La extrema derecha entra en el Parlamento alemán por primera vez desde 1945
El partido que nació en 2013 contra el euro logra un 12,6% del voto con su discurso islamófobo y antiinmigración
El temido pronóstico se ha cumplido y la entrada de Alternativa por Alemania (AfD) en el Bundestag ha hecho temblar los cimientos de la democracia alemana. Nunca desde la Segunda Guerra Mundial un gran partido de extrema derecha había participado de la vida parlamentaria de este país, cuyo pasado nazi había hecho hasta ahora impensable un resultado como el de estas elecciones. AfD quedaría situada en tercer lugar, con un 12,6% de los votos y 94 escaños (asignación provisional) en una Cámara que ahora tenía 631 diputados y que pasará a tener 709. Su presencia en el Parlamento implica la irrupción del discurso islamófobo y anti europeo en el corazón de la democracia alemana.
“Vamos a recuperar nuestro país y nuestro pueblo”, dijo Alexander Gauland, colíder del partido tras conocerse los resultados, con unas declaraciones que calcan uno de los mantras del presidente estadounidense, Donald Trump. “Que se vayan preparando”, alertó Gauland.
Alice Weidel, la economista joven y cosmopolita que comparte candidatura con el periodista jubilado Gauland, consideró que “ha sido un resultado maravilloso”. “Hemos llegado para quedarnos”, advirtió en el cuartel general del partido poco después de conocerse las primeras proyecciones. Weidel anunció también que aspiran a poner en pie una comisión parlamentaria de investigación contra Angela Merkel, para supuestamente indagar si violó la ley al permitir la entrada de más de un millón de refugiados en los dos últimos años.
La canciller, Angela Merkel, vencedora de los comicios, ha reconocido que su llegada al Parlamento es "un gran desafío" y se ha propuesto "ganar de vuelta a esos votantes de AfD".
AfD nació en 2013 para protestar contra el euro. Ese año logró un 4,7% en las generales, que casi le abre las puertas del Bundestag. Pero con el paso de los años se ha ido transformando y radicalizando hasta acabar convertido en un partido antiislam y antiinmigración. Su discurso se ha ido radicalizando a golpe de encuestas porque, como reconocían fuentes del partido, la estrategia pasaba por asegurar al núcleo duro de seguidores y llegar al Parlamento. Exaltar la labor de los soldados alemanes durante al Segunda Guerra Mundial o pedir que “se deshicieran” de una secretaria de Estado de origen turca han sido algunos de los escándalos que han protagonizado en las últimas semanas y que, sin embargo, no han disuadido a sus votantes.
Sus simpatizantes han perseguido a Merkel por todo el país, tratando de reventar sus mítines al grito de “traidora” e incluso le han tirado tomates. Los politólogos consideran que aproximadamente la mitad de sus seguidores pertenecen al núcleo duro ideológico y la otra mitad son voto protesta.
El caso de AfD podría recordar al de los partidos de extrema derecha y populistas que han proliferado y crecido en otros países europeos, pero la historia de Alemania convierte su ascenso en un desafío de especial relevancia y complejidad. Es además un caso extraordinario porque, a diferencia de lo sucedido en países europeos inmersos en crisis económicas y sociales, la emergencia de la ultraderecha se produce en un contexto de bonanza histórica con pocos precedentes. En el caso de AfD, la protesta nace sobre todo del rechazo identitario a una sociedad que se ha vuelto culturalmente menos homogénea. Sus votantes repiten que no quieren que Alemania deje de ser lo que era, con sus tradiciones y su cultura. “¡Bravo por nuestros aliados de AfD por esta victoria histórica! Es un nuevo símbolo del despertar de los pueblos europeos”, ha tuiteado este domingo por la noche Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional francés.
La llegada de 1,3 millones de refugiados en los últimos dos años ha sido el gran caballo de batalla de AfD en esta campaña en la que se ha afanado en vincular la criminalidad con la inmigración y el asilo y en la que ha exacerbado el sentimiento de identidad nacional. La decisión de abrir la puerta a los refugiados corresponde únicamente a la canciller Merkel, en la que la mayoría de los alemanes sin embargo ha vuelto a depositar su confianza después de que en los últimos meses endureciera sus políticas y su retórica migratoria.
Ningún otro partido está dispuesto a trabajar con los ultraderechistas y mucho menos a formar ningún tipo de coalición. El ostracismo no garantiza sin embargo que sus ideas vayan a caer en saco roto. Los cordones sanitarios para partidos extremistas aplicados en otros países como Bélgica plantean el dilema de hasta qué punto convertir en apestado político un partido no contribuye a reforzar su victimismo y por tanto a que engorde en la oposición.
Alexander Gauland, colíder de la formación hablaba recientemente con este diario y explicaba que su objetivo es precisamente ese, engordar en la oposición. “Somos exclusivamente un partido de oposición. Tenemos que seguir creciendo y para eso no podemos pactar con ningún partido. Tal vez dentro de unos años podamos participar en el Gobierno”. Gauland dejaba también claro que la coyuntura actual les beneficiaba. “La gente quiere otra política distinta de la gran coalición (de la CDU y el SPD que ha gobernado durante la última legislatura)”.
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