La sombra de parcialidad del Ejército enturbia las elecciones en Pakistán
El ex primer ministro Nawaz Sharif afronta desde la cárcel el ascenso de su rival populista Imran Khan
Los carteles electorales de Nawaz Sharif e Imran Khan inundan las calles de Lahore, la segunda ciudad de Pakistán y la capital de la provincia de Punjab, donde vive la mitad de los 208 millones de paquistaníes. Sus partidos, la Liga Musulmana de Pakistán (PML) y el Movimiento por la Justicia (PTI), no son los únicos que concurren a las urnas el próximo miércoles, pero con la otra gran formación nacional, el Partido Popular de Pakistán (PPP, de Bhutto), reducida a actor regional, los comicios han devenido en duelo. Además, la pugna se ha enrarecido a raíz de la inhabilitación y encarcelamiento de Sharif, y la muy extendida convicción de que el Ejército, arbitro tradicional de la política paquistaní, apoya al PTI.
A media tarde, los simpatizantes de Imran Khan se arremolinan ante la sede electoral del PTI en Ada Plot, a las afueras de Lahore, para acompañarle en caravana hasta la vecina localidad de Raiwand, donde va a dar un mitin. Todos quieren banderolas con los colores del partido, pósteres con la efigie del líder y pines con forma de bate de críquet, su símbolo para las papeletas en un país donde el analfabetismo ha aumentado del 40 % al 42 %, según las últimas estadísticas.
“Es una persona honesta”, afirma Faisal Mahmud Khan, estudiante universitario. “Va a generar empleos”, apunta Muhammad, un joven desempleado. Otros parecen atraídos por la posibilidad de ver de cerca a quien fuera un exitoso jugador de críquet, el deporte más popular de Pakistán, o por el simple jolgorio a falta de mejor entretenimiento. “Váyase Nawaz, váyase", corean al ritmo discotequero que emana de los altavoces.
“EL PML no ha cumplido sus promesas. Queremos cambio, gente nueva. Vamos a probar con Imran Khan y, si no vemos resultado, le echaremos en la próxima elección", explica Omair Khan, empresario de la construcción de 32 años y padre de dos hijos.
Esa idea de cambio, de caras nuevas, enlaza de forma genérica con el hartazgo hacia la “vieja política” y éxito de los populismos en otras partes del mundo. El propio estilo de Imran Khan refuerza esa idea. “Voy a traer de vuelta los miles de millones escondidos en cuentas extranjeras”, ha prometido en su papel de azote de la corrupción.
Ali Adnan, uno de los miembros del partido en Ada Plot, discrepa. “Las raíces son locales. Estamos hartos de la alternancia del PML y el PPP durante los últimos 35 años. La educación, la sanidad, la justicia, la policía… necesitan reformas urgentes. La movilización de los jóvenes del PTI no es nueva; llevan 10 años impulsando esa agenda”, asegura.
A una treintena de kilómetros de allí, en la sede electoral del PML en el barrio de Garhi Shahu, el ambiente es completamente distinto. Los miembros y simpatizantes del partido del tigre que se han reunido para apoyar a Ayaz Sadiq, el expresidente del Parlamento y candidato de esa circunscripción, están a la defensiva.
“Las reglas del juego no son iguales para todos”, asegura Qadir Iqbal, ante la anuencia del resto. Este empresario del sector químico menciona la detención de 400 empleados del PML la víspera del regreso a Pakistán de su líder, Nawaz Sharif, y muestra un vídeo en el que se ve a unos hombres de uniforme colocando carteles electorales del PTI. La abrumadora presencia de la imagen de Imran Khan en el feudo del PML constituye una humillación para los seguidores de quien ha sido tres veces primer ministro y que ahora ha tenido que dejar el partido en manos de su hermano Shahzbaz Sharif.
“Y luego están las amenazas. Ha habido llamadas a candidatos diciéndoles que saben dónde viven sus hijos”, apunta otro hombre que prefiere no identificarse. A la pregunta de quién hace esas llamadas, devuelve una mirada incrédula. “¿Quiere que los nombre? ¿Quiere que me juegue el cuello?”, contesta.
