La esperanza de desembarcar en España y no volver al infierno de Libia
Los 60 rescatados por el 'Open Arms' sintieron alivio al ver que sus rescatadores no eran libios
Los 60 migrantes rescatados la mañana del sábado que ahora navegan rumbo a Barcelona se embarcaron en una lancha neumática de color blanco de madrugada. La mayoría se marchó de Libia con lo puesto, aunque algunos llevaban sus móviles, dinero y hasta tabaco en bolsas de plástico pegadas al cuerpo. Su barca, equipada con un compás barato y un motor de cuarenta caballos sujeto con una cincha, puede comprarse en Internet por menos de 1.000 euros. Aproximadamente el precio de su billete-trampa a Europa. “Cuando los embarcan les dicen que la luz que se ve a la derecha es Malta y la de la izquierda, Lampedusa. Pero las luces son plataformas de gas a unas millas de la costa. Es imposible llegar a tierra con una de esas barcas”, explica el jefe de operaciones del barco de rescate Open Arms, Gerard Canals.
Habían perdido la noción de dónde estaban cuando se acercaron a primera hora de la mañana dos lanchas de salvamento del Open Arms, de una ONG española, cargadas de chalecos salvavidas. Las mujeres lloraban, aterrorizadas por la idea de que se tratase de un barco libio que las devolviese al infierno del que huían. Los relatos más comunes sobre el país en el que la Unión Europea apuesta por delegar el control y salvamento de quien pretende cruzar el Mediterráneo detallan secuestros para pedir rescates, la venta de migrantes como esclavos, las prisiones inhumanas y las torturas. “No Libia, no Libia”, suplicaban desde dentro del barco. Solo este año, hasta el 28 de junio, 10.000 rescatados en el Mediterráneo fueron devueltos a Libia, según la OIM.
El grupo tardó en calmarse hasta entender que sus rescatadores eran españoles. Comenzaron a gritar y saludar agradecidos. Algunos se hicieron hasta una selfie de victoria. De España saben poco, pero han visto en la tele que es mejor destino que otros vecinos europeos. “Italia no quiere a la gente, la ruta está bloqueada, pero hay muchos problemas en África. Mira en qué me he quedado por causa del sufrimiento”, se lamenta Judith Lidia Gbamago, de República Centroafricana. Desde que ella y su marido decidieron huir de Libia con su hijo de nueve años, rezaban sin parar. Primero, para no morir y, segundo, para que fuese España quien los acogiese.
La familia Gbamago es cristiana y buscó en Libia un refugio del enfrentamiento religioso que ha obligado a más de un millón de sus compatriotas, casi un cuarto de su población, según datos de ACNUR, a dejar sus casas. Fue hace ya cinco años. “Hay una guerra entre musulmanes y cristianos. Matan hombres, mujeres y niños. Cuando vimos que perdíamos nuestra casa nos marchamos en autobús”, cuenta sentada en la cubierta del buque. Gbamago tiene solo 32 años, pero se siente y parece mayor. Lamenta el tiempo que lleva sin usar crema o jabón y esconde su pelo con un fular naranja. Ríe, sin embargo, cuando se bromea con que ha conquistado un marido guapo y dos años más joven.
El buque que les rescató viaja junto al barco de observación Astral. Ambos forman la flotilla Open Arms. En la primera de las naves, que tras la operación de salvamento lleva ahora 14 nacionalidades diferentes a bordo, hay muchos relatos de guerra. Entre el pasaje hay ocho palestinos que, tras salir de Gaza, fueron encarcelados y torturados en Libia durante nueve meses. “Sin motivo”, insiste uno de ellos. Tienen interés en contar su historia, aunque sea con pocas palabras en inglés y mucha mímica. Fingen estar esposados, luego se ponen de rodillas con las manos en la nuca y, después, como si estuviesen haciendo flexiones. Uno de ellos simula que les azota con un palo. También hay cinco hombres que explican que son sirios. Uno de ellos, Hussein Karrit, se pasea entre los corrillos con curiosidad aunque no entiende más lengua que la suya. Con 57 años, es el más mayor de los rescatados y uno de los pocos que tiene pasaporte. Viste camisa, chaleco y pantalón largo y sonríe mostrando bajo su bigote entrecano los cuatro dientes que le quedan.
Thuin Khonador, de 24 años, uno de los ocho bangladesíes a bordo, llamaba la atención por su ternura con el resto del pasaje. Delgado y con el pelo de punta merodeaba de grupo en grupo, hasta que reparó en Bout Konate, un joven maliense de 22 años, aislado en una esquina de la cubierta. Bout, vestido con un pantalón de chándal raído, escuchaba canciones de R&B, aunque no entendía una palabra de sus letras. El bangladesí se acercó, le pasó el brazo por los hombros y con un gesto le pidió un auricular. Ambos pasaron un rato meneando la cabeza medio descoordinados, mientras Thuin, con la punta de los dedos a modo de pinza, limpiaba el pelo de su nuevo amigo.
Un nuevo naufragio frente a la costa libia deja 63 desaparecidos
La Organización Internacional de las Migraciones (OIM) y la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) informaron este domingo de un nuevo naufragio frente a la costa de Libia. “63 desaparecidos y 41 supervivientes. Esperamos que algunos de los 63 sean todavía rescatados con vida”, escribió en su cuenta de Twitter Flavio Di Giacomo, portavoz de la OIM para el Mediterráneo.
La cuenta de Twitter de la oficina de Acnur en Libia ha añadido que los 41 supervivientes fueron rescatados por guardacostas libios frente a la ciudad de Zuara, en el noroeste del país, muy cerca de la frontera con Túnez.
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