a La Meca o, para Londres, la posibilidad de atraer la salida a Bolsa de Aramco).
De ahí que solo Holanda, Bélgica, Suecia y, desde principios de 2018, Alemania hayan decidido restringir sus ventas a Riad. Para que esa medida tuviera verdadero impacto, “la UE necesitaría hablar con una voz común y establecer un criterio compartido de si, y cuando, es aceptable vender armas a la coalición que dirige Arabia Saudí”, según explicaban Mark Bromley y Giovanna Maletta en un reciente artículo.
En cualquier caso, los responsables saudíes saben que están en el punto de mira y trabajan por ampliar sus proveedores. Durante su visita a Rusia hace un año, el rey Salmán firmó un acuerdo (MOU, por sus siglas en inglés) para adquirir, entre otros, sistemas de defensa antiaérea (S-400) y misiles anticarro Kornet, a cambio de transferencias de tecnología y ayuda al desarrollo de la industria armamentística local. Resulta improbable que Moscú vaya a preocuparse por el uso que Riad haga de sus armas.
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