El PPP también ha denunciado presiones. Pero el runrún es más que una pataleta de los partidos tradicionales ante el aparente avance de su rival. Periodistas, analistas políticos y defensores de los derechos humanos llevan meses quejándose de las interferencias de los “poderes fácticos”, un eufemismo que apunta al Ejército y las agencias de seguridad a los que pocos se atreven a acusar de forma directa. En los casos más sonados, la cadena de televisión Geo y el diario Dawn vieron temporalmente interrumpida su difusión.
El agua como arma electoral
"Agua, agua potable", responde sin dudarlo Asad Khokhar, del PTI, cuando se le pregunta por el principal reto que afronta en su campaña. "En mi circunscripción [la 136] viven 450.000 personas y la ausencia de agua potable causa cólera, hepatitis y otras enfermedades", asegura.
"Toda esa insistencia del PTI con el agua potable es mera propaganda. Aquí en Lahore hace unos años la ONU estudió el agua corriente y dijo que era mejor que la embotellada", insiste un asistente de Ayaz Sadiq, presidente de la Asamblea saliente y candidato del PML por el vecino distrito electoral 129.
El agua se ha convertido en un arma electoral. En un país que el monzón inunda cada año y que cuenta además con el deshielo de los glaciares, sólo hay tres grandes pantanos (Mangla, Tarbela y Warsak) para almacenar agua, algo insuficiente para atender las necesidades de sus 208 millones de habitantes.
“Hemos examinado las alegaciones y hemos confirmado tentativas deliberadas de inclinar la balanza a favor de un candidato concreto”, declara a EL PAÍS Hina Jilani, de la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán, ONG que ha denunciado “intentos inaceptables de manipular las elecciones”. Jilani, una prestigiosa abogada criminalista y hermana de la fallecida activista Asma Jahangir, menciona casos de candidatos conminados a cambiar de partido (algunos han sucumbido, otros no) o las restricciones a los medios de comunicación, de las que ella misma ha sido testigo.
A diferencia de otros interlocutores, Jilani no tiene problema en acusar al Ejército por su nombre. “Quiere un resultado y hay precedentes de interferencias anteriores. Por eso hemos investigado”, señala. Aun así, considera que los resultados obtenidos hasta ahora son modestos. “Apenas una treintena de candidatos ha sucumbido a las presiones”, dice. También critica al poder judicial por su actuación en el juicio contra Nawaz y la falta de independencia de la Comisión Electoral, cuyas decisiones “solo se explican por colusión con los militares o estupidez”.
El propio Ejército, que va a desplegar 371.000 soldados, se ha sentido obligado a desmentir que tenga un favorito. “Hay algunos rumores sobre los militares en las elecciones, no tienen ningún fundamento. (…) Sólo estamos trabajando para garantizar la seguridad”, manifestó su portavoz, el general Asif Ghafoor, durante una conferencia de prensa el jueves.
"Si tanto les preocupa la seguridad, deberían haber protegido a los candidatos de los atentados que han sufrido durante la campaña. Pero en lugar de eso, han autorizado la concurrencia de grupos que la ONU, EE UU y nuestro país incluyen en sus listas terroristas", denuncia Jilani. “Incluso si la interferencia es sólo un rumor, la percepción está tan extendida que la Comisión y el Gobierno transitorio debieran haber indagado, en vez de eso la Comisión ha decidido poner soldados dentro de los colegios electorales y darles poderes judiciales”, censura Jilani. “Cualquier soldado, ni siquiera un oficial, podrá detener y condenar a un votante cuyo comportamiento le resulte indebido”, explica.
Este asunto y las acusaciones entre los candidatos han eclipsado el debate sobre los graves problemas económicos y sociales del país. Menos del 1% de los paquistaníes paga impuestos, la escasez energética limita el desarrollo industrial (y la creación de empleo), mientras aumenta la deuda y se reducen las reservas de divisas. De ahí, la pérdida de credibilidad de los políticos y el éxito de la campaña de Imran Khan. Queda por ver cómo se expresa en las urnas.
